miércoles, 12 de marzo de 2014

lunes, 10 de marzo de 2014

domingo, 9 de marzo de 2014

Kevin O'Donnell's Quality Six - "Heretic blues" (1999) / "Control freak" (2000)

He aquí mis dos discos del mes (tres lustros tarde), y lo que más estoy escuchando en lo que va de año. Kevin O'Donnell's Quality Six son la continuación lógica de Andrew Bird's Bowl Of Fire... que fueron la continuación lógica de Squirrel Nut Zippers. Y aquí estamos todo el rato dando vueltas en torno a las personas, instrumentos, melodías y sonidos que más hacen diana en mis orejas y mi corazón. Squirrel Nut Zippers fueron uno de los grupos más míticos e importantes del revival de la música norteamericana de principios del siglo XX (para mi gusto, muy por encima y mucho más sofisticados que Royal Crown Revue, Big Bad Voodoo Daddy, Cherry Poppin' Daddies, etc). Un juguete maravilloso que actualizó el swing, foxtrot, jazz, pre-war blues, charlestón, rag, etc. para las nuevas generaciones, y lo prepararó para los oídos de comienzos del siglo XXI. En Squirrel Nut Zippers, Andrew Bird solo militó testimonialmente, pero su voz y su violín aderezaron las mejores composiciones del grupo. Con Bowl Of Fire, el mago Andrew Bird tomó la batuta, la varita, la voz y el arco, y nos regaló tres discos absolutamente maravillosos (sobre todo los dos primeros), sobrevolando los mismos conceptos, elaborando la misma magia, desbordando la jarra del talento y la belleza. Ya no estaba el monstruoso Jimbo Mathus (cuya carrera en solitario o con Knockdown Society es también impecable, aunque más centrada en el blues-rock de raíces sureñas, y menos en el bigbandismo y el ballroom) ni Tom Maxwell, ni Ken Mosher, y Katharine Whalen fue sustituida por la menos intensa Nora O'Connor, pero se unieron el guitarrista Colin Bunn (Las Guitarras De España), el contrabajista Josh Hirsh y el percusionista Kevin O'Donnell (habitual colaborador de Bird en directo y en casi todo lo que graba acompañado). Da la impresión de que Andrew Bird se sacó finalmente la espinita del revival y el swing, y desde entonces su carrera se ha centrado en el folk intimista y en la experimentación pop minimal, dando fruto a algunas de las canciones más hermosas del siglo XXI (toda la discografía de Andrew Bird es impecable, pero "Noble beast" contiene dos de mis temas favoritos de todos los tiempos; y "I want to see Pulaski at night", su disco más reciente, es una obra maestra conceptual en torno a una pieza impecable y bellísima, Pulaski at night, que me tiene absorto estos días), y tuvo que ser Kevin O'Donnell quien tomara el liderazgo. Invitó a unirse a los vientos Chris Greene (saxo) y David Dieckmann (trombón), volvió a echar a rodar el "bol de fuego" pero esta vez en forma de sexteto.

"Heretic blues" y "Control freak" son dos cumbres del jazz vocal contemporáneo, y mi banda sonora constante ultimamente. Ambos discos combinan el free desenfadado y exuberante con medios tiempos y baladas souleras ("Control freak" es algo más relajado), en un cóctel de jazz clásico donde predominan el violín y la voz melancólica de Bird (aunque casi todos los miembros comparten amigablemente micrófono), sobre una base de percusión desatada con la vista puesta en Raymond Scott, Gene Krupa, Stephane Grapelli, Django Reinhardt o Duke Ellington... pero con un pie en el indie.

"La vida después de Dios" (Douglas Coupland, 1994)

Pasé un par de semanas muy oscuras. Muy negativas y terribles. Una noche reciente me sucedió algo terrorífico, con lo que cargaré el resto de mi vida, y que me llevaré a la tumba. Creo que ya estoy bien, llevo doce días cuatro horas trece minutos diecisiete interminables segundos sin probar una sola gota de alcohol y además ha salido el sol, la primavera se nos ha echado encima de golpe como un oso grizzly que acechaba tras un abeto Douglas, y los pajaritos cantan. Precisamente por esos días una persona cercana me dijo que si le prestaba algunos libros. Ambos somos bastante parecidos y quiero casarme con ella y tener hijos guapos y sonrosados, pero ella no quiere de momento, pero todo se andará, porque estamos hechos el uno para el otro y si hace falta comenzaré a acosarla psicóticamente y a enviarla cartas de amor escritas con mi sangre. Como sea, pensé en prepararle un lote de cuatro o cinco libros sencillos de leer, todos con entradas breves o narraciones sueltas, para leer durante la acometida de cada ciclo biológico o poder dejarlo en cualquier punto. Hasta había pensado prestarla un marcapáginas troquelado de una foto de mi pene a tamaño real, pero deseché la idea.

