sábado, 30 de julio de 2011

En la cueva de los cristales (Gonzalo Infante, 2010)


En 2008, un equipo de espeleólogos, biólogos y mad doctors de National Geographic se adentraron en la Cueva de los Cristales, una gruta a 300 metros de profundidad bajo Naica, cerca de Chihuahua, para reconocer a fondo y recoger muestras, por primera vez, de este impresionante lugar descubierto por casualidad en el año 2000. En los alrededores de Chihuahua, por lo visto, hay más cuevas de este estilo, lugares subterráneos donde la temperatura llega a los 90º, formados por sedimentos minerales depositados (a medida que el agua iba decreciendo lentamente, por lo que he entendido) a lo largo de millones de años. El tiempo ha ido esculpiendo una increíble galería alargada con estalactitas y estalagmitas brillantes y de formas caprichosas, columnas mastodónticas de cuarzo macizo, espadas, dildos de cristal naturales que atraviesan el espacio por todas partes. Imposible no acordarse de la Fortaleza de la Soledad de Superman, de los dientes de Lisa Simpson del futuro o del plató de Sálvame. Decía que existen otras cuevas de este tipo al norte de México, incluso alguna más espectacular, donde el capricho de la naturaleza ha convertido las paredes en un muestrario de diminutos hongos de mineral brillante, una cueva descubierta en el siglo XIX (creo que se llamaba La Cueva de las Espadas) que era como estar dentro de una geoda del tamaño de un campo de fútbol. Pero lo que asombra es que la Cueva de los Cristales no fuese descubierta hasta el siglo XXI, y que no se hubiese explorado hasta ahora. A lo largo del documental asistimos al asombro del descubrimiento de cada nueva galería al mismo tiempo que los investigadores del NG. Los sedimentos son diferentes en cada nuevo tramo descubierto (uno parece una nube gelatinosa de cristal, otro está recubierto de sedimentos iridiscentes con forma de una molécula de nieve, como un manto de fractales increíbles que cubre paredes y suelo...). Y otro de los aspectos más interesantes es la lucha entre la vida y la muerte que sostienen los que se adentran en la cueva. Las altísimas temperaturas y los días que pasan adentrándose una y otra vez, probando y errando una y otra vez diferentes ingenios tecnológicos para resistir la temperatura, ver a una escaladora y espeleóloga con décadas de experiencia derrumbándose y rompiendo a llorar, tratando de mantener la compostura para no derrochar líquidos... Una película estupenda rodada en un decorado onírico, muy entretenido todo.

jueves, 28 de julio de 2011

Crónicas de Pafman: En la Tierra Mediocre (Joaquín Cera, 2011)


Qué pena tan grande, qué miseria, si realmente éste ha sido el final de Pafman, como aseguraba su autor meses antes de la publicación de este volumen. Sus fans antediluvianos nos merecíamos algo mejor, un colorido festín de cómic-Z en Logroño City, con superhéroes, calvorotas con gafas, gadgets jamesbondianos, costumbrismo bruguera, mil chistes por viñeta y toda la parafernalia habitual. Se ve que Cera tenía ganas de hacer risas a costa de la espada y brujería, y aquí hay material de sobra (la fauna mitológica absurda, las coñas con las transcripciones élficas y la propia condición sexual de los elfos, los "puntos de vida", el lanzamiento de dados, los guiños torpes a Tolkien o a Conan...), pero un tebeo de Bruguera en blanco y negro es intolerable, y sacar a Pafman del universo de Pafman, si no es para volver a él sino, como parece, para despedirle del fandom para siempre, me ha resultado doloroso y va a dejar un regusto amargo. No sé si arrastrado por ese sentimiento de pérdida, del inminente fin del personaje, algunos chistes se me hacían incluso tristes, y no he sido capaz de disfrutar demasiado con esto.

I'm still here (Casey Affleck, 2010)


Me he reído bastante. Pero es que si hay películas que envejecen mal, este falso documental, provocador y brillante en su concepción, quedó inoculado y completamente absurdo al cabo de media hora. Y en el momento que sabes que Casey Affleck está tras la cámara dando la tabarra y disimulando lo indisimulable se convierte en una cosa casi molesta. Atendiendo a su desarrollo como quien mira una pantomima de cachondeo, encajando guiños del protagonista como digamos en "Borat", todavía hubiese tenido cierto fuste. Pero ver a Joaquin llevando hasta extremos indecibles la payasada, pese al vapuleo casi involuntario de todo un David Letterman (que intenta ocultar malamente que le da lo mismo si el barbas se ha echado a perder o está tomándole el pelo; es que le da igual, como al grueso de espectadores) da un poco de grima. Pero insisto, yo todavía me he reído bastante, un año después, y hay momentos que se salvan de la quema. Me ha parecido un experimento fallido pero valiente, respetuoso dentro de lo que cabe y con un mínimo de originalidad. Pero sobre todo fallido, obsoleto en estos tiempos que corren en los que el hoax dura dos twits.

miércoles, 27 de julio de 2011

El misterio de la guía de ferrocarriles (Agathe Christie, 1936)


Desconocía la labor de traductor que había ejercido J. Mallorquí para la Editorial Molino durante los años 50, y ver su nombre asociado a esta labor en este ejemplar me llamó bastante la atención. ¡Como si no hubiera tenido bastante Mallorquí con su producción propia! Otra de las cosas más sorprendentes de esta novela, y de la producción de Agatha Christie, es su "crueldad", su vehemencia a la hora de tratar asuntos relacionados con el crimen, la mente del criminal, la sangre. Una vehemencia, humor negro e incorrección política que es lo que hacía grandes estas historias, y la acercaban, dentro de la literatura popular, más a Stevenson o Hitchcock que a Zane Grey. En este caso el ínclito Hercules Poirot sigue la pista de un asesino en serie, que está sembrando de cadáveres los alrededores de Londres. Primero fue Alicia Ascher, en Andover; después vino Betty Barnard, en Bexhill-On-Sea; a continuación, el anciano adinerado Carmichael Clarke, en la mansión Combeside de Churston... : "¡Tres muertes! ¿Qué importancia tiene eso si cada semana mueren por estas carreteras más de ciento cuarenta personas?", dice Poirot hacia la mitad de la trama frotándose las manos a la espera de un cuarto asesinato que sacie su sed de intrigas y pesquisas... Y cada pocas semanas, un nuevo fiambre, sin conexión ni rasgos comunes entre sí, ni un mismo modus operandi. La única pista, la aparición en cada escenario de una guía de ferrocarriles de la marca ABC, y la megalomanía del asesino, que le incita a envía cartas al detective Poirot, firmando como A.B.C., antes de cada crimen. La narración, en boca del íntimo amigo de Poirot, el retirado Capitán Hastings, está salpicada de sucesos al margen, que siguen el día a día de Alexander Bonaparte Cust, tratante de ropa femenina, a quien la autora presenta ante el lector como obvio y principal sospechoso de la exasperante masacre abecedárica; pero nada será lo que parece, y a Hercules la detención de A.B. Cust con infinidad de pruebas en su domicilio no le satisfará, ni mucho menos.

lunes, 25 de julio de 2011

Desgracia (J. M. Coetzee, 1999)


No soy precisamente lector habitual de grandes clásicos ni de literatura de peso. Me enfrenté durante la semana pasada, a base de largos sorbos espaciados, en la intimidad, a esta obra maestra del premio Nobel Coetzee, y ha sido una experiencia apasionada y turbadora. "Desgracia" es una historia sencilla y narrada de manera lineal y directa, descarnada, sobre un provecto profesor universitario (David Lurie) que se enfrenta al dedo acusador de toda Sudáfrica Occidental después de una aventura con una joven alumna, que le denuncia ante el rectorado forzando su marcha de la facultad y su exilio en el campo, junto a su hija Lucy, su camada de perros y sus asilvestrados vecinos. Es la historia de la caída en desgracia de un hombre normal, que decide encajar la que se le viene encima de manera cínica y pragmática: "Con franqueza, entiendo que lo que desean de mí no es una respuesta, sino una confesión. Pues bien: no he de confesar. Expreso una súplica, y tengo derecho a hacerlo. Quiero que se me considere culpable de acuerdo con las acusaciones, esa es mi súplica ante esta comisión. Hasta ahí estoy dispuesto a llegar". El engranaje de la corrección política quiere al profesor Lurie arrastrándose y llorando para expiar sus pecados, pero el profesor Lurie simplemente se dejó llevar por sus deseos y se acostó con su alumna de mutuo acuerdo. El profesor Lurie asumirá de buena gana lo que la vida le traiga. Lo que le acontecerá en el campo junto a su hija es una verdadera tragedia. El respetable profesor Lurie dedicará entonces sus días a alimentar a los perros sarnosos que aguardan su cita con el matarife. Vivir como un perro junto a perros abandonados y moribundos, a los que nadie desea. Perros sin nombre, con las piernas secas como mojama. A duras penas avanza en la composición de una ópera sobre Lord Byron que le ronda por la cabeza durante los últimos años, al tiempo que deberá enfrentarse con la sinrazón, la hipocresía, el racismo, el machismo en que ha dejado sumido el Apartheid a la región. Las imágenes que evoca Coetzee son salvajes, descorazonadoras, poéticas, filosóficas y terriblemente brillantes. A los personajes se les huele el alma. David Lurie, de profesor a hombre-perro, componiendo ópera con un banjo rodeado de canes al filo de la inyección letal. El ser humano degradado a bestezuela, tan lejos de la mano de Dios como esto es posible. Hacía mucho tiempo que no me encontraba una obra con todas las palabras tan bien puestas cada una en su sitio, que te apriete tanto de los bajos, y con tanta poesía: "Se estremece como si un ganso acabara de pisar su tumba", expresa Coetzee la reacción de David ante las palabras de su hija, al día siguiente de la "Desgracia" en la granja. Una lectura breve pero palpitante y con un final que me sentó como un tiro a bocajarro.

viernes, 22 de julio de 2011

Torrente 4: Lethal crisis (Santiago Segura, 2011)


El último DVDRip de Segura es inenarrable, obsceno, insultante. Dios sabe bien que quería echarme unas risas con el gorderas de Torrente, que Segura me cae bien, ¡amiguete!, Paquirrín también, y que "Torrente: El brazo tonto de la ley" me parece una gran película. Pero esta secuela es de juzgado de guardia. De insultar a Segura por la calle. No hay guión, no hay un solo chiste, ni un papel que sorprenda ni un cameo medianamente original. No hay nada. De nada. Nada nada nada. Torrente se va tirando pedos y diciendo cosas sin gracia en prostíbulos hasta que le contrata un malo para que mate a un ricachón. Pero era una trampa, y el ricachón ya estaba muerto. Aparece la policía y enchironan a Torrente. Al cabo de una hora (minuto 63 concretamente) de clichés subnormales en la prisión, Torrente huye de la cárcel y busca venganza. El malo que le había vendido le da el nombre del jefazo, le llaman y concertan un rescate por las fotos de su hija, que casualmente las tiene Torrente desde el minuto 1 de película. Se efectúa el intercambio en el Centro Comercial Plenilunio, pero aún así les intentan matar, así que se produce una explosión, persecuciones y mueren todos. Torrente vuelve a la cárcel por quitarle un polo a un niño, y en la cárcel los presos se ponen todos a bailar una coreografía multitudinaria. Bueno, dos, casi diez minutos de número musical, primero con la canción del Fary y luego con una de Bisbal. El chiste recurrente es que Torrente se tira un pedo en la mano y se lo da a oler a Paquirrín. Lo hacen 5 veces. Y "lo de las pajillas" lo rememoran cuatro veces. Qué más... Salen por lo menos 50 extras en tetas, en eso también hay más nivel. Sale Pablo Motos haciendo de marica durante dos segundos junto a Flo. Salen varios famosos de Telecinco que no sé cómo se llaman. En fin. Terrible. Un sofoco. A años luz de las tres anteriores, que ya es decir. Qué vergüenza ajena, qué mal rollo todo...

