lunes, 11 de mayo de 2015

The angriest man in Brooklyn (Phil Alden Robinson, 2013)

Todavía estremece pensar que Robin Williams se quitara la vida. Un tío rico, muy querido, un auténtico tesoro norteamericano rebosante de talento, y que además es uno de esos pocos casos de actor de fama universal que ha conseguido no encasillarse ni convertirse en una parodia de sí mismo, pese a su destreza para la comedia física. Aunque no hiciera ascos a su par de blockbusters por lustro, creo que supo mantener con mucha clase el equilibrio entre el artista arriesgado y el caricato modelado por Hollywood. Y deja a sus espaldas un montón de películas de culto, clásicos incontestables y historias extrañas, incómodas y arriesgadas. Pero para incómoda, esta extraña comedia negra a la que acudí, lo reconozco, solo por el morbo, y que me dejó bastante frío y con el ceño fruncido, que cuenta una aventura urbana terrible que reflexiona sobre el epílogo de la vida y la negación de lo que dejamos atrás, con sketches muy agridulces y hasta brotes de screwball de por medio, y bastante fallida.

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