
Esta es una historia ballardiana sobre un joven impertérrito que conduce, que sólo le importa eso. De día trabaja como doble de acción, haciendo piruetas para el cine al volante, y de noche se presta a cualquier trabajo bien pagado que conlleve conducir a toda hostia, sacar de un banco a unos atracadores y dejar a la policía con dos palmos de narices. Ryan Gosling mola como guaperas inadaptado que se enamora de la novia de un delincuente habitual, y cuando éste sale de la cárcel, pese al despecho, se involucra en el crimen para salvar al novio de su chica. Larguísimos paseos nocturnos de Gosling al volante, que remiten a “Taxi driver”, y la evolución de su relación con la chica, mientras se va sumergiendo en los tejemanejes del hampa (incólume, como si no estuviera pasando nada a su alrededor) van meciéndote como espectador y todo resulta atractivo e interesante, hasta que de pronto el joven Gosling rarete explota y la lía, vaya si la lía, y te quedas en el sitio un rato acojonado mirando por encima de la espalda, a ver qué coño ha pasado aquí. Porque todo se vuelve retorcido y siniestro, que esto triunfó en Sitges. Y además sale Christina Hendricks con sus dos globos sonda y con unos pantaloncitos que quitan el hipo. Me gustó mucho, sin que me volara la cabeza, que tampoco. Pero bien.
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