jueves, 21 de julio de 2011

Action family (Gary Weis, 1986) / FDR: A one man show (Matt Wickline, 1987)


A pesar de que para buena parte de mi generación Chris Elliott es un coloso, un paladín, de alguna manera su carrera nunca ha terminado de despegar, y no sé hasta qué punto a un cómico de su talento le sienta bien ser un icono de culto, hasta qué punto Chris Elliott no envidia aunque sea un poco la carrera de Jim Carrey o la de Ben Stiller. Que aquí un pobretón madrileño considere Get a life y Eagleheart sendos manuales de la comedia perfecta, piezas de la cultura popular norteamericana esculpidas en oro en el corazón, no le da de comer. Ni sus papeles secundarios con los Farrelly, ni haberse pasado toda una década rodando sketches en el show de David Letterman le terminaron de sacar del anonimato generalizado. Elliott tiene en su curriculum roles geniales en comedias intemporales (nunca mejor dicho) como "Atrapado en el tiempo", o "Algo pasa con Mary", tiene el careto y los gestos más graciosos de su generación, y se le rinde tributo en series de gran éxito actuales como How I met your mother. Pero sigo pensando que debe acarrear cierta sensación de haber fracasado, o al menos eso me transmite. Gran parte de la culpa sin duda la tienen "Cabin boy", y sobre todo que Get a life no haya vuelto a ser distribuida ni emitida en condiciones, y probablemente esto no sea posible hasta que venzan los derechos de autor de su banda sonora, dentro de unos treinta años... Toda una desgracia. Chris Elliott es un genio incomprendido, que probablemente viva muy por debajo de sus posibilidades (no me refiero económicamente, que no tengo ni idea; sino al reconocimiento mundial que merece y no parece llegarle nunca). Eagleheart, nos ha devuelto a muchos las esperanzas de que se haga justicia. Además, en Eagleheart se nota que Elliott ha visto realizado su sueño de llevar dignamente a la pequeña pantalla todo lo bueno que había en algunos de sus mejores spoofs en Letterman, como Skink, the bounty hunter, Fugitive guy o su puesta de largo en solitario Action family.
Precisamente Action family es otro de sus viejos y olvidados proyectos que fueron distribuidos en los ochenta, en un VHS inencontrable junto con FDR: A one man show, sendos especiales para la televisión norteamericana que me he tragado estos días.
Action family era un concepto jugoso, pero que por algún motivo no funcionó. Elliott trató con este piloto fallido de parodiar por primera vez las series de detectives de sobremesa tipo Columbo (tal y como ahora ha conseguido plenamente con Eagleheart triturando Walker, Texas Ranger), combinándola de paso con otra excelente parodia de las sitcoms familiares más lerdas y conservadoras, como The Brady Bunch o La hora de Bill Cosby. Elliott viste en Action family horrorosos jerseys de cuello de pico al más puro estilo Cosby, y la cabecera del programa se burlaba de la clásica entrada de La tribu de los Brady. A partir de ahí, tenemos a un barbilampiño padre de familia que tiene una doble vida como héroe de acción, casado con una vieja chocha, con dos niños muy pequeñitos y una adolescente desnudista que se lía con un motero al que será el primero en investigar, como sospechoso de asesinato. El programa está lleno de golpes de efecto y humor absurdo marca de la casa; pero algo raro pasa: el ritmo se resiente, los chistes hay que rebuscarlos bajo largas hondonadas de diálogos lentos y un número musical con una puesta en escena que puede hacer gracia durante los primeros segundos, pero al minuto diez ya da cosa.
En cuanto a FDR: A one man show, se trata de una suerte de Estudio 1 para la tercera edad que me ha dejado un poco pasmado. Chris Elliott disfrazado del anciano expresidente Franklyn Delano Roosevelt, repasa la biografía de éste ante una platea de ancianos sonrosados. La juventud y la carrera política del Delano son expuestas brillantemente por Elliott, demostrando su faceta de actor metódico, todoterrreno y preciso. Lo que pasa es que no tiene gracia. O hay que conocer a fondo la vida del expresidente para comprender por qué las ancianitas del público sonreían tanto y daban palmetadas a ratos de tanto reír. Porque nada es gracioso. Elliott se deja la piel narrando la vida de FDR por etapas, se viste y desviste, danza por el escenario, y no entiendo nada. El momento más simpático es durante el entreacto, un falso descanso en el que Elliott permanece en el escenario, increpa a los espectadores y se deja maquillar por su padre, el Maestro Bob Elliott, que le deja la cara hecha un cromo. El espectáculo, que decir surrealista sería quedarse corto, termina con Elliott rompiendo una sandía con un martillo gigante, un golpe de efecto que tampoco he entendido muy bien si se trataba de un homenaje al stand-up clásico de un tal Gallagher, que por lo visto se hizo famoso por eso mismo (le conocí hace poco gracias a un número de Bill Hicks en el que se burlaba de Gallagher, para luego terminar igualmente su show martilleando una sandía y pringando a todo el público). En esta versión de Chris Elliott, encima, la decrépita audiencia se cubre con un plástico, lo cual me ha parecido una metáfora del espectáculo completo. Maldita la gracia y el sentido de todo, pero ojo: Elliott actúa y evoluciona de forma espectacular, las cosas como son.

El Padrino (Electronic Arts, 2006; PS2)


Los videojuegos no son uno de mis vicios precisamente. Supongo que me gusta ser espectador pasivo de lo que transcurre a través de la pantalla, y no tengo paciencia para andar dándole a los botones. En los últimos diez años solo recuerdo haber jugando algunos días a un par de cosas: la saga Tomb Raider, la saga GTA y el Pro. Y quizá algún jueguito en Flash, ideales para la resaca. No me entretiene jugar solo, me canso enseguida. Pero se me estropeó la TDT y se me escacharró la conexión a internet, todo a la vez, en pleno fin de semana de julio, sin planes a la vista; así que me acerqué el otro día a una tienda de segunda mano a ver si me recomendaban algo. Éste "El Padrino" sigue exatamente el mismo patrón que el Grand Theft Auto, y ofrece completa libertad de movimientos. Eres un mafioso cabronías que tiene que ascender escalones dentro de los Corleone, cumplir misiones a lo largo y ancho del NY de los años 40 disparando, conduciendo, avanzando a través de los callejones, extorsionando a tenderos, trabajándote a las meretrices, asustando al personal, y sobre todo cargándote a las familias rivales para hacerte con el control de toda la ciudad. Ahora mismo, después de unas 10 horas de juego real a lo largo de toda la semana pasada, estoy en plena misión de internamiento silencioso en las residencias de los capos rivales. Ya he conseguido volar la mansión de los Berzetti. Las misiones de internamiento silencioso, paciente, eliminando guardias uno por uno, con mimo y estrategia, son mis favoritas. Provocar el caos a discreción me pone más nervioso.
No soy tampoco, lo reconozco, el mayor fan de la saga de Coppola. Pero tiene su gracia cómo tu papel en el juego se adscribe a las elipsis de la película. Por ejemplo, una de las misiones consiste en escabullirse dentro de la mansión del productor de Hollywood, junto con Monk Malone, decapitar al caballo y meter silenciosamente su cabeza en la cama. Eres también el sicario que se encarga de ir eliminando a todos los capos rivales y soplones de la Familia Corleone, que en la película no se menciona, ni importa tampoco, quién fue el ejecutor. Mira que me obsesioné en su día, y ahí sigo de vez en cuando, con el GTA Vice City; pues siendo éste un clon de aquél, y pese a sus carencias (visualmente el de Rockstar es impecable, apabullante), estoy disfrutando muchísimo de los paseos por un Nueva York sepia, conduciendo coches de época, a ritmo de Nino Rota. Como soy ajeno a todo este asunto, soy muy impresionable. Me queda entretenimiento hasta navidades, calculo. Todo bien.

Versos etílicos (Pepe Rueda, 1994)


Pepe era un "personaje de Malasaña". Un artista brut, poeta urbano, un menda con bigote y gorro que se paseaba por el barrio regalando poemas a cambio de la voluntad. Uno de tantos. Como el falso sordomudo de Lavapiés o el solitario de la carpeta al sobaco. Un personaje del barrio como puedan ser el tonto de Sanfrancisco, la Elvira, el Pele (qepd), los hermanos redneck lobotomizados por el CSIC (algún día tengo que investigar esto) o la fauna sintecho. Pepo murió hace algunos años, y el otro día cayó en mis manos "Versos etílicos", una simpática recopilación de algunas de sus poesías (unas cincuenta) dedicadas al beber. Vino, cerveza, bares, camareros, picaresca, curdas, esas cosas. Con un gran sentido del humor y rimas fáciles, correctas y efectivas, una lectura agradable, salpicada de dibujitos ajenos y prologado por el omnipresente Moncho Alpuente. Un librito hermoso, ameno y que atesoraré gustoso.

viernes, 15 de julio de 2011

Attack of the killer B-movies (Frank Conniff, Cassandra Peterson, 1995)


Tuve esto de fondo sin prestar demasiada atención. Es un bizarro especial juvenil que emitió la NBC en 1995, que venía a ser un cruce entre el Mystery Science Theatre 2000 y las sitcom de moda en la época, presentado por Elvira. Un fiasco absoluto, una aberración fílmica pero una curiosidad simpática como un piano. Quien no sea fetichista de Elvira no es un hombre. Aquí tenemos a Elvira presentando el asunto (y supuestamente escribiendo sus propias líneas de diálogo) desde un salón en el que ha secuestrado a un puñado de adolescentes conocidos de la pequeña pantalla para que no quiten ojo del maratón de películas zetosas que se va a emitir a continuación. Uno de los chavales no es otro que Screech, el de Salvados por la campana. Y el programa consiste en tragarnos, coloreadas y recortadas para que solo haya escenas trepidantes, un puñado de películas de género de los 50s ("The Wasp Woman", "Monster from the Green Hell", "The Navy Vs. The Night Monsters" y "Killers From Space"), mientras los chavales y la tetona se hacen los graciosos de vez en cuando. Una cosa curiosa y tan übernostálgica que te estalla la cabeza.

