El otro día hablaba de mis problemas con el cine de animación moderno, tan aséptico, tan perfecto, tan rematadamente hermoso que parece imposible que tras la fachada se escondan películas mierdosas para niños estúpidos. Sin embargo, con
"Cloudy with a chance of meatballs" estaba sobre aviso, me habían advertido que
"Cloudy with a chance of meatballs" es de las buenas, de las que molan de verdad y que pasarán a la historia. Y efectivamente,
"Cloudy with a chance of meatballs" es una gozada, una maravilla que me hizo reír, patalear y sobrecoger, a lo loco, todo el rato. La historia transcurre en un gris y mohíno pueblo de pescadores en mitad de una isla remota en el Pacífico, donde habita un joven soñador que aspira a gran científico, y que pretende aportar al pueblo algo de color gracias a su talento
nerd, ponerlo en el mapa. El niño ha crecido fracaso tras fracaso, y su sufrido y enviudado papi no consigue ponerle en cintura, para que deje de fantasear con crear una máquina que traiga prosperidad al pueblo. El vil alcalde, por su parte, decide organizar un parque temático para atraer a los turistas, precisamente el mismo día que el joven inventor tiene éxito en su