miércoles, 22 de agosto de 2012

Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1981) / "Matinee" (Joe Dante, 1993)

La imponente presencia de mi nuevo televisor gigante colgado de la pared, en HD con sonido meteoroscópico, me anima a recuperar algunas de mis películas favoritas estos días. El lunes (los lunes son mis sábados) me estuve preparando minuciosamente para enfrentarme a una sesión continua perfecta, nostálgica, infalible, con dos obras maestras del fántástico que hacía muchos, muchos años que no veía, el suficiente para apenas recordar muchas de sus escenas: "Un hombre lobo americano en Londres", seguida de "Matinee".

No me siento hoy en la tesitura idónea para explicar cuánto significa para mí el cine de John Landis, director de comedias perfectas como "Desmadre a la americana" (¡toga, toga!), "Granujas a todo ritmo", "Entre pillos anda el juego", "The three amigos" o "Superdetective en Hollywood 3", alma de la serie Dream on o responsable del mejor videoclip de toda la historia de la Humanidad; y menos aún para expresar lo que sólo el nombre de su amigo Joe Dante ("Gremlins", "Aullidos", "No matarás... al vecino", "Exploradores", "El chip prodigioso"...) me evoca. El espíritu del National Lampoon, el Saturday Night Live, el pop de los ochenta, el toque mágico del superdotado Spielberg, se canalizaron a través de Landis y de Dante (y de John Hughes, Harold Ramis, Frank Oz, John G. Avildsen, Tobe Hooper y pocos más) en algunos de los mejores momentos de la historia del cine norteamericano (valga la redundancia).

"An American..." fue la primera inmersión de Landis en la comedia fanta-terrorífica ochentera para todos los públicos (después de su inencontrable estreno tras las cámaras), pero no pudo reprimir que sobre el impecable background seleccionado (la campiña londinense, con sus pubs, sus leyendas, sus extras tomando té todo el rato; y el Metro de Londres, con sus bobbies y sus punks) y el angst adolescente planeara una abusiva dosis de incorrección y sordidez, sangre a raudales y tetas. Cuando era niño, esta película me dio un miedo terrible. Era la época en la que íbamos al cine con los papás a ver los "Goonies", los "Gremlins", "Big", los "Cazafantasmas", como mucho los "Ghoulies", comedietas fantásticas para toda la familia. Pues en esta película probablemente vi las primeras tetas en pantalla grande de mi vida (quizá se adelantaron las de Joan Severance en "No me chilles que no te veo", que ésta sí que estoy seguro de que la vi en cine, con 10 añitos), las escenas más explícitas y probablemente más aún las de "terror invisible" (la persecución del yuppie en el Metro), me traumatizaron durante muchísimo tiempo. De alguna manera, este título y su influjo sobrevolaron toda mi infancia, y me convirtió en un fan irredento del cine de género. La repentina transformación de David en licántropo, mientras lee la novelita en casa de la enfermera, no ha perdido ni un ápice de su fuerza. Sigue siendo una de las escenas más efectistas de la historia del fantástico, una obra maestra de la orfebrería que impresiona muchísimo más que miles de millones de CGI invertidos en las producciones posteriores que sean. Por supuesto, esa fue la escena que llevó a Landis a conocer a Michael Jackson, y a Spielberg, y lo convirtió en leyenda para siempre. Pero ahí está también la presencia onírica del Jack zombie putrefacto, la escena del cine porno, la propia película porno que Landis se encaprichó de dirigir y anunciar por todas las calles de Londres ("See you next wednesday", protagonizada por Linzi Drew), la hilarante escena en Picadilly Circus con David animando al policía a que lo detenga («¡Thatcher es un marimacho! ¡Churchill era un maricón! ¡Shakespeare era francés!»), la presencia constante de la luna llena... No recordaba todos estos momentos absolutamente perfectos, y confirmo que esta obra maestra no hace sino consolidarse y ganar solera con el paso del tiempo.

"Matinee" es otra de mis películas fetiche. El actor de culto John Goodman, que sigue seleccionando sus películas con un buen gusto exquisito (el año pasado estuvo nada menos que en "Red state" y "The artist"), está aquí impecable como ese director de cine inasequible, cutre, soñador, infantil, maravilloso, que ama el séptimo arte por encima de todas las cosas. Un personaje que se apoya sobre todo en William Castle, pero en el que se encuentran también ecos de Hitchcock, de Corman, de Ed Wood o, por qué no, de directores como Landis, Dante o la factoría de Charles Band. Artesano del cine de género, quintaesencia de esas películas de terror en las que lo que menos importa es el argumento y lo que prima son el dinero rápido, las caretas y los gimmicks, Goodman/Lawrence Woolsey llega al pequeño y plácido pueblecito de Key West, Florida a estrenar su última monster-movie en blanco y negro, en 1962, coincidiendo con la Crisis de los Misiles cubanos. Durante toda la película e leitmotiv es el espeluznante terror generalizado alrededor del puñado de misiles que apuntan a los EEUU, las frases reales de Kennedy y sus asesores intercaladas en el metraje, y el barco de la Marina secuestrado en alta mar, en el que se encuentra el padre del adolescente protagonista, Gene Loomis, un chaval aficionado al cine de bajo presupuesto que anda como loco por la llegada de Woolsey al cine de su pueblo. El estreno de la película, repleta de esos efectos en la platea (las butacas con descargas eléctricas, el sucedáneo de terremoto durante el ataque del monstruo, el "percepto", el supuestamente terrorífico "hombriga" correteando entre el público...), termina convirtiéndose en un remedo del fin del mundo, con toda la sociedad norteamericana pendiente del descalabro nuclear. Dentro del cine se produce un auténtico holocausto a pequeña escala, a través del cual se germina la perfecta historia de amor entre adolescentes nerds. Los mil y un guiños al cine de monstruos viejuno ("Mant", la pelicula-dentro-de-la-película, es un claro homenaje tanto a "La mosca" original como a "Them! (La humanidad en peligro)"; Dante contó con actores de la época para participar tanto en "Mant" como en el reparto normal, destacando a Dick Miller, actor fetiche de varias generaciones de amantes del fantástico, Corman a la cabeza; el ya citado homenaje permanente a William Castle o a la AIP; las parodias de las cutres películas de acción real de Disney que se ven la jornada previa en el cine de Key West, destacando "El carrito de la compra viviente"...), los guiños también al cine ochentero (igualmente, el uso de actores imprescindibles en este concepto, homenajes a "Robocop" o "La mosca"...) y la inabarcable pasión que exhuda "Matinée" hacia una profesión en desuso, la convierten en otra pieza de culto que no me cabe en la cabeza que no sea mil y una veces reivindicada y reestrenada en los autocines.

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