Uno de mis libros favoritos en este sentido, bastante mainstream, sensiblero, entretenidísimo y que le podría gustar a cualquiera, es "Creía que mi padre era Dios", una antología de historias de la vida real de pocos párrafos cada una, narradas en primera persona por varias docenas de personas anónimas de todos los Estados Unidos. Es una edición confeccionada por el dichoso Paul Auster, a la sazón colaborador de un programa literario de la radio pública americana en aquel entonces. Son historias sensacionales casi todas ellas. El concepto era "que cada uno escriba lo más impresionante que le ha pasado en la vida", y eso dio mucho juego. Ojalá Auster hiciese otro libro recopilando las cartas de chiflados, asesinos comeniños y amenazas que también le llegaron en carretillas desde todos los rincones de la América Profunda; a mí ese libro sí que me encantaría leerlo, ese Reader's Digest del renglón torcido de Amerrika. De todas maneras, "Creía que mi padre era Dios" es un libro magnífico y poco obvio que estoy seguro de que puedo prestar a cualquier persona.

Como a ambos nos gustan muchísimo los gatos, metí en el lote "Gato encerrado" de William Burroughs, una recopilación de reflexiones tiernas y apuntes fugaces sobre la relación del yonqui marica con un montón de felinos testigos pacientes de su vida. Contiene algunas frases hermosísimas y es un glosario muy agridulce sobre ser una especie de hombre-gato; y se lee a toda leche, que casi podría formar parte de la Serie Blanca de Barco de Vapor, y esa era la idea.

Por puro proselitismo añadí un libro de cuentos de Michael Chabon, "Jóvenes hombres lobo", que me maravilla. Este libro no tiene nada que envidiar a las mejores narraciones norteamericanas de Carver, Cheever y hasta Fitzgerald. O al menos a mí me encanta y me fascina y creo que a ésta le pasaría igual.

Y finalmente, escogí "La vida después de Dios", que es lo más parecido que he leído yo nunca a un libro de autoayuda de los cojones. El canadiense Douglas Coupland pasará a la historia de la literatura universal por su descripción del zeitgeist posmoderno y la vida mundana de los nerds de Silicon Valley (en sus imprescindibles "Generación X" y "Microsiervos"), pero también publicó este inencontrable libro pequeñito, también bastante posmo pero increíblemente importante en mi vida. Es una novela con estructura principitesca (por Saint-Exupéry), que avanza en forma de brevísimos capítulos inaugurados por una ilustración sencillita de su propio puño y que narra un viaje existencial plagado de sentimientos, sensaciones y reflexiones importantísimas, casi un dietario de la vida del joven soltero contemporáneo de esta generación nuestra, la primera educada al margen de la vara de la religión católica. En primera persona, el protagonista trata de sobreponerse a la vuelta a la vida desangelada tras un doloroso divorcio, y partir de cero sin ayuda de drogas, alcohol ni ningún Dios, que no existen o si existen son bastante beligerantes y cabronías. Este apartado, grueso de la historia, es un viaje iniciático y post-existencialista a la altura de la experiencia de Homer Simpson tras su atracón de chili visitando a las deidades metafísicas exploradas por Carlos Castaneda. Una guía de supervivencia absurda y posmoderna que de alguna manera se entroncó en mi alma en mi adolescencia y al que acudo de vez en cuando buscando respuestas. El bloque de narraciones post-mortem, que narra la experiencia de una serie de personajes que fallecieron brutalmente durante una hecatombe nuclear, es una maravilla desazonadora y futurista, y la moraleja del cuento, que desgraciadamente la tiene y me sobraba, yo me la invento. "La vida después de Dios" es mi Quijote, mi "Libro rojo de la publicidad", mi Bhagavad-guitá, mi "El caballero de la armadura oxidada", y Coupland no solo me parece uno de los escritores vivos más importantes e influyentes, sino que también es mi Paulo Coelho.

