El pasado 25 de mayo (Santa Opulenta) se despidió de todas las amas de casa analfabetas del mundo Oprah Winfrey, después de 25 años erre que erre dando lecciones a la peña todas y cada una de las sobremesas del año y arbitrando peleas ficticias. Y yo no quería perderme semejante acontecimiento. Lo he ido dejando pasar, me he hecho el loco e ignorado largamente el .avi que tenía en el disco duro desde entonces, pero por fin esta tarde he decidido ser testigo de este importante episodio en la Historia de mi país... euh... esto...
Pues el gargantuesco farewell spectacular ha sido una decepción tan grande como el pandero de la über-suripanta. Esperaba un carrusel de números musicales, un desfile de majorettes negritas en cueros sobre elefantes, tragasables, carcajadas y sorpresas inconmensurables. Pero la señorona ésta, tan henchida y conservadora que el Cinturón de la Biblia no le abarcaba la cintura, se ha dedicado a rajar, y rajar, y rajar, imperturbable ante una audiencia de milfs clónicas, formales, sonrosadas y aplaudiendo cuando les decían, como un solo ente. Oprah se presentó sola en un plató que ofrecía imágenes de sí misma detrás todo el rato, y se limitó a disciplinar a la audiencia. A enviar fuerzas, a recordarnos que todos tenemos una luz interior y que hemos sido llamados por el Creador para hacer algo grande en este mundo, y mensajes así por el estilo. Sin un coro de gospel detrás ni nada, sin un solo "¡hallellujah!" espontáneo del público, bajo un silencio sepulcral solo roto por el aplauso y un arpegio de guitarra que cada tres minutos daba paso a los anuncios, Oprah daba su catequesis con un vestido rosa. Solo de vez en cuando, muy de vez en cuando, echaron algún clip antiguo con los mejores éxitos de sí misma dando la brasa en flashback a un transexual o un handicapado. Brevísimas imágenes del archivo de 25 años que no sumarían ni un minuto en total. El resto, Oprah en la palestra.
—¿Puedo ir a hacer pis, seño? —interrumpe de pronto una espectadora del profundo Wisconsin.
—¡¡¡NoooOOOOOOOORRRRRGH!!! ¡¡¡¿¿Con quién crees que estás hablando, hija de mil putas??!!! —responde Oprah Winfrey, lanzándose al cuello de la hereje...
No, es coña, esto no pasó. Ojalá. No pasó nada. Bueno, exactamente en el minuto 30 de emisión, la voz de Oprah se quiebra por primera y única vez, y le sale uno de esos Gemiditos de Oprah ensayados a diario durante 25 larguísimos años. Y en el minuto 40 baja del escenario, y se pasea entre los espectadores besando solo a un selecto grupo de negritos. Fin. Suerte que mi archivo no traía anuncios, porque estos 45 minutos de insulsa brasa de la Black Rottenmeier debieron durar aproximadamente tres horas y media.
En fin, me he tragado esto con el corazón compungidito y acariciando un Rosario. Hubiera jurado que leí en algún sitio que en este especial salían Michael Jordan, Eddie Murphy y Chris Rock a hacer un numerito, y resucitaba Richard Pryor para orbitar alrededor del culo de Oprah, pero se ve que todo esto, como las actuaciones musicales, tuvieron lugar en las semanas previas. Así que lo del último día consistió solo en el recitado de ese insufrible panegírico de 45 minutos; no pienso comprobarlo. Lo que sí tengo que decir es que esperaba más lágrimas, más carnaza, y la Condoleeza hinchada ha estado muy comedida, de verdad, eso hay que agradecérselo. Pucheritos, sólo uno. Y yo que había comprado una caja de pañuelos con motivos florales para la ocasión.
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