Popaganda: The art and crimes of Ron English (Pedro Carvajal, 2005)


Documento filmado a mayor gloria de Ron English, mi pintor favorito, que aquí aparece casi todo el rato rajando o bien envejeciendo en la sucesión de imágenes de archivo. Durante toda la primera parte, vemos a English como un activista del street-art, pegando carteles de manera furtiva por todos los rincones de NY, saboteando propaganda de las grandes corporaciones y siendo a veces acompañado al cuartelillo, durante toda la década de los noventa. El desfile de cartelones de English en las calles neoyorkinas, que nunca había visto, es apabullante, y genial como siempre. Joe Camel y el gordopilo de McDonald's están ahí ya como sus primeros personajes. En esta primera mitad aparecen también tipos como Shepard Fairey, el autor de los pósters y pegatinas de "Obey" y el rostro esbozado de André el Gigante, o la Billboard Liberation Front, un grupo de encapuchados que se dedicaban a boicotear la publicidad callejera gigante y omnipresente con mensajes irónicos o indicaciones honestas sobre lo que en realidad hay detrás de los productos anunciados. Alrededor de estas imágenes, English y otros allegados (Rob't Williams y Morgan Spurlock entre ellos) reflexionan sobre la hipocresía capitalista y se apologiza sobre el arte democrático y gratuito en mitad de las calles... pero lo bonito, por suerte, son las imágenes, los mil y un cartelazos de Ron English. También vemos una entrevista televisiva (en The Morton Downey Jr. Show) donde se presenta a un joven Ron como un "artista ilegal"; y un poco más allá, tenemos a Ronald de nuevo en televisión, en una especie de "Las tardes con Helena", hablando de sus cosas y sobre todo prometiéndole a su esposa que va a abandonar definitivamente su obsesión por colgar carteles por las calles y jugarse la piel a diario. Aquí comienza aproximadamente la segunda parte del documental, donde se repasa la ya fulgurante carrera de English como pintor multimillonario. Las galerías de arte más exclusivas, la prensa volcada con él, considerado cabecilla del avant-garde y el pop art, el ascenso hacia el éxito masivo. Aquí vemos por ejemplo a Slash, uno de los millonarios clientes de English (tengo entendido que Johnny Depp por ejemplo también tiene una buena pinacoteca de originales del californiano), hablando sobre qué admira tanto del pintor. Conferencias, publicaciones, la Marilyn con tetas disneyanas, los payasitos fluorescentes fumando, los miles de estudios pop alrededor del Gernika, la desaforada pasión por el lienzo colorista para unos pocos iluminados millonetis y esnobs de la Gran Manzana, la fama en definitiva. En un momento dado, y esto es de lo que me ha parecido más interesante de todo, Ron enseña algunas de las fotografías que hacía de joven, antes de centrarse a la pintura. Hacía fotografías en blanco y negro muy locas, jugando con los objetos y la perspectiva a medio camino entre Dalí y Chema Madoz, me han gustado mucho estas imágenes, y no las encuentro por internet. También tuvo un pasado como realizador de cortometrajes cutres de género, que también quedan muy graciosos en el conjunto.
A destacar también la música del documental, que además de contar con bastante música del propio English (temas de su banda Tripping Daisies, de Hyperjinx Tricycle —su proyecto junto a Daniel Johnston y Jack Medicine— o a sus hijas —como The Sutcliffes— versionando Rock and Roll McDonald's del locatis Wesley Willis) y amigos artistas allegados, suena bastante música ajena sobre las pinturas de English, mucho Daniel Johnston y The Dandy Warhols, y eso está bien.

miércoles, 13 de julio de 2011

Bill Hicks - Sane man (1989)


Me he estado dando estos días un atracón de videos de Bill Hicks insano. Conocía bastante bien al personaje, y había visto videos suyos antes, y sobre todo leído bastante sobre él. Pero no ha sido hasta esta semana cuando me he convertido definitivamente. En youtube hay docenas de actuaciones suyas. Videos completos subtitulados del comienzo de su carrera, rutinas en distintos garitos infectos de EEUU, con camareras pasando ante la cámara con la bandeja y el mismo tipo de clientela que asiste a locales de strip-tease. Locales sórdidos sin otra decoración en las paredes que un juego de enchufes y una mancha de vómito seco, o pequeños escenarios con un póster de un skyline. Y también apariciones en Letterman, en el show de Rodney Dangerfield o Dennis Miller, y entrevistas breves en distintos lugares. Existe incluso un video de dos horas y media con actuaciones extrañas, una de ellas desde una especie de Infierno de atrezzo, que no sé exactamente de qué cinta proviene. También hay alguna aparición estelar en festivales europeos o australianos, donde era más querido. Porque Hicks fue ignorado masiva y sistemáticamente en su país, cuando no vilipendiado o atacado por las cosas que decía, y la forma tan intensa y directa como las decía. Actúa con la única ayuda de un micro, un taburete y ocasionalmente un pitillo encendido. El tabaco era uno de sus temas favoritos, sobre la hipocresía que representa que el tabaco y el alcohol estén permitidos y nos bombardeen con publicidad, y que otras drogas menos peligrosas sean ilegales. Chistes sobre estar colocado, sobre no fumadores, sobre fundamentalistas cristianos e integristas antitabaco. Chistes sobre fumadores compulsivos que fuman acercándose el cígar a su traqueotomía. "¿Un paquete al día? Tú eres un mierda, yo voy por dos mecheros al día". Hicks murió de cáncer linfático en 1996, a los 31 años de edad. Todo un drama. En sus shows decía cosas como "Eh, no fumadores, tengo una mala noticia para vosotros: vais a morir. Lamento fastidiaros vuestra fantasía de vida eterna". Sexo, drogas y rock and roll eran algunas de sus temáticas favoritas. La pornografía censurada en los hoteles, donde pagas por mirar el primer plano del culo peludo de un menda agitándose; la imiatación de dos gemelas menores de edad del anuncio de chicles Wrigley's comiéndose el sexo la una a la otra; Randy Pan, el Chico Cabra, uno de sus personajes recurrentes, un jodido pervertido. El asesinato de Kennedy, aliens, los mensajes subliminales en los discos de Judas Priest, las elecciones sospechosas y conspiraciones son otro de sus temas favoritos. Mirar a Hicks en 1990 haciendo chistes sobre el video de Zapruder, burlarse de Reagan, de Bush Sr., de todos los cristianos en general ("¿Sabéis lo que me parece rarísimo? Los cristianos que están en contra de la pena de muerte. Joder, si no fuera por la pena de muerte no tendríamos a Jesucristo".), es una experiencia increíble. Es una refrescante ensalada de referencias a la cultura popular de los años de Reagan, Bush y Clinton, aliñada con mala hostia y efectos especiales y onomatopeyas. Imposible dejar de mirar, de escuchar, de aprender y sobre todo de reír. Es como mirar a un loco encima de una caja de fruta en mitad de la Gran Vía, vilipendiando a voz en grito al Papa, a Dan Quayle, a todos los hipócritas y sinvergüenzas. En fin, me he empapado de Bill Hicks, pero no me ha saturado. Es cierto que tras ver unas cuantas actuaciones, decepciona comprobar que hacía exactamente las mismas rutinas en 1984 que en 1994, practicamente. Algunos de sus mejores chistes estaban ahí siempre, y he visto repetidas las mismas coñas varias veces. Siempre funciona, pero pensaba que Hicks improvisaría todo el tiempo, que sería una especie de Mesías, de redentor incontestable. Y lo suyo no era más que un show ensayado hasta la saciedad. Se dice que Hicks actuaba 300 veces al año. Así tiene tantos chistes sobre rednecks y sobre viajes en tren o en avión. He estado viendo a Hicks envejecer ante mí, a lo largo de tantas sesiones de stand-up que me he tragado. Podría hacerle una biografía bastante completa. Era un tipo fascinante. Me hace ilusión comprobar que sus últimas actuaciones terminaban con música de Rage Against The Machine. Además de todas las cosas que dice sobre políticos, hipócritas, fascistas, músicos descafeinados de radiofórmula, católicos, millonarios del show business sin talento y demás gentuza, lo de fundar un partido de "gente que odia a la gente", todos sus irrebatibles argumentos y lecciones sobre cómo funciona este mundo, disfrazadas de chistes... Entre todas esas cosas que hicieron de Hicks el genio que será recordado, y que tanto me fascinan por cuánta razón tienen y cuán de acuerdo estoy con él, me puso los pelos de punta un chiste que cuenta sobre cuando trabajaba en una zapatería, y las mujeres se probaban los zapatos levantando los pies, dejando ver todo entre sus faldas, como si el dependiente que está debajo abriendo cajas de zapatos fuese un tipo asexuado. Joder, yo también trabajé en una zapatería, y había olvidado eso. Veía casi más ropa interior que zapatos, en aquellos tiempos. En fin, un genio. La actuación que he destacado es la más completa, pero hay muchísimas más, más de 20 horas de Hicks y al menos la mitad se encuentran también subtituladas.

domingo, 10 de julio de 2011

Wolverine vs. The X-Men (Wolverine vol. 4, 6-8; 2011)


