Leo tebeos de superhéroes desde los 6 ó 7 años, practicamente sin pausa y sin vergüenza. Y al adolescente de Kentucky que llevo dentro le flipan especialmente Spider-man y Lobezno. No sé quién es el ministro de agricultura, pero podría citar de carrerilla la alineación de la Hermandad de Mutantes Diabólicos de tres décadas diferentes, o medio árbol genealógico de John Jonah Jameson. Así me va. En cualquier caso, son muchas las veces que Spider-man ha unido fuerzas con los mutantes. Me viene ahora a la cabeza aquel memorable encuentro en la Tierra Salvaje (para el que la trabaje) de principios de los ochenta, orquestado por el maestro Chris Claremont y un Michael Golden dibujando la mejor Tierra Salvaje posible y un Ka-Zar que me resultaba incluso sexy. O un ciclo muy reciente en la colección de Amazing Spider-man, dibujado por el monstruoso Chris Bachalo, donde Spidey y Lobezno se las veían con una especie de dioses egipcios bajo la nieve de Nueva York. Otro momento importante se produjo cuando ambos sustituyeron a la familia Richards y entorno y conformaron (junto al Motorista Fantasma y Hulk), durante un breve período, los Nuevos Cuatro Fantásticos, suplantando a los de siempre en su propia colección regular. Y así muchos encuentros menores. Generalmente, la relación entre Logan y Parker ha sido siempre bastante tensa. Son dos polos opuestos de la profesión, el uno sediento de sangre y sin fijarse a cuántos se lleva por delante, y el otro un cabezaloca saltimbanqui que cumple la ley a rajatabla y no deja daños colaterales. Entre ellos saltan chispas, y a Lobezno maldita la gracia que le hacen los chistes continuos y el carácter pusilánime del eterno adolescente Parker. Y esa relación se ha convertido en los últimos tiempos en una constante, y uno de los motores de la colección actual de los Vengadores, grupo del que ambos forman parte desde hace algunos años, rendida Marvel, Joe Quesada mediante, al estilo Florentino Pérez de ganar dinero fichando a los que más camisetas venden.
Este mismo mes de mayo se ha terminado de publicar esta nueva miniserie de 6 números que reúne a los dos piezas. Jason Aaron es una de las cabezas calientes de Marvel, uno de los diez o doce guionistas a los que Quesada, éditor en jefe actual de Marvel, deja practicamente que haga cualquier cosa con cualquiera de sus personajes. Aaron se está labrando poco a poco un rinconcito en el hall of fame, y aunque todo el rollo de Daken (un hijo secreto de Lobezno que se sacaron de la manga de pronto hace unos años) me cabrea un poco, ha sabido escribir, tantos años después, historietas de Lobezno que hacen que casi no se eche de menos a Claremont o a Larry Hama. Y debe ser que tenía muchas ganas de armar una historia épica, sorprendente, post-nucelar, autoconclusiva y al margen de la continuidad, al más puro estilo del intocable Mark Millar. Y lo que se ha inventado es una golosina, que he disfrutado como un mico. Aunque el motivo principal de que esto me haya gustado tanto, es ajeno a la historia, y tiene nombre y apellidos de leyenda: Adam Kubert.
Cada pelo que dibuja Adam Kubert es perfecto, inconmensurable, bellísimo. Por sus venas corre la sangre de Joe Kubert; y parece que en lugar de heredar sólo la mitad de su talento, dejando la otra mitad para su hermano Andy, ambos recibieron talento y medio, incrementado como alumnos preferentes de la Joe Kubert's Art School y años de absorción de lo mejor del tebeo realista de antes de los noventa. Porque en Adam Kubert está, en mi opinión, lo mejor de la línea clásica de Joe Kubert, pero también la limpieza de Alan Davis, la elegancia de Neal Adams o el riesgo a la hora de dibujar posturas y rostros de John Byrne o Arthur Adams. Y en esta miniserie, Aaron le ha permitido a Adam dibujar de todo: escenas de lucha, dinosaurios, robots gigantes, escenas medievales, seres amorfos, X-babies, impresionantes paisajes naturales, inclemencias temporales, docenas de los personajes más locos del MU, un impresionante bio-planeta cibernético a triple página desplegable que quita el hipo... y todo lo que le ha apetecido, en un carrusel sin frenos de aventuras distópicas.
Al comienzo de la historia tenemos a Lobi y Spidey en la Prehistoria, siendo los únicos homínidos evolucionados sin saber cómo han llegado allí, ni por supuesto cómo salir. Pero han sobrevivido a varios años de sinrazón, abandonados de todo lo que conocían, y cada uno se ha buscado la vida como mejor sabe, apartados el uno del otro de tanto que han llegado a detestarse, llevando al límite esa relación chisporroteante de la que hablaba al principio. El comienzo es impresionante, tanto a nivel gráfico como por ese poso post-nuclear que deja la situacion, acostumbrados a tanta aventura urbana e interacción con cientos de personajes. En pocas páginas tuve una sensación similar a tres horas de exposición a aquel bodrio insular de Zemeckis y Tom Hanks patrocinado por FedEx. Pero cuando mejor estaban las cosas, de pronto asistimos a un salto temporal que lleva a ambos personajes a un futuro lejano desolador, a las ruinas de una Gran Manzana y de un planeta Tierra gobernado por un gargantuesco ente robótico. Y poco después, saltamos de nuevo a la era de las Cruzadas. Y llegados a este punto, en mitad de un asombroso desfile de dislates espacio-temporales, lo que parecía ser un choque de caracteres eterno a través de una distopía cíclica de una épica insoslayable, entran en escena una suerte de trasgos armados con un bate perlado de diamantes, que parece ser la clave de todo. No quiero destripar la historia más allá, pero hacia el tercer número estamos inmersos en un comistrajo orquestado por el genial y casi olvidado Mojo, uno de los seres más brillantes, y de mis favoritos del Marvel Universe. Y todo empieza a cobrar sentido.
Peter Parker barbudo, con el traje rojiazul hecho andrajos, al borde de la locura, haciendo cábalas y fórmulas matemáticas en una pizarra dentro de una cueva, y agotando los chistes paleontológicos. Lobezno convertido en Rey Conan por un día. Una misteriosa pelirroja que se le aparece a Parker en sueños y le obsesiona, que apesadumbra y remite a lo que sucedió con Mary Jane después del Brand New Day. Logan y Parker en el Far West, codeándose bajo el porche de un rancho abandonado. Mojo y su circunstancia. La cabeza-planeta... Son algunas de las imágenes imborrables que deja esta miniserie, que me temo que si hubiera sido firmada por Millar no se hablaría de otra cosa, y que a mí me hizo pasar una noche estupenda.
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