lunes, 26 de noviembre de 2012

“Pleasantville” (Gary Ross, 1998)

Esta tarde de domingo, según desperté de la siesta, estaban haciendo en la Paramount "Pleasantville", una película que me entusiasma y que he visto unas cuantas veces. Visualmente deliciosa (creo que esto es innegable), con un mensaje y una fuerza icónica ligeramente tramposos pero que funcionan igual tras el primero que tras mil y un visionados, y con un reparto glorioso: me gusta mirar a Reese Witherspoon a cualquier hora, haga lo que haga; y luego están William H. Macy, Tobey McGuire (¡el único Peter Parker posible!), Jeff Daniels, etc. Están todos soberbios. "Pleasantville" me conmueve y me fascina a distintos niveles:

Por un lado, como homenaje truncado al Sueño Americano y a la cultura popular de los irrecuperables fifties, todas aquellas pacatas sitcoms que marcaron a una ingente generación de artistas norteamericanos y plantaron la semilla de toda la ficción y el "American way of life" del resto de la Historia venidera. Ya nos lo sabemos todos: Perry Como, Annette Funicello, barras, estrellas, cheesecake, Cherry Coke, hamburguesas con queso, capitanes de equipo, animadoras…

Como segunda lectura, lo que poco a poco sucede en ese universo de plástico, hermoso pero beligerante e inamovible (y en la memoria nostálgica del espectador) remite sin duda al aspecto de la historia moderna que más me interesa: la Contracultura, a caballo entre los cincuenta y los sesenta (y que en realidad se estira hasta mañana mismo); el auge y el acomodo en el mainstream de la “semilla de maldad”; el salto abrupto (a través de la apertura de miras y posterior reacción de la juventud) de la ceguera social y cultural impuesta por el Poder, a la Revolución Juvenil. Del Moralismo a la Libertad. De Eisenhower al beatnik, de Nixon al hippy y la liberación sexual, y de ahí a los Panteras Negras, al SLA, al punk, etc, representado todo esto de forma extraordinaria y for dummies: todo tan, tan mascadito, que incluso nos lo muestran con coloridos cuadros (un Gernika apócrifo, nada menos) que surgen en mitad del pueblo gris, canciones (de proto-rockeros negratas, de John Lennon) que surgen de tapadillo de las juke boxes, y libros (de Dickens, de Tomas Moro, de J.D. Sallinger) que se escriben solos a medida que la peña se colorea.

Igualmente, la trama y ese salto del blanco y negro al color (necesario, y lo justo de moñas, de estridente y de autorrecursivo) es indudablemente una hermosa y atemporal fábula apologética de la Libertad, el Respeto, la Integración y el Socialismo bien entendido. Qué duda cabe que esos tipejos grises y desgraciados bien podrían estar representados por la plana mayor de la derecha político-financiera y mediática. Una Caverna poderosa, monocorde, sectaria, fanática, agresiva, medieval y absurda que impide que la cosa funcione con armonía.

Esta película es un cuento chino, vamos. Una utopía humanista e igualitaria. Una exótica y atractiva fábula de Perrault que se cisca en el liberalismo, el rockefellerismo, el keynesianismo, el catolicismo, el caciquismo y en el capitalismo atroz que nos domeña a todo Occidente y así seguirá siendo por siempre. Pero, ¡ay!, es tan bonita…

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