Esto es increíble. Lo que está haciendo Jason Aaron en la etapa actual de Lobezno es soberbio, maravilloso, inenarrable. Habíamos dejado a Logan abandonando el Infierno, y volviendo a su lugar entre los vivos. Pero cuando regresa, se encuentra con que su cuerpo sigue poseído por los demonios que lo utilizaran para atacar a sus amigos mientras estaba en los dominios de Lucifer. Así que, en estos tres números, tenemos a Lobezno librando una batalla colosal contra sus demonios interiores, y a todo un ejército de héroes tratando de detenerle de la forma más efectiva posible, sea vivo o muerto. Así de sencillo.
Hellstorm, Mística y los dos Motoristas Fantasma (no sigo sus series, pero supongo que seguirán siendo Johnny Blaze y Danny Ketch; joder, ¿por qué recuerdo estos nombres de personajes de Marvel, y no retengo los datos importantes, los que le hacen a uno prosperar en la vida? En fin...) habían devuelto a Lobezno del Averno, pero ahora queda exorcizarle, y para eso acaban de llegar los capos. Cíclope, Emma Frost, Magneto (me sigue jodiendo que Magneto vaya ahora de niño bueno) y Namor van a detener a Lobezno como sea, golpeándole con todo, y si fuese necesario matándolo, porque no puede ir un tipo tan peligroso como Lobezno por ahí domeñado por bestias demoníacas. Pero en esto que aparece el resto de la caballería, la compañía femenina de toda la historia de Lobezno, para paliar un poco las cosas, y hacer un nuevo intento psíquico, en comandita, para derrotar a sus demonios interiores. Están casi todas las que han sido: Tormenta, Júbilo, Kitty Pride, Pícara y la nueva churri, la tal Melita Garner. Se llevan a Lobezno dentro de los límites de la isla de Utopía, y se meten dentro de su cabeza, a ver si hay posibilidad de salvarlo.
Las escenas que transcurren dentro del cerebro de Lobezno, debatiéndose entre la vida y la muerte contra una maraña de demonios, son formidables (antes de que se me olvide: lo pinta todo Daniel Acuña; sí, el español, el de Claus & Simon, que está inconmensurable). No solo asistimos a un despliegue de "Lobeznos de la mente" nostálgico y apabullante, con todas las reencarnaciones posibles del héroe trinchando bestezuelas infernales (están el Lobezno de Arma-X, el samurai, el de la primera aparición en Hulk hace 35 años, el que se quedó hecho trizas tras la Era de Apocalipsis, el propio Jinete de Apocalipsis, Parche, el soldado, el samurai...), sino que además vemos cómo las mozas, para ayudarle en su lucha al límite de la cordura, van llamando a distintas puertas de su memoria, y desentrañando recuerdos dolorosos. En el rincón de las "fantasías sexuales" están, excitantes y sensuales, Mística, Emma, Espiral, Meggan y Venom; Melita se asoma a la puerta de las "esperanzas y sueños" de Logan, y se encuentra a un futuro Lobezno felizmente junto a Jean Grey; "Secretos de Arma-X", "Por qué me odio a mí mismo", "X-Men con las que he tenido sexo", "Gente que debo matar antes de morir"... Recovecos que se van abriendo y que a todo fan de base del mutante canadiense le ponen los pelos de punta. Y dentro de su mente, Lobezno se reencuentra con Kurt Wagner, y con Jeanie.
Además, parece que no es la misma Jeanie. Pero Logan mantiene una conversación con una pelirroja que se parece mucho a Jeanie, que me ha llegado a emocionar, y todo. Quizá sea la pelirroja de Origin, o tal vez es la misma Jeanie. Fuera de su cabeza, los líderes Illuminati de los mutantes están a punto de tomar la drástica decisión de liquidar definitivamente a Lobezno, que poseído por los demonios ha adquirido además unos poderes imparables, y ha acabado con Namor y casi con todos los demás. Aparecen por ahí el Dr. Nemesis y Fantomex (estos me sobraban, no tienen ningún peso sentimental en todo esto) para debilitar la salud de Logan, y que Cíclope le de el toque de gracia. Cíclope apunta a Lobezno, decidido a destruirle. Pero Lobezno, agazapado, retorciéndose de dolor y luchando contra los demonios, deja escapar un quejido y una palabra casi inaudible, que Summers apenas consigue escuchar a través de los gruñidos de los demonios: "Jean"...
Y Lobezno, por fin, se recompone, justo antes de que un sorprendido y descompuesto Cíclope le convierta en fosfatina. Ahora es Logan el que habla. Ha vencido, y necesita unas cervezas.
De vuelta a Utopía, Summers se acerca a Logan, pero no es el momento de aclarar nada. Logan tiene una nueva misión. Dentro de su cerebro hay muchas cosas que recomponer, y sobre todo una puerta que cerrar definitivamente. Una que dice "Venganza".
Me la ha puesto dura. Veintipico años leyendo aventuras de Lobezno han pasado ante mis ojos en apenas sesenta páginas de historia, que no me he resistido a contar aquí para acordarme en adelante. Brutal todo esto, magnífico, qué contento y a gusto me he quedado. En algún momento me he acordado de Claremont, y éste hubiera salido perdiendo, su mensaje probablemente se hubiese diluído entre inacabables diálogos, y le faltarían las toneladas de humor y los guiños al fan que destila aquí Aaron. Que se quede por siempre, que es el nuevo mejor escritor de superhéroes del mundo.

My sex robot (2010)


Espeluznante documental de Sky One sobre tipos foreveralone que follan con máquinas. Un par de inventores locatis modernos (uno de ellos felizmente casado además) ponen todos sus esfuerzos diarios en fabricar maniquíes femeninos que responden a la voz humana y se contonean cuando les besas o les penetras. Otros son simples peatones obsesionados con tener por novia a un ser inerte futurista, lo más parecido posible a una actriz porno, pero con el alma de metal, para follar sin parar sin que a la parienta le duela la cabeza, te ponga los cuernos ni te moleste durante la Superbowl. Asistimos a la presentación en sociedad (durante una convención erótica, ante las risotadas de un puñado de pajeros) de una de las robotas, un muñecajo de setenta kilos que va en silla de ruedas y se le desmonta la cabeza todo el rato, con cara de hombre y una peluca rubia que da muchísima grima; tiene una lengua gorda como de vaca, dice algunas frases programadas y comparte tanto afecto como un Furby, pero además le puedes follar por la boca, la vagina o el ano y hace como que le gusta. Uno de los obesos amantes de los roboces está desesperado por encontrar a la mujer perfecta, y está cansado de los real dolls inmóviles, que debe ser como trincarse cadáveres. Sería más bonito si ellas al menos pestañearan o moviesen la muñeca arriba y abajo con tu polla en medio, aunque solo tengan un movimiento, como los He-Man. Sueña con eso y no le importa insistir ante las cámaras en que ni las mujeres ni los hombres son para él. En fin, una cosa muy sórdida y muy curiosa ésta de la subcultura post-ciberfuck. Está bien saber que tenemos al menos a dos ancianos chiflados de la América Profunda trabajando en mejorar nuestras relaciones sexuales.

Wolverine 5.1 (2011)


Varias de las colecciones principales de Marvel, en febrero pasado salieron al mercado por duplicado: un número de la colección regular, y otro con la numeración ampliada a ".1". Un evento, éste del "punto uno", que vino a ser una especie de reflexión y de puesta a punto de las colecciones, para atraer a lectores nuevos, y que al mismo tiempo indicase cuál va a ser el camino a seguir durante el próximo año. En el caso de Wolverine 5.1, se trata de una de esas historias autoconclusivas que tanto me gustan de Lobezno, sencillas y que se pueden leer sueltas en cualquier momento. En este caso va sobre una fiesta sorpresa que le está preparando la ingenua de su nueva novia, Melita, en un refugio de montaña en mitad del nevado Yukón. Ha invitado a un montón de amigos superheroicos de Lobezno, miembros de X-Men o Alpha Flight, Power Man, Masacre o los 4 Fantásticos. Algunos han declinado asistir, como Cíclope o la Dama Blanca, y a Spider-man nadie le ha avisado y se pasea por una mansión de los Vengadores desangelada. Todos le han regalado botellas de whisky, y suenan los Rolling Stones mientras Melita espera a que Lobezno se emocione al abrir la puerta de casa, sin caer en la cuenta de que se olerá literalmente la sorpresa a kilómetros de distancia. Todo es muy emotivo y algunos detalles de Aaron como los citados son muy graciosos; y sabemos más cosas sobre Melita, como que ha investigado por su cuenta y descubierto cuándo es realmente el cumpleaños de Lobezno, y que él mismo estaba equivocado.
Lo que pasa es que Lobezno, en lugar de ir a casa, se cruza con una pareja de hermanos paletos maníacos asesinos, que tienen secuestrado a un desgraciado camionero. Lobezno se pasa toda la noche dándose de hostias con los orondos criminales, y finalmente les lleva a comisaría. Cuando vuelve a casa, todos se han ido, y el camionero se pone las botas con los restos. En el epílogo (y supongo que aquí se cumple la directriz del evento "punto uno", y sabemos qué nos contará Aaron próximamente) descubrimos que unos ninjas de La Mano asaltan la comisaría local y sacan de allí a los dos psicópatas.
El dibujo es de un desconocido Jefte Palo (risas), guapísimo, que me recuerda a Mark Texeira y que pinta a Lobezno muy gracioso con el pelo de punta.

Wolverine se va al infierno (Wolverin vol. 4, 1-5; 2010)


A finales del año pasado, la colección regular de Lobezno se reseteó nuevamente, por segunda vez, dando origen al volumen 4 de la colección. El primer volumen es la vieja miniserie de 4 números de Chris Claremont y Frank Miller (el famoso tomo de "Extra superhéroes" en España), donde pudimos ver a Lobezno por primera vez en solitario, y la triste historia de Mariko en Japón; el vol. 2 sería la colección regular normal, desde noviembre de 1988, con un primer equipo creativo formado por Claremont y John Buscema (tuvo un prólogo seriado en los primeros diez números de Marvel Comics Presents, dos meses antes), que se alargó durante 189 números y contó con arcos inigualables como los de Claremont y John Byrne, Larry Hama y Marc Silvestri (mi favorito), Hama y Adam Kubert, la Era y post-Era de Apocalipsis, Erik Larsen en solitario (unos números bien bonitos y que pasaron sin pena ni gloria), Liefeld en solitario (sin comentarios), Frank Tieri y Sean Chen (otra temporada magnífica) y varios palos de ciego hasta llegar a Greg Rucka y Darick Robertson, que a mi no me volvieron loco precisamente, y mira que soy fan de ambos. El tercer volumen se inició con estos mismos Rucka y Robertson, duró 74 números y contó con otro momento glorioso, mi segundo favorito después de los primeros tiempos y la etapa de Hama/Silvestri: el aterrizaje de Jason Aaron como guionista estrella, y Ron Garney como un poderoso remedo de Silvestri. Por el camino quedaron en este tercer volumen otros momentos grandiosos, como Humberto Ramos narrando el papel de Logan en Civil War, "Lobezno agente de S.H.I.E.L.D. de Mark Millar y John Romita Jr. (una historia correcta aunque creo que sobrevalorada), e historias cortas maravillosas, como la del impepinable Lobezno matando papanoeles en un centro comercial lleno de dinamita en Navidad, o la escalofriante fábula de Lobezno entre los nazis (Millar / Kaare Andrews).
Todo esto lo contaba para ponerme un poco de orden yo mismo también; y es que tenía abandonada la serie hacía unos meses, porque lo que ha pasado con el personaje en los últimos años ha sido un follón.
Jason Aaron se ha impuesto finalmente como guionista principal, y yo estoy contentísimo. Pero en los últimos 5 años más o menos ha habido un baile de guionistas, o más bien un equipo creativo rotativo auspiciado por Quesada, que han estado estirando y mareando la perdiz cosa mala. Marc Guggenheim bien, correcto (la saga lobeznosa de Civil War con Ramos, es suya), pero Daniel Way, otro de los guionistas estrella, se sacó de la manga una segunda colección regular de Lobezno (que cerró en el número 50) Wolverine Origins, que aunque me gustó bastate (sí, la he leído entera y es un empacho de nostalgia y saltos temporales muy simpático y correcto) empezó a poblar el universo de Lobi de mil y un personajes de su pasado, que complicó un montón el invento. Entre ellos, un hijo que aparece por arte de magia, Daken, que sustituye a Lobezno nada menos que en la colección principal; o X-23, una lobezna muy mona y a la que todavía no he pillado el punto. Y de paso, surgieron otras series y miniseries imposibles de seguir: Weapon-X (vol. 1 y 2), Wolverine: Weapon-X, la línea Ultimate First class, la serie regular de Daken, la serie regular de X-23, miniseries como para parar un tren... Y por si fuera poco, Lobezno sigue en las otras cien series de X-Men, X-Factor y también se ha unido a los Vengadores. Bueno, y Daken a los Dark Avengers. Y aparece a menudo por Spider-man, y por Punisher, y por Deadpool, y por todas partes. Hasta el gorro de Lobezno, el Lobezno malo y punk y la Lobezna. Imposible enterarse de nada.
Todo esto de antes lo he contado para ponerme un poco de orden yo mismo, que dios sabe que lo he intentado. Y como decía al principio, a finales de 2010 la colección regular comenzó de cero, y también se resetearon las series de Daken: Dark Wolverine y X-23. Y por si fuera poco, se añade una nueva serie regular, Wolverine: The best there is, que viene a cubrir el hueco de Origins, y que al menos intentará, de momento, ir por su cuenta, casi al margen de la continuidad (ya la liarán, ya) y con situaciones violentas y adultas aunque no forme parte realmente del sello MAX.
Bueno, pues así está la cosa. Ah, un dato importante: en Weapon-X: Wolverine conocimos a un nuevo personaje en la vida de Lobezno, Melita Garner, una periodista mestiza con la que se cruza por la calle sin querer, y que ahora es su novia oficial. Y los cinco primeros números de esta enésima andadura (que es a lo que venía en realidad, leñe), obra del gran Jason Aaron y un estupendo Renato Guedes, se han llevado a Lobezno a un sitio en el que no le habíamos visto nunca antes: el mismísimo Infierno. Un misterioso grupo de hijos de perra llamados The Red Right Hand (algo así como ninjas de La Mano exóticos, uno de ellos con máscara de lucha libre mexicana incluida) están buscando y liquidando a los mejores amigos de Lobi, y mandándoles al Infierno. Y de paso, con ayuda de Mística, liquidaron al pequeño canadiense también. Bueno, en realidad Satanás sólo se llevó su alma, y su cuerpo, poseido por el Mal, sigue en la Tierra enfrentándose a su seres queridos. Lobezno es torturado en el Averno durante lo que parecen millones de años, pero a él se la suda, escupe a Satán en la cara e incluso le arrebata su espada cetro. Mientras, en la Tierra, mueren viejos amigos como el Samurai de Plata y Mariko (ésta, por tercera o cuarta vez ya...) y se le aparecen en su nuevo destino infernal. A golpe de garras de hueso, y con ayuda de otro difundo viejo colega, el simpático Puck, logrará poner orden, marear un poco la jerarquía infernal y despedirse a hostias de su padre, John Howlett (hace ya diez años que se publicó la seminal Origin, la alucinante miniserie de Joe Quesada y Andy Kubert que vino a asentar la prehistoria de una santa vez, y a contarnos el verdadero origen de Lobezno allá por el siglo XIX; su nombre real no es Logan, sino James Howlett, y su papá era un borracho maltratador llamado John que ahora hemos descubierto que estaba en el infierno tan a gusto). Quedan varios flecos sueltos: qué pasará con John Wraith (ex-compañero de Lobi en Arma-X, sus años como soldado mercenario pre-X-Men), y quién diantres hay detrás de Red Right Hand.
Estos cinco números, bastante simpáticos y con un dibujo poderoso que recuerda bastante al mejor Leinil Yu, traen como complemento historias cortas con guión de Aaron y dibujantes mediocres invitados, donde vemos los ataques de La Mano Derecha Roja a diestro y siniestro, sin mayor enjundia.

