martes, 3 de enero de 2006

Ingeniería especulativa: máquinas pop de mentira (1ª parte)


El de los inventos es un asunto inacabable, estimulante, delicioso. Las anécdotas que rodean a su concepción y desarrollo son a menudo tan fascinantes como las creaciones en sí. Desde el anónimo homo erectus que se planteó por primera vez la aplicación del círculo a la vida motriz, hasta el desgraciado que diseñó la primera huevina transgénica, la historia de la Humanidad es la historia de sus inventos.

Bien es sabido que Thomas Alva Edison, además de encendérsele la bombilla, construyó un aparato capaz de registrar el sonido en cilindros de cera, y un fonógrafo capaz de leerlo. Revolucionó el negocio de la música para la posteridad, y sin embargo no patentó su hallazgo, convencido de que no tendría éxito; lo mismo pasó con el inocente de John Walker, que no ganó un duro como inventor de la cerrilla (que la concibió él, y no Buda); famosa fue la pelea entre Samuel Morse y Joseph Henry por el aparato de transmisión de lenguaje morse; o la perspicacia de Johannes Gutemberg para patentar su imprenta, cuando ya hacía siglos que los orientales utilizaban caracteres movibles sobre el papel; el inventor de la fórmula de la Coca-cola era un morfinómano y un alcohólico; el papel lo inventó un eunuco chino; se rumorea que el malvado Fu-Manchú inventó el flan; dos científicos franceses aseguran haber creado una sustancia 200.000 veces más dulce que el azúcar; dicen que entre los jeroglíficos de las tres grandes pirámides se pueden observar bicicletas, helicópteros, teléfonos móviles y naves espaciales; que las herramientas y las poleas que utilizaron para construir Stonehenge probablemente eran más avanzadas que las que se conocen hoy en día; Leonardo DaVinci hablaba de aviones y ferrocarriles imaginarios en la Edad Media... Guglielmo Marconi, James Watt, Galileo, Copérnico, Graham Bell, King Camp Gillette... Personajes adelantados a su tiempo, incomprendidos en gran medida, gracias a cuyo tesón, a sus éxitos y a sus fracasos, el mundo es hoy en día tal y como lo conocemos. Hasta que el ser humano consiga transformar un Delorean en una máquina que nos lleve atrás en el tiempo, y podamos experimentar con nuevas posibilidades, nunca sabremos cómo habría sido este planeta si no se hubiese inventado el teléfono, la televisión, el deuvedé, el termómetro, el automóvil, la bomba nuclear, las lentillas... Y todo lo que está por venir.

En fin, que la historia de los inventos y los inventores es realmente alucinante, no me canso de leer anécdotas sobre los inventos que cambiaron el mundo. Pero sobre esto ya hay demasiado escrito. Yo venía hoy a hablar de otro tipo de inventos. Y tampoco, tampoco es éste otro de esos textos que glosan inventos bizarros y cachondos, como la camiseta para rascarse la espalda, la maleta-cohete, el zepelín, el paraguas para dos, las gafas de rayos-X, la escopeta de maquillaje de Homer Simpson o el embudito dosificador de colirio en el ojo. Me refiero a otro tipo de fenómenos, concretamente al aspecto más netamente ficticio y pop de todo esto. Porque allá donde llegue la Ciencia, la fantasía y la ciencia-ficción sin duda ya habían llegado antes, y se habían manifestado en cómics, películas o anuncios.


Pero concretaré todavía un poco más el cuerpo de este artículo, antes de entrar en faena. Con lo de la capacidad adivinatoria de la ciencia-ficción no me refiero a la precisión con que Julio Verne había predicho la llegada del hombre a la Luna o el funcionamiento del submarino, ni a todo lo que el cómic futurista clásico hizo por el mundo del diseño, sino a un aspecto muy marginal pero absolutamente maravilloso: la "ingeniería especulativa", la inventiva-ficción, las patentes imaginarias y desternillantes. Es decir, los inventos locos que no sirven para nada, sino que el tipo que los concibió o desarrolló lo hizo sólo por amor al arte. Más adelante veremos que a estos inventos bizarros y cachondos, gracias sobre todo a su desarrollo en el mundo del cómic, se los conoce también como esculturas quinéticas, Máquinas de Rube Goldberg o, en España, Inventos del TBO. Pero no adelantemos acontecimientos.

La ingeniería especulativa hace alusión a aquellos inventos que se han pensado y desarrollado no para ser fabricados y utilizados, sino con el mero objeto de hacer reír o asombrar al espectador de una obra de ficción.

En este infragénero de la inventiva a menudo, de hecho, utilizar la maquinaria del invento es más costoso, lento y engorroso que realizar manualmente la tarea para la que ha sido inventado. Se trata de máquinas ridículas, divertidas, imposibles y locas. Pero vamos a ir viendo ejemplos, que es como mejor se entenderá esto tan raro de lo que vengo hablando. Ejemplos que catalogaré en 7 (I a VII) apartados:

I. Cine;
II. Televisión;
III. Dibujos animados;
IV. Publicidad;
V. Ordenador;
VI. Performances y exposiciones;
VI. Y por fin, el aspecto más fascinante y en el que más se ha desarrollado el asunto: el cómic y la ilustración.

Pues sí. Tal y como alguno estaréis pensando, aquí comienza otro texto denso y lleno de letras. Pero creo que suficientemente estimulante y apasionante. Y sobre todo, con más imágenes y videos que nunca. Además, prometo despacharlo en sólo dos entregas más (necesito algo de tiempo para escanear cosas).


Probablemente, el mejor anuncio del mundo. Ya hablaremos de él cuando llegue el momento

Algún día construiré mi propia máquina de Rube Goldberg, y sin una sola pieza de dominó

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