Algo parecido a lo que le pasara a Amèlie con la caja de recuerdos del "señor Bredotó" (o Brétódó), este fin de semana ha aparecido en un cajón de mi casa una cajita de cartón, que contenía un puñado de cositas maravillosas que acumulé de pequeño. Concretamente, montones de cromos americanos que guardaba entonces como un tesoro. De distintas colecciones, no completas (e incluso de alguna de las ellas sólo unos pocos ejemplares), pero no por ello menos valiosos: por un lado, centenares de estampitas de la NBA de 1992. De esa impresionante fábrica de sueños que era entonces, por la época en la que todos nos quedábamos cada viernes por la tarde embobados viendo a Ramón Trecet y su 'Cerca de las estrellas'. Decir Jordan, Bird, Wilkins, Malone, Thomas, Webb, 'Magic'... para algunos no es decir nada. Para mí, lo era todo. Recuerdo que daban estos cromos con el As o con el Marca, un día a la semana. Un sobre con cada ejemplar. Y un vecino y yo, poco menos que acampábamos junto al kiosko y amenazábamos a los vecinos para que nos dieran sus cromos, para ir acumulando postalitas que esconder lejos de mamá y de la basura.
Otro de los montoncitos de cromos que había en la caja es de una colección de trading-cards de superhéroes Marvel, con un dibujo (de las más grandes plumas de la compañía) en el anverso, y fichas de personajes en el reverso. Con su historia, poderes, puntuaciones, etc.
Y también hay un puñado de cartas, no muchas, de colecciones particulares de impresionantes dibujantes que me fascinaban entonces, tales como Hayime Sorayama (de estas tengo casi todas), Boris Vallejo o los hermanos Hildebrandt. En fin, un hermanamiento entre pajerismo y nostalgia en forma de obras de arte en miniatura, que me han aparecido de repente, cuando no lo esperaba, después de tres o cuatro años sin saber de todo ello. Gracias, Amèlie, si lees esto.
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