viernes, 8 de julio de 2011

Batman: Ciudad del crimen (Detective Comics 801-814; 2005)


Descubrí a Ramón F. Bachs hace muchos años, cuando era adolescente y me enamoré de un tebeo independiente (Camaleón, 1996) en blanco y negro titulado Manticore, donde había mucha tía buena, aventuras y mitología. Del mismo rollo fue la miniserie Yinn, y otros tebeos sueltos que sacaba cada tantos meses para la fallida línea Laberinto de Forum (Saturn babe, algún one-shot para el Fanhunter de Piñol). El joven Ramón, alumno aventajado de la escuela Joso, me encantaba, con ese estilo cómico a medio camino entre Monteys y Bruce Timm. Me hizo mucha ilusión volver a encontrármele, hace ya pocos años, dibujando la magnífica serie Civil War: Frontline, el gran acontecimiento fin de siècle de los superhéroes Marvel visto a través de una redacción periodística. Pero pocos años antes de desembarcar en Marvel, había hecho unos cuantos números de relleno en DC, y entre otras cosas se ocupó del primer arco argumental de Detective Comics tras el nº 800. Fueron 12 números (el 809 y el 810 son ajenos a esta historia), con guiones nada menos que de David Lapham, premiado guionista famoso por su trabajo indie Stray Bullets.
La historia es (por supuesto) muy oscura y violenta, y transcurre en un barrio marginal de Gotham que se llama Crown Point, donde Batman se ve incapaz de poner orden y los niveles de delincuencia son insostenibles. Una noche tiene lugar un incendio, y sale a la luz una terrible polémica que atañe a un puñado de chicas embarazadas que permanecían encerradas en una habitación del edificio siniestrado, y que fallecen al instante. El incendio, así como la obsesión de Bruce Wayne/Batman por desentrañar el asunto (nos cuentan en un flashback al principio que se siente responsable directo, de forma un poco absurda, de la muerte de una joven, así que se tomará esto de las jóvenes embarazadas desaparecidas, de forma personal, para paliar su propio dolor), desencadenará una purga de responsabilidades que acabará con la vida de mafiosos, allegados e incluso políticos. Se suceden explosiones en despachos situados en lo más alto de algunos rascacielos de Gotham. Batman, incansable, persigue las huellas de alguien, en busca de Cassie Welles (¿casi hueles?), otra joven embarazada que ha desaparecido, y cuya madre se ha convertido en un estandarte televisivo de la lucha por la limpieza de Crown Point y de todo Gotham. Batman está en mitad de un fuego cruzado donde varias bandas luchan por librarse de las responsabilidades, y en mitad de una cruzada que se ha tomado como algo personal. Por ahí empieza a despuntar como principal sospechosa una sociedad secreta llamada El Cuerpo, compuesta por docenas de tipos extraños y silenciosos con máscaras ridículas en lugar de cabezas, que persiguen a Batman y Robin por doquier. También un contratista forzudo de Crown Point parece saber más de lo que dice. A lo largo de los 12 números pasan montones de cosas. El Comisario Gordon reaparece. Algunas personas están siendo suplantadas, rollo body snatchers, por figuras de tierra animadas. Batman se disfraza de mendigo para conocer a fondo la excrecencia de la vida en Crown Point. La espiral de chivos expiatorios llega hasta el Pingüino, Mr. Freeze o el Ventrílocuo, que mueren violentamente a lo largo de la historia.
Me ha gustado bastante esta historia, sobre todo el estilo de Bachs, que dibuja un Gotham que quita el sentido, y te sumerge en una historia sórdida y asfixiante, donde Batman apenas está pisando los talones a la acción, casi en elipsis entre las viñetas, o bien de paisano. Bachs además mete algunas coñitas (me fijo mucho en estas chorradas) como un graffiti de Chiquito de la Calzada en un callejón, un brick de Don Simón en una nevera o miembros de El Cuerpo con cabeza de Teleñecos. Muy entretenido y trepidante, incluso para el lector casual de DC como yo.

Inside job (Charles Ferguson, 2010)


Soy de natural disnumérxico, discalcúlico o como se diga, y se me hacen muy cuesta arriba los asuntos de economía mundial. Por eso había intentado ver esta película otras dos veces, y tuve que abandonarla cabizbajo porque no me enteraba de una mierda. Anoche me concentré mucho y acerqué el sillón de orejas hasta la tele, privándome de cualquier otro estímulo sensorial, y conseguí por fin terminar de ver "Inside job", otro de esos documentales viscerales sobre cómo nos venden la moto y lo mezquinos que son los poderosos (archivar al lado de los "Zeitgeist", los de Michael Moore, el de Naomi Klein, etc.). En este caso se trata de una película de terror, donde vemos desfilar, y en muchos casos contestar a las incómodas preguntas del director, con nombres y apellidos, a los responsables directos de que cientos de miles de puestos de trabajo, empresas y países enteros, se hayan ido a pique en estos últimos años. Señores muy feos, viejos y malos que diseñaron un plan para robarnos el sueldo y las casas a la masa. Repartírselo del orden de cientos de millones anuales. Gastarse obscenas millonadas en drogas y putas. Mearse en las leyes financieras norteamericanas. Mentir a todo el mundo diariamente, y salir indemnes, e incluso reforzados, colocados en la administración Obama, etc. La gran mayoría de estos banqueros y políticos corruptos no quisieron aparecer en el documental, pero unos pocos sí dan la cara, y son incapaces de contestar a cosas tan sencillas como que si no se les cae la cara de vergüenza. Alguno se rebota, pide que apaguen la cámara, se pone chulito y le dice a Charles Ferguson que le está agotando el tiempo y la paciencia. El documental es una sucesión de entrevistas, imágenes de archivo de gente pobre y polígonos industriales vacíos, y sobre todo gráficas y cifras. Esta tercera vez creo haberlo entendido todo, y se confirman mis sospechas de que menudos ladrones, hay que joderse, habría que matarlos a todos, puñetazo en la mesa.

martes, 5 de julio de 2011

Intrépidos punks (Francisco Guerrero, 1980)


El cine chatarra mexicano es un saco sin fondo, del que uno nunca se cansa de sacar objetos inverosímiles. Ahí está su cine de terror incongruente, sus pelis de luchadores enmascarados, las de cantantes horteras, el penoso cine de ficheras, la ciencia-ficción de cartón-piedra, las versiones surreales de cuentos para niños, las fábulas disuasorias de narcos y delincuentes juveniles, cine de culto como el de Jodorowsky o Buñuel... Mil y un subgéneros a explorar. En este caso concreto estamos ante una pieza inclasificable, que digo yo que vino a plantarse como un film generacional sobre el fenómeno punk de finales de los setenta, algo así como el "Quadrophenia" chicano, pero que está muy mal hecho y da mucha risa. Los punks que salen aquí van vestidos como extras de "Mad max" (no es casualidad que se estrenase y se convirtiese en fenómeno mundial justo el año anterior), con unos pelos y unas pintas increíbles. Son unos punks que se pasan el día saqueando, violando, drogándose y sobre todo haciendo bailecitos allá donde les llevan sus bultacos. Rebeldes sin causa, sucios y pendencieros, que secuestran a mujeres de los políticos a ritmo de punk, y les violan mientras se insertan imágenes de esos mismos punks haciendo solos de guitarra. Pelean con cadenas, fuman porros y prenden fuego a empleados de gasolinera entre risas, así porque sí. Los políticos y los jefes de policía que salen también son muy cabronías, unos corruptos y unos jetas, e intentan contratar a los punks para que trafiquen con droga para ellos. Pero, por supuesto, los punks se quedan el dinero y la droga, y se la meten toda, porque son intrépidos. Salen muchísimas mujeres increíbles de tetas como balones de playa siendo violadas o retozando disfrazadas de punks. Hay música punk insoportable y chicharrera (en realidad, una misma canción que se repite continuamente, en esas largas escenas en las que vemos a la jauría de punks dirigiéndose hacia su siguiente fechoría, entre bailes y carcajadas). Esto es un "Cantinflas contra los Hell's angels", "Mad max 15: la cúpula de Chespirito" o "Beyond the valley of the Chavo del Ocho", pero (creo que) va en serio, una locura descomunal sin pies ni cabeza que espero que sirviese como lección a la juventud mexicana de los ochenta para que no se hiciese punk ni policía ni tomase drogas.