Tenía también algunos tebeos guays para dejarle a esta chica. Preparé el lote y lo dejé en el estante que tengo al lado de la puerta, junto al vaciabolsillos. Una tarde que teníamos ociosa le dije que si me podía pasar a pedirle perejil cinco segundos, y de paso le prestaba eso que me había pedido para leer bajo la lámpara que le acababa de regalar, junto a la mesa de centro pintada a mano que le regalé hace unos meses (efectivamente, soy un calzonazos de manual); y me contestó que estaba muy liada. Y no nos hemos vuelto a ver ni a escribir desde entonces, ni le he pagado las fantas ni nada, y así no hay manera de que formemos un matrimonio estable y tengamos descendencia de ojos claros. Desde entonces, desde la última vez que releí "La vida después de Dios" y que Ella me plantó calabazas, sucumbí a la peor noche de mi vida y a esos acontecimientos terroríficos que decía al principio, que no puedo contar a nadie y con los que he tenido pesadillas gordísimas, literalmente, y repletas de carga simbólica. Un tormento todo esto, ya digo. La relectura del de Coupland, esta vez, no me ha servido de autoayuda sino de autocastigo infernal. Y Ésta verás como me llama un día de estos para quedar, que ya me la conozco, y la voy a decir que no bueno que sí.

"Los alucinantes viajes en el tiempo de los EEUU" (Rafferty Z. Jackson, 2014)

El lunes pasado me llegó al buzón la nueva novela de Mi Cabeza Editorial, el mini-emporio de Rafael Fernández "Ezcritor". Su segunda exploración en el ámbito de la ficción después de la salvaje "Un bebé". Emulando a los grandes autores de pulp de género castellanos de kiosko de toda la vida (Curtis Garland, Silver Kane, Clark Carrados, A. Thorkent, Ralph Barby, Joseph Berna, etc.), Rafael ha optado por el seudónimo sonoro y la norteamericanofilia, ambientando este cuento esta vez lejos de Madrid o Lanzarote como debe ser (todo esto sucede en U S A) y rindiendo homenaje al maravilloso mundo de las conspiraciones más clásicas y entrañables. "Los alucinantes bla bla bla" hila una historia que atraviesa los más grandes tesoros de la conspiranoia clásica, a través de la figura de un misterioso y confuso tipo que nunca aparece realmente o del todo pero cuya presencia es inmarcesible y crucial (en la línea de El Fumador de Expediente-X, el Dr. Gang de El inspector Gadget, Zodiac, la mujer de Niles Crane, El Señor X de La Democracia Española...) llamado El Sr. Tarareador. El Sr. Tarareador ha sido un tipo imprescindible en el desarrollo de toda la cultura de los Estados Unidos, gracias a que tenía un [espoiler] de origen extraterrestre, y se dedicó a nutrir de información a gañanes como Elvis Presley, Michael Jackson, los Beatles, George Bush Jr., Marilyn Monroe, JFK y muchos otros personajes para ayudarles a entrar a formar parte de la historia. Burda pero cachondamente hilado, la influencia del [espoiler] cambió el mundo para dejarlo tal y como lo conocemos, y existen por ahí otras realidades temporales en las que Bush es Jesucristo y Jesucristo se pelea contra Hitler (y pierde, y es violado analmente por Hitler) a lo mandingo show para alborozo general de la burguesía. Sin el Sr. Tarareador, Elvis se habría pasado la vida trabajando en un túnel de lavado y los Reyes del Rock serían solo los negros Chuck Berry, Little Richard y Reynoldo Doforno. Sin el Sr. Tarareador y el trabajo del torpe agente de la CIA Mark Celdrik el mundo sería otro; sería tal y como nos enseña esta fantasía especulativa en tono pulp y de risión a través del tiempo y el espacio, ilustrada con algunas de las fotos más chulas y oscuras de la conspiración mundial. Extraterrestres, locos, [espoiler], pibones, agentes secretos, [espoiler] y [espoiler] se pasean por esta novela simpática, cachonda y directa, un objeto muy bonito (qué pena que no tenga texto en el lomo: desluce en mi ezcritorteca) y otro gran producto salido de la mente de Ezcritor.

Fanzine Sickfun #1-4 + especiales

Presté mi colección del fanzine Sickfun hace mucho, quizá dos años, a un colega que los vio en mi casa. Se los reclamé hace bastante también, para prestárselos ahora a otra amiga que estaba interesada en leer material de este tipo, y que también ha tardado lo suyo en devolvérmelos. Cuando por fin he recuperado el lote (que incluía los dos volúmenes de "Cultura del Apocalipsis" edición Valdemar, otros fanzines como el Mundo Depravados, los Espanis Sico o el boletín DEPR4V4DöS E-dikto completo), me entraron muchas ganas de releer todo esto, que no revisaba desde principios de siglo. Atesoro con mucho amor esta colección del fanzine Sickfun, una de las poquísimas publicaciones dedicadas a lo extremo y apocalíptico en castellano.

