Rage Against The Machine son una banda tan grande que a veces me parece increíble que existiesen. Me torturo cada vez que pienso que nunca fui a verles en directo, me torturo como si hubiese hecho algo malo al excusarme las dos veces que me pasaron una entrada por delante de las narices. Va a hacer 20 años desde que se publicó el primer disco, homónimo, de RATM, el del monje Thích Quảng Đức prendiéndose fuego en la portada, y los libros prohibidos y el enorme "Fuck the P.M.R.C" en la contra. El de "Freedom", que me voló la cabeza. Un disco inclasificable, a años luz del chándal-metal, del hip-hop combativo y de todo, un disco que inventó un género que no se ha vuelto a explorar. Filosofía, política, bofetadas en la cara, anarquía, terrorismo, desobediencia, funk, folk, punk, hardcore, hip-hop, electrónica, el espíritu de Víctor Jara, de Nietzsche, de Al Qaeda, del Che Guevara, de Goebbels, de Springsteen, de Dylan, de Proudhon, de Bakunin, de Woody Gurhrie, de Unabomber, de Toro Sentado, de Emiliano Zapata, de Hendrix, del Ejército de los Sintecho, está todo ahí dento. Y con una contundencia como no se había visto jamás. Me parece increíble que este grupo existiera, decía, porque no te imaginas a estos cuatro monstruos, agitando a cien mil personas como un tsunami balancea una brizna de hierba, con esos espasmos y esa violencia sonora, ensayando con 16 años en un local de su barrio, o componiendo sus canciones sentados en una acera. Yo fantaseaba con la idea de que Zack de la Rocha y Tom Morello fueran un producto de la experimentación humana, diseñados por un activista loco y entrenados en campamentos de la CIA. Desde los 14 años, cada vez que escucho su primer disco, o cualquiera de los otros, me dan ganas de matar eurodiputados a puñetazos en la cabeza, con los nudillos, de entrar en un plató de Telecinco en directo con una recortada. Me limito a hacer el imbécil en calzoncillos por toda la casa, y ponerlo una y otra vez, muy enfadado y despilfarrando adrenalina.
En cuanto al concierto en sí, uno cualquiera de sus performances perfectas, mecánicas, con un Zack de la Rocha desquiciado arengando al Pueblo, Tom Morello haciendo sus cosas de androide con su máquina de matar fascistas eléctrica, y Brad Wilk echando humo por la espalda como un semidiós de lava acelerando el ritmo de rotación planetaria.
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