Simpsons' Super Spectacular #13 (Patrick Verrone-Tone Rodriguez, 2011)


Nueva entrega, la decimotercera, de la serie simpsoniana anual de corte superheroico/paródico. Habitualmente, por las páginas de la cabecera SSS desfilan historietas del Hombre Radioactivo mezcladas con historietas de ficción (dentro de la ficción, claro) en las que los personajes habituales de Springfield se disfrazan de superhéroes, combaten supervillanos, y visten trajes coloridos. Uno de los habituales, por ejemplo, es Pie Man, la versión superheroica de Homer Simpson (personaje que tiene su origen en la serie de televisión, en el episodio de la 15ª temporada "Simple Simpson"); en otras ocasiones hace aparición Bartman; otras veces hemos visto a Chico Goma y Chica Elástica, reencarnaciones de Bart y Lisa (que también surgen de la serie, en concreto del décimo especial de Halloween); y a veces también se inventan superhéroes nuevos (todos los personajes tienen identidades secretas, trajes chillones y poderes). Pero una de las grandes bazas de esta serie son las parodias de historietas reales y muy conocidas, como los brillantes homenajes a The Spirit o Galactus. Pues en el ejemplar de este mes lo han vuelto a hacer, y se han sacado de la manga un homenaje al Watchmen de Moore/Gibbons, que quita el sentido de bonito (dentro de lo payaso, claro).
Jugar con los mismos referentes, formato de viñetas y juegos metalingüísticos que todos amamos, de un producto como Watchmen, es salir con ventaja. Ya sabemos la calidad del original, y estamos atacados de nostalgia y de empatía apenas empieza la parodia. Pero no por ello tiene menos mérito contar en apenas 24 páginas una historia que tenga sentido, que tenga gracia y que no deje de mirarse en la Obra Maestra de Moore/Gibbons; en la que aparecen docenas de personajes de los Simpson mutados pero conservando su alma, que además respete al lector habitual de SSS, y nos traiga de vuelta a Pie Man y su cohorte de tipos-tarta habituales, y que todo este homenaje a Watchmen gire en torno a las tartas, los tartazos, un concurso de tartas, un asesino de hombres-tarta, una tarta que va perdiendo una pieza con cada nuevo capítulo (como pasaba con el relojito de Watchmen), un smiley lleno de sirope de tarta... Me ha encantado este número. Aparece también el meta-tebeo de piratas, aunque en este caso es una especie de guiño a Little Lulu (también con tartazo incluído). Aparece el impresionante Doctor Manhattan, que aquí es el Profesor Frink y se llama Doctor New Haven. Se van conociendo a los personajes de la dichosa foto sepia que da tanto jaleo en el original, y donde aquí aparecen el padre de Homer y la madre de Marge ("Es que por aquellos tiempos a todos nos apetecía combatir el mal disfrazados de superhéroes, eso ya no se lleva", aclara Abe). Y los guiños a Watchmen continúan y continúan, en el diseño de personajes, de viñetas, de encuadres, en los extractos de libros o periódicos que salpicaban la gargantuesca obra de Moore, en los objetos y los misterios que aparecen y reaparecen... Y todo en 24 páginas de tontuna y para todos los públicos, con Homer y compañía haciendo sus gansadas habituales. Uno de los grandes momentos de los tebeos de los Simpson, que no son demasiados.

La verdadera historia del kalimotxo (VVAA, 2006)


En 2006, una empresa euskalduna de marketing se sacó de la manga este fanfletito pop de bolsillo, que pretendía ser un divertimento efímero (y un poco snob) pero que, entre las subvenciones y que la gente empezó a pensar que se trataba de una historia real y que había que conocer, se convirtió en un pequeño best-seller. En realidad se trata de diez o doce artículos, cinco fotos sueltas y dos historietas de autores del TMEO (Roger y un Ata garabatero y desconocido). Nos cuentan la historia de un actual ejecutivo de PriceWaterhouseCoopers que cuando era adolescente se vio obligado, junto a su kuadrilla, a organizar las txoznas de la fiesta del puerto viejo de Algorta, en 1972. Pero como eran un poco txoriburus, compraron dos mil litros de vino picado, así que se les ocurrió pedir ayuda a una multinacional para no arruinar las cosas y mezclaron al azar con varias bebidas hasta que dieron con una que matase el sabor a rancio: la Coca-Cola. La fiesta fue un exitazo, pero se les olvidó patentar el invento. Otros artículos cuentan, con mayor sensatez, que se lleva bebiendo vino con cola desde hace cien años, incluso en lugares a las afueras de Bilbao como Suecia o Finlandia; que no es un cóctel muy elaborado precisamente. El kalimotxo, calimocho, riojalibre o golden wine (como lo llaman en varios lugares de Europa), en cualquier caso, está ligado en nuestra cultura a fiestas costrosas con punkies tirados en el suelo sobre sus propios vómitos. Ahí están Fermín Muguruza, por ejemplo, para aclarar hasta qué punto la lucha contra el imperialismo yanqui y su Coca-Cola fue importante en los setenta en Euskadi, y apunta que el echarle vino barato pudo ser una estrategia de la CIA para introducir la bebida gaseosa en Euskal Herria. Otros autores nos cuentan cuánto de marketing hay en el ungüento, y por qué no se vende todavía en El Corte Inglés. Y también aprendemos, por ejemplo, que el nombre se lo dio una empleada de la limpieza de California pasando el mocho. En fin, un libro curioso y chorra que, como digo, probablemente haya generado varias leyendas urbanas.

Road Cartoons (J.M. Aguilera-Paco Roca, 1999)


Conviene recordar los origenes. Paco Roca, nuestro hoy afamado y vitoreado (casi por decreto-ley) Premio Nacional del Cómic, el autor de incontestables novelagráficas de éxito como "Arrugas", "El invierno del dibujante" o "Las calles de arena", comenzó dibujando historietas frivolonas de tías en pelotas para las revistas Kiss o El Víbora. Por supuesto. Como todos. Así funciona la industria del tebeo en este país. Si eres español y quieres ganar dinero dibujando tebeos, solo tienes tres opciones: a) te vas a Francobélgica; b) te olvidas de los jodidos tebeítos y te dedicas al diseño gráfico publicitario para una multinacional; c) malvives dibujando tetas para las pocas revistas de tetas que quedan en el kiosko. Encima, esta última opción cada vez está más difícil, porque el papel se está extinguiendo. Pero hubo un tiempo, no muy lejano, en el que además de El Jueves existían otras docenas de revistas de cómic en el kiosko. Y por supuesto, el Maestro Paco Roca pasó por allí.
Por ejemplo, para la revista El Víbora, ya en sus estertores, dibujó la serie "Road cartoons", con guión ajeno, una historieta un tanto insulsa y un poco ciberpunk que venía a trasladar el universo de los dibujos animados de Disney y la Warner (Alicia en el país de las maravillas, el Correcaminos, Bugs Bunny) a un mundo ultraviolento y "realista". La protagonista es Tweety (una piolina semidesnuda que recuerda demasiado a Tank Girl), quien se ha propuesto liberar a todas las mujeres permanentemente sodomizadas por tipos como Porky, un orondo paleto violador, o Doc y Marzo, un menda con chistera y una liebre marcera, que se dedican igualmente a violar y matar en un recodo de esta carretera extraña en la que los personajes están atrapados. En "Las calles de arena" Paco Roca ya se sumergió en el batiburrillo de referencias fabulescas y en "Alicia" en particular; en esta historieta de 45 páginas, lo que tenemos es un cruce psicótico entre Tarantino, Russ Meyer, Lewis Carroll y Tex Avery, con personajes que nunca mueren por mucho que sean decapitados y mujeres desnudas por todas partes. Es un experimento curioso, pero insustancial. Muy bien dibujado, pero hueco. Violencia y porno al mal tun tún para alimentar al lector de WC que daba de comer a los autores de El Víbora en su última etapa.

El prolongado sueño del Sr. T (Max, 1997)


Hace muchos años que tengo la sensación de que hemos perdido a Max, uno de mis artistas de cómic preferidos, desde que se dedica exclusivamente a la ilustración periodística y publicitaria. "La biblioteca de Turpin", Bardín o Peter Punk son algunas de las mejores obras que nos dio el medio durante el siglo pasado, y los tebeos de Max forman parte de la cultura popular española, de manera casi tan legítima como los de Bruguera. Ayer releí éste ya clásico "El prolongado sueño del Sr. T" (publicado en 1997 en la revista El Víbora y recuperado para la colección Todo Max por La Cúpula en 1998), y lo considero el ocaso del Max historietista, y el comienzo del Max introspectivo y surreal que lo ha llevado a donde está hora. Ojo, que las ilustraciones de Max son preciosas, sigue siendo un genio, pero intuyo que nos estamos perdiendo a un narrador de historias inconmensurable e imaginativo como pocos, y el que iba para Dalí del cómic se ha quedado en resultón viñetista a sueldo. No sé si me explico.
Total, que ésta es una de las ocasiones de ver a Max en pleno esplendor, aunque ya demasiado comedido, expresionista, simbólico, y descolorido. No deja de ser una historieta genial, sobre el viaje interior de un hombre que permanece en coma durante 40 días, y cuando despierta se pone a escribir el sueño que ha tenido durante ese tiempo, que aquí es transcrito a viñetas por Max. En dicho sueño, el señor Cristóbal T. viaja por lugares inhóspitos y simbólicos, y se encuentra con un personaje mezquino, un personaje femenino de belleza supina, y un personaje reflexivo, sensato y sabio. Pierde su corazón, su sexualidad y su esperma. Conoce el amor y la virtud, conoce la razón de su existencia, y le son reveladas verdades filosóficas inalcanzables para el que transita la vigilia. Todo es bonito y lineal, y solo lo justito de zen. Tengo ganas de más Max.

El asco (Diego Agrimbau-Dante Ginevra, 2006)


Esta es una historieta costumbrista argentina, pintada asombrosamente en blanco, negro y marrones, publicada originalmente en el blog Historietas Reales, que encontré por ahí recopilada. Contiene todos los clichés habituales de la historieta y el cine costumbrista argentino, con ese acento cantarín y esos personajes reflexivos y existencialistas hasta la náusea. A mí no me molesta esto, en la dosis justa, y es más, me gusta bastante, todo resulta mundano y sucio, y al mismo tiempo poético y hermoso. Esta historia trata sobre un pobre desgraciado de 29 años, feo y con una asquerosa deformidad en una pierna, cuya rutina transcurre a través del asco que siente por sí mismo, por estar tan solo, tan rengo y tan salido, que lo único que le motiva a seguir viviendo es un agujero en el sillón que se folla casi a diario mirando a la vecina de enfrente, una invidente que está como un tren. Por supuesto, la historia comienza cuando ambos se conocen, y él está tan enamorado de ella que no puede dejar de mirarla y comérsela con los ojos, y sentir aún más asco. Llora todos los días y se siente incapaz de expresarle nada a ella, es un tullido sentimental. Pero poco a poco se van conociendo, se lo montan juntos y se van a vivir juntos, manteniendo cada uno sus secretos.
La relación entre el cojo y la ciega es lo más bonito que le ha pasado nunca al protagonista, tanto, que de pronto se da cuenta de que ha dejado de llorar a diario. Pero todo cambiará cuando ella se opere la vista. Un inadaptado que se folla al sillón, una vecina cotilla y subnormal que se mete al gato por el chocho en la escalera, una ciega guapísima pero alcohólica, una relación imposible y llena de mentiras, una fiesta en el barrio y la inminencia de la doble operación quirúrgica que podría devolverles, desgraciadamente, a la normalidad, dan forma a este relato oscuro, asqueroso y brillante.