La colección completa, que yo sepa, se compone de tres números de hermosas fotocopias en blanco y negro grapadas, más un cuarto número fuera de numeración, noblemente encuadernado y con lomo (casi todo de material nuevo; no fue exactamente una recopilación), y los seis cuadernillos extra que salen arriba en la imagen, que redactaron a toda leche para las respectivas ediciones de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de Donosti. Creo que no hubo nada más, aparte de algunas cositas sueltas en su desaparecida web. Sickfun fue un panfleto salchichero que destacó en la "edad de plata" de los fanzines de mi generación (el número 1 es de mayo de 2000), esa época en la que casi cada semana aparecía en los anaqueles de Madrid Comics, Metrópolis, Crisis, la tienda de pelis de Costa y Zinéfilo de c/ Madera o la entrañable Librería Sexológica de la calle Hortaleza (un paraíso del cine porno, con zonas freak de VHS gore, extraños y montones de fanzines) un nuevo número de Jo, Tía!, Mudhoney, Le Bon Vivant, Mondo Brutto, El fanzine de las Hermanas Clarisas, 2000 Maníacos, Zineshock, Tiempos Bizarros, Mimo 2000, etc. etc. En aquella época era habitual darse un paseo por las cinco o seis tiendas especializadas y volver a casa con un paquete sospechoso de tebeos y fanzines en los que sumergirse durante horas y descubrir nuevos directores, pintores o asesinos en serie de culto; aquellas publicaciones underground fueron una parte importante de muchos de nosotros, y echo bastante de menos aquella época.

En cuanto a los contenidos, supongo que Sickfun se nutría de material americano al que pocos tenían acceso. Apenas empezaban a echar a andar los primeros foros de la web 1.0, y estábamos todos ávidos de material salvaje y exótico que nos sacara del tedio. Sickfun rendía culto, medio en serio y medio de cachondeo, a los asesinos en serie más importantes de todos los tiempos. Las andanzas y legado para la posteridad de Albert Fish, Henry Lee Lucas y Otis Toole, Ted Bundy, Ed Gein, John Wayne Gacy y otros locatis superstar eran glosadas con todo detalle. Otra de sus obsesiones habituales eran los artistas extremos y provocativos, de los que apenas tampoco entraba mucha información aquí todavía: Trevor Brown, Mike Diana, Romain Slocombe, Peter Sotos, Suehiro Maruo (yo creo que la primera vez que leí sobre él fue aquí), SS-Sunda, Joe Coleman, Crazy White Sean y directores de cortos y cine gore repulsivo e incómodo. Miguel Ángel Martín, Borja Crespo y Paco Alcázar colaboraron en exclusiva con el fanzine, así como otros que daban sus primeros pasos como Jorge Monlongo. También hablaban de sectas maravillosas de chiflados, conspiraciones insólitas (al terrorífico asunto de los Teletubbies o a Mr. T le dedicaron espacio en varios números). La Iglesia de la Eutanasia, el suicidio, la pederastia, la televisión española abisal, los performancers más cafres y reseñas de cintas de video enfermas eran contenidos habituales. Entrevistaban a autores y chalados diversos, traducían material de fanzines americanos inaccesibles y en general se lo curraban bastante. A pesar del plantel, era un fanzine modesto y con una redacción, presentación y ortografía mejorables; pero esto también le aportaba bastante encanto. Por suerte, se les pasó enseguida la tontería que tenían con la serie Al salir de clase, que desentonaba bastante entre el resto de contenidos (o al menos yo no le vi la gracia), y los mini-fanzines especiales para el Festival de Donosti adolecían de incluir contenidos mucho más populares, centrados en los temas centrales de cada festival. Así, los artículos sobre el cine de ciencia-ficción de los 50, las pelis de cachondeo playero, el artículo de Bo y la Sarli, las chicas de calendario cheesecake etc., no digo yo que no estuviera bien, pero se salía también bastante de lo que los lectores buscábamos, y había muchísimo más material donde leer sobre aquello, y mucho más a fondo. Muy bonitos quedaban también los tebeos, no solo traducidos, sino los propios, de pixel y trazo vasto. De Los niños del Apocalipsis incluso hicieron un especial (el de portada roja de arriba a la derecha, el último que sacaron), y algunas historietas quedaron muy majas. Y el cuarto número, el aséptico tomo de ciento y la madre de páginas, es ya un objeto bastante serio que he visto yo que lo venden por ahí en webs extranjeras por más de cien euros (aunque que lo vendan no quiere decir que se compre, ya lo sabemos todos). Y en fin, que en estas he estado estos días, paseando la cole de Sickfun del casa al curro y vuelta y algunas personas me miraban raro.

viernes, 7 de marzo de 2014