Flex Mentallo (Grant Morrison-Frank Quitely, 1996)


Nacido en las páginas de la Doom Patrol, Flex Mentallo es un superhéroe estereotípico (forzudo bonachón en fardapitos; inspirado en los anuncios de Charles Atlas de la Edad de Plata), al parecer escapado y traído a la realidad desde la mente de un niño que garabateaba en un cuaderno. Al menos es lo que me ha parecido entender de esta miniserie, donde todo es lo suficientemente confuso, autorreferencial, surreal y metalingüístico como para hacerme sentir bobo y releer una y otra vez cada página. Lo que he entendido es que es una aventurilla en la que Mentallo descubre que, además de él, otros muchos personajes escaparon de esos tebeos infantiles, entre ellos La Realidad, un asesino enmascarado que planea destruir el mundo. Así que, para salvarlo, se unen Mentallo, un agente de policía que acaba de enviudar, y un supervillano al que se ve obligado a dejar salir de la cárcel, llamado El Tramposo. La narración de esta loca historia lisérgica va saltando de protagonista, que a ratos es Mentallo, a ratos el policía y a ratos una estrella del rock adicta a la heroína y el kristal, que anda por ahí hablando por teléfono con alguien, alucinando en colores o viajando entre dimensiones. De pronto está en un mundo plagado de superhéroes y superheroínas haciendo cochinadas, de pronto implosiona, o de pronto salta a un mundo contenido dentro del castillito de plástico de una pecera que pertenecía al poli... Y así. Y salen un montón de superhéroes inventados. Algunos molan mucho, como una pandilla de atracadores que lleva bolas de billar en la cabeza, como unos Residents aun más pop. Todo es muy colorido y pop. He pillado algunas referencias a personajes de DC (esto lo editó Vértigo, su sello destinado a albergar obras ajenas al universo habitual, autoconclusivas, conservando los autores parte de los derechos de la serie, y para adultos).
Sé que no está quedando nada claro. Es que no me he enterado de mucho. Supongo que en parte porque no conocía de nada a los personajes, y en parte porque Grant Morrison pretendía precisamente crear una de esas historias absurdas y surrealistas que te dejan un poso jodido y te tienen reflexionando unos días, sin que nada sea lineal, sino todo onírico, y da lo mismo lo que pase hasta que en las últimas páginas te aclara lo que le sale del pie, y nada tenía sentido. Porque, en realidad, lo importante de esta historia es Frank Quitely. Yo abandoné la grapa de los X-Men cuando llegaron precisamente Morrison y Quitely. Todo se volvió demasiado bizarro y punk. Y el dibujo de Quitely no me terminó de enganchar. Me gusta mucho más lo que he visto de éste en 2000AD o, sobre todo, en esta miniserie. Madre mía cómo pinta Quitely, es increíble. Maravilloso todo. Pero no me he enterado de una mierda, lo confieso así tal cual.

lunes, 4 de julio de 2011

Dope, guns and fucking up your video deck (2004)


Amphetamine Reptile era (¿es?) un sello discográfico norteamericano dedicado al hard y sonidos cercanos al noise; es decir, música pesada, asilvestrada, con mala leche. El sello de los Melvins, vamos. Me enontré con este video, que es una recopilación de videoclips de algunas de sus bandas señeras. Chokebore, Boss Hog, Melvins, Helmet, Janitor Joe, Guzzard... Bandas sobre las que leía en las revistas, y en algunos casos concretos (como el de Jon Spencer y Cristina Martínez) que me gustaban mucho. Un regusto nostálgico tiene ponerse de fondo este montón de videos de rock sucio con coartada intelectual. Al margen de los videos, entre corte y corte un puñado de gamberros juegan a parodiar la continuidad de la vieja MTV de los 90, a través de un programa de televisión ficticio llamado AmRep (donde la "M" es el logo de la cadena ex-musical) y un montón de chorradas intercaladas. Desde anuncios de muñequitos articulados hasta peleas en la nieve y mamarrachadas varias que no me han hecho mucha gracia.

Psycho beach party (Robert Lee King, 2000)


Me ha sorprendido mucho esta exploitation de las beach movies de los sesenta, entretenida, cool, glamourosa, terriblemente fiel al espíritu original (incluso el technicolor es rabiosamente sixties, como si se acabara de inventar ahora mismo) y que da exactamente lo que promete: psicópata, playa y fiesta. Así da gusto. Eso sí: su responsable (que leo que también se encargó de la obra teatral previa a la película) ha tirado por el lado del sano cachondeo, en lugar de por el gore purulento. Lo cual también está bien.
La psicópata del título es una chica mojigata que quiere ser surfista y se hace amiga de un puñado de broncilíneos beach boys que siempre están hablando de pollas y de sexo salvaje (aunque no se ve nada de carne en toda la película; aquí se han pasado de sesenteros), y que de vez en cuando se cabrea si no la prestan suficiente atención, y descuartiza a alguien. Por otro lado está una vieja estrella del cine de terror de serie B los años cincuenta, que acaba de instalarse en secreto en la mansión encantada de la playa, y aún por otro un grupo de estereotipadas chicas fáciles. El conjunto está muy simpático, los guiños al género añejo casi te dejan tuerto, mucho bikini, bailecitos al estilo Archie, actuación sorpresa de Los Straitjackets (el resto de la música es de Ben Vaughn y también mola bastante; ya conocía la bso), chistes malos y sobre todo gruesos, un pelín de sangre, y en general muy refrescante todo. Me esperaba una mierda insoportable y qué va, como homenaje retro no es "Pleasantville" ni "Regreso al futuro", pero está muy maja.

Does snuff exist? (Evy Barry, 2011)


Valiente documental de una hora para el infalible Channel 4 británico (dentro de la serie "The dark side of porn", en la que me tengo que sumergir a fondo un día de estos), que trata de responder a esa pregunta que todo amante del cine poco comercial se ha preguntado una y mil veces: ¿existen las películas snuff? Es obvio que a día de hoy casi todos los días vemos peña muriendo a tiros en las noticias de Antena 3, y que existen videos más famosos que el tebeo como el suicidio en directo de Budd Dwyer o la ejecución de Saddam, distribuida orgullosamente para todos los públicos. Pero el documental (aparte de repasar algunos de estos casos) quiere ir al fondo del asunto y rastrear el verdadero snuff: supuestas películas que hayan sido rodadas por un asesino en plena faena, con toda la intención de hacer una pieza multimedia que contenga muerte real filmada. Para responder a esta pregunta, se repasan docenas de piezas fundamentales de esto de la muerte supuesta filmada. No se olvida de obras menores como "Faces of death", y enseñan las escenas más jodidas de "Holocausto caníbal", "Guinea pig" o "Snuff" con entrevistas y declaraciones de sus directos responsables. Menciona casos muy curiosos de chifladitos que intentaron grabar sus fechorías, aunque por lo que dicen, ninguna de esas grabaciones trascendió de las correspondientes comisarías. Y por supuesto, llega hasta nuestros días, donde internet nos permite ver las salvajadas más inimaginables sin mover un dedo. Bueno, sólo un dedo. Muy bonito esto. Y sobre todo sorprende que una investigación tan completa, polémica y fantástica se emita en el primetime.

Las aventuras del Barón Munchausen (Terry Gilliam, 1998)


Tenía muchas ganas de ver esta película casi olvidada del Maestro Terry Gilliam. Recuerdo haberla visto de niño en un cine, y es de esas pelis que, por los misterios de la distribución, no me he vuelto a cruzar, en ningún videoclip ni reposición televisiva. La recordaba visualmente tan hermosa como el resto de cosas de Gilliam (a menudo vuelvo en mis sueños a los escenarios de "Brazil" o "12 monos"), pero se mezclaba en mi cabeza con el tebeo que tenía por casa de Chiqui de la Fuente, y no tenía muy claro si esto era interesante. Pero en fin, es Gilliam, no podía decepcionarme...
Pues la verdad es que un poco sí. Para empezar, es una película para críos, con niña protagonista y un barón chiripitifláutico. Eric Idle siempre me ha puesto bastante nervioso, y en su papel de correcaminos bailón ha batido récords. Y ahí está también Robin Williams, al que le paso muchas cosas ("El club de los poetas muertos", "Good morning Vietnam", "Jack", "World's Greatest Dad", "Retratos de una obsesión"), pero que a ver quién es el listo que aguanta veinte minutos seguidos un primer plano de su cara haciendo cucamonas, como aquí. Lo más sorprendente es una jovencísima Uma Thurman tapándose tímidamente en cueros; lo peor, que se me ha hecho bastante larga y que todo es de color marrón caca y demasiado infantilón. Creía recordar que a Gilliam lo que más le había atraído del personaje (además de su imaginario onírico) era que se trataba de un apologeta nazi como un piano de grande, y que algo de cachondeo ario habría aquí. Pero aparte de la sutil masacre otomana, el cachondeo brilla por su ausencia y se me ha hecho en general bastante cuesta arriba.

domingo, 3 de julio de 2011

80 blocks from Tiffany's (Gary Weis, 1979)


Una de mis grandes obsesiones de la cultura de los EEUU, además de sus inabarcabes páramos habitados por fanáticos de la Biblia de pistola y autocine, muffler men y dinosaurios de cartón piedra en particular, es la ciudad de Nueva York durante los años 70 y 80, desde ésa que sale en los tebeos de Spiderman de Romita Senior, hasta la más jodida, la de las películas de Sidney Lumet o Walter Hill. He visto "The Warriors" cinco veces, y ya era un mito entre mis colegas cuando jugábamos al esconderite de pequeños. Y de pronto me encuentro con este documental, que no sabía que existía. Se trata de un retrato de la actividad pandillera en la Gran Manzana a finales de los setenta. Una ciudad, a juzgar por el director de "80 blocks from Tiffany's", plagada casi exclusivamente de chicanos y negros (el parecido entre el cartel de ésta y el de "West side story" no creo que sea casual) que se organizaban en bandas (Savage Skulls, Savage Nomads) y fueron parte activa de esta decadencia social y arquitectónica al sur del Bronx durante aquella década. Esto es como "The Warriors", pero entre toma y toma; como una versión adulta y reality de "Rebeldes". Entrevistas a macarras y delincuentes (a destacar al portorriqueño zumbado con casco de las SS, a la de las tetas gordas que se parece a Betty Rizzo, al proto-pimp "tío Phil" con una serpiente entre la manos o al negrito que tiene una esvástica gigante en su cuarto y colecciona memorabilia de culto a sí mismo) salpicadas de escenas de la vida real en los guetos, con miembros de bandas paseándose con sus chupas vaqueras tuneadas, lanzándose cosas desde las salidas de emergencia destartaladas o enfrentándose directamente con la policía. Un documento generacional irresistible. Todo es hermoso en este documento: las pintas que tienen, la forma de hablar, las pintas que tienen, su desprecio hacia lo establecido, las pintas que tienen, su relación con el consumo de drogas, cómo visten y se disfrazan, el auge de subculturas como el hip-hop o el squaterismo, los apodos personales y los nombres de las bandas, la ropa que llevan, las discusiones espontáneas ante la cámara, qué pintas tenían los jodidos que daban más risa que los Baseball Furies... Todo es impresionante y todo es real. Entre el Documentos TV de rutina de la época, y el "Mondo Freudo" escabroso para que la white trash viese a los negritos del barrio de al lado haciendo sus cosas raras.

Mondo Elvis (Tom Corboy, 1984)


Un documental cortito y bastante triste, que pasa lista a algunos de los más chiflados impersonators y coleccionistas de Elvis que en USA han sido. Rodado 7 años después de la muerte del Rey, y partiendo de la fatídica fecha de su entierro multitudinario, todo resulta bastante triste y desangelado. Los imitadores hablan con una pasión ciega que produce lástima, cuando no lloran directamente la muerte de su Dios. Vemos a un puñado de paletos con patillas haciendo el ganso, y poco más.

Lipstick & dynamite (Ruth Leitman, 2005)


El título completo de este estupendo documental es "Lipstick and dynamite, piss and vinegar: The first ladies of wrestling", y es una sucesión de entrevistas a ancianas carcamales hablando sobre su carrera durante la primera mitad del siglo XX en la lucha libre espectáculo profesional norteamericana. Una ocasión única de conocer las estimulantes historias entre bastidores de los sufridos artistas de la pelea de mentirijillas. Ella Waldek, Gladys "Kill'em" Gillem, Ida May Martinez, Mae Young, The Fabulous Moolah o Penny Banner, además de algunas luchadoras midget, narran en primera persona, aliñada su intervención con mil y una imágenes de archivo en blanco y negro, sobre la dura vida del deportista de contacto. Archivo esto mentalmente al lado de otros maravillosos documentales sobre lucha libre como el imprescindible "Tres caídas", y cerca del inenarrable "Bigger, stronger, faster*", un documento necesario para comprender la pasión de los yanquis por subirse a la lona a hacer el bobo en nombre de la épica, las barras y las estrellas. Al margen de la lucha libre, de las ancianas rajando y del arte de la pelea trucada, el visionado me dejó un poso clarísimo acerca de qué va todo esto en realidad: rednecks. Todo el rato suena música paleta, y asistimos a la desaforada pasión de un puñado de luchadoras femeniles de la América Profunda por destacar y salir del hastío permanente de cualquier forma posible.

Puppet master II: muñecos asesinos (Dave Allen, 1991)


El propio Dave Allen se puso aquí a dirigir la primera secuela (...de ocho...) de las aventuras del Maestro Titiritero difunto y su legado de moñecos hijoputas. Aquí hay escenas de stop-motion fabulosas, como cuando en un flashback asistimos al primer contacto de Toulon con la animación de objetos inertes, en Egipto, donde contemplamos al bicharraco verde encadenado stop-meneándose que da gusto. El argumento aquí trata sobre un inocente grupo de post-adolescentes que llega al lugar de los hechos varios años después (es decir, lo mismo de siempre jamás en el cine slasher). En este caso son un grupo de jóvenes investigadores que acude a ver qué diantres pasó años atrás en el Hotel Bodega, para que tanto psicomago muriese desangrado. Y simplemente, empiezan a morir uno tras otro, antes de que les de tiempo siquiera a quitar las sábanas que tapan los muebles abandonados. El argumento se va enrevesando un poco, y nos cuentan cosas del pasado de Toulon, de los nazis o del único vidente superviviente en la primera entrega, dando pistas sobre las otras siete películas que vendrían después, me temo. Ésta tiene más ritmo y conserva el agradable olor a serie-Z y los homenajes al clásico terror Hammer de la anterior, y es más entretenida, aunque sólo se le vean las tetas a una, una tal Charlie Spradling que aparece por ahí de pronto sólo para morirse. Aquí nos cuentan que hay un viejo cementerio próximo al hotel (no recuerdo que estuviera en la primera entrega), y la escena de apertura es preciosa, con los ñecos haciendo barrabasadas entre las tumbas.
Se me olvió comentar en la reseña de la anterior, la estupenda música de Richard Band, simplona pero efectiva, esa especie de órgano renacentista que suena todo el rato y que es marca de la casa. Y tampoco aclaré que, en realidad, ésta es de las primeras películas creadas por Full Moon; la primera entrega salió bajo el sello de la desaparecida Empire, el invento anterior de Charles Band.

Puppet master (David Schmoeller, 1989)


Uno de los pasatiempos locos que me he propuesto para la canícula es revisar algunos iconos de género ochenteros, sobre los que llevo toda la vida leyendo por ahí en revistas y fanzines, pero que nunca me había atrevido a sentarme a mirar. He empezado por la primera entrega de "Puppet master", la saga timón de la Full Moon del loco de Charles Band, rendido al aplastante poder fascinador de los muñecos asesinos en movimiento. El argumento es sencillo y honesto: un titiritero jorobado y loco murió hace muchos años en su habitación del hotel Bodega Bay Inn., pegándose un tiro en el cielo de la boca justo cuando unos misteriosos nazis venían a buscarle. Ya en la actualidad, su heredero acaba de fallecer, y como última voluntad ha pedido que un curioso grupo de psíquicos y médiums acudan a velarle al mismo hotel. Por supuesto, se trata de una sangrienta venganza del difunto, que pretende irse cargando a los cinco malvados quiromantes que le torturaron en vida. Y la venganza la comete a través de un puñado de pequeños muñecajos animados por stop-motion (el Maestro David Allen dando sus primeros pasitos): una Nancy bastarda con la ropa hecha jirones; un impresionante focomelo forzudo; un menda con un torno en la cabeza; una especie de mago que dispara por los ojos... Por supuesto, son los ñecos que animara el puppet master original, André Toulon.
Tal y como me temía, las pelis señeras de la Full Moon son parsimoniosas de cojones y se toman demasiado en serio. Algunas escenas de los muñecajos valen su peso en oro, pero lo habitual, para ahorrar pasta, es que los muñecos se asomen desde detrás de un sillón para que no se vea la mano que hay detrás, o directamente que el 90% de las escenas esté rodado en plano subjetivo a un palmo del suelo. La peli tiene un deje sexy todo el rato, salen muchas tetas y mucha calentona. Y los detalles argumentales o los decorados están bonitos y bastante cuidados. Pero me ha parecido un poco rollete esto en general.

viernes, 1 de julio de 2011

Kamikaze girls (Tetsuya Nakashima, 2004)


Esta es una de esas escasas películas orientales a las que me enfrento cada año, y que me tienen maravillado y pensativo durante varios días. Viendo cine japonés me siento como si me asomara a un telescopio y observase casualmente sirénidos danzando sobre los anillos de Saturno. Es algo que me descoloca, como si en lugar de estar viendo una película estuviese viendo otra cosa, otro medio audiovisual extraño y prohibido, comprendiendo (más o menos) un lenguaje extraterrestre que llega a mi cerebro a través de una serie de estímulos excitantes y desconocidos. No entiendo nada, pero al mismo tiempo sí entiendo cosas; y me gusta o tal vez no, pero al menos me despierta determinados sentimientos que el resto del tiempo, cuando veo cine occidental, permanecen inactivos. Esta película además no es de artes marciales, ni de terror, ni de pornografía trans-galáctica ni otro de los géneros orientales a los que me acerco, acojonadísimo, muy de vez en cuando. Es una historia extraña, entre el documental sociológico, el más cursi romanticismo, la violencia descarnada y el alegato generacional.
Este DVD cayó en mis manos de rebote, de manera absolutamente casual, ya que fui el mero intermediario entre dos personas: una amiga periodista y otra amiga aficionada a la ropa extravagante. Las puse en contacto, y por lo visto hablaron entre otras cosas del fenómeno de las gothic lolitas, y la otra le prestó a la una esta película, que ahora está en mis manos para que yo se la haga llegar de vuelta al origen (y por supuesto, mientras tanto, me la he visto una vez y media).
Es algo así como una pieza más o menos fundacional, que vino, si no a convertirse en referente (que no lo sé, con tanta producción que se hace allí...), al menos a poner un poco de orden y concierto en el asunto de las modas urbanas pasajeras en nipón, en una pieza audiovisual a la que las jóvenes aficionadas a vestirse como en un cuento rococó, tengan un punto de encuentro. Basada en una novela de un japonés de nombre gracioso, cuenta la historia de una adolescente de origen humilde que está muy buena, llamada Momoko (Kyoko Fukada), cuyo único interés en esta vida es vestirse como si habitase en la Francia del siglo XVIII, y pasearse por ahí con faldones y parasoles de tul sin hablar con nadie. Vive con la loca de su abuela y con su padre, un yakuza que trapicheaba con ropa pirata en los ochenta, y que como era un poco desastre tuvo que huir a una aldea provinciana. Un día, Momoko necesita dinero para seguir ampliando su incongruente fondo de armario, y descubre en el desván viejas camisetas y chupas de Versace falsas que hacía su viejo, y se pone a venderlas por e-Bay, y es así como conoce a otra fashion-victim de las prendas insólitas, Ichigo "Ichiko" Shirayuri (Anna Tsuchiya, un pibón, y el principal motivo para no quitar ojo de la pantalla), obsesionada, en este caso, con la moda y el estilo de vida yankī. Los yankī parece ser que son un batiburrilo post-nucelar de referencias a los delincuentes juveniles del Japón que fue tomado por las tropas aliadas tras la IIGM. Con un poso a la rebeldía de James Dean, otro poco del cine feminista de yakuzas y delincuentes rollo "Delinquent girl boss", y otro bastante del cutre-lux de extrarradio tokyota con olor a pachinko, la máxima aspiración de las machorras yankī es tunear ridículamente su motocicleta retro, escupir al suelo y darse de hostias en los descampados. Como sea, Momoko e Ichigo se convierten en amigas inseparables, rozando el lesbianismo y teniéndome palote todo el metraje, y juntas pese a sus diferencias comienzan un curioso periplo en busca cada una de su propio sueño: la malota quiere convertirse en líder de una banda de gangsters, y la tiernita dedicarse plenamente a coser vestidos rococó para lolitas, de manera profesional.
No sé si algo de esto tiene sentido. Semejante argumento así soltado a bote pronto, supongo que suena a bodrio incomprensible destinado exclusivamente al sector microscópico de lolitas y yankīs que puedan habitar las islas niponas, y en realidad esto está hecho para ellas. Sin embargo, el ritmo de videoclip, la narración vertiginosa, el afán didáctico y ultra-explicativo de la película (el DVD incluso tiene un modo de visionado en el que te van aclarando cada uno de los conceptos de culto de cada fashion-victim, aunque los propios personajes lo explican todo con mucho ahínco), el irresistible color que lo impregna todo, el sentido del humor rural y surreal que hasta me hizo acordarme de "Amanece que no es poco" en algún caso concreto, la fantástica música de Yoko Kanno (el único nombre que me sonaba remotamente de todo este despliegue multimedia oriental: es el compositor —bueno, acabo de descubrir en la Wikipedia que es una tía— de la música de Cowboy Bebop, que me gustaba mucho y llegué a comprarme un CD hace un montón de años), y en general todo lo que pasa en esta película tan marciana, tan atractiva y tan imprevisible, me tuvo entusiasmado y me dejó con ganas de más.
Me hubiera gustado ver menos desfile de vestidos de cada respectiva subcultura, aunque es precisamente uno de los fuertes de la cinta. Pero, en mi opinion, debería haber menos ropa en general, no sé si me explico. De hecho, si las dos lolis, sobre todo Anna Tsuchiya, nombre que ya no olvidaré jamás, se hubiesen pasado toda la película en top-less esta sería mi película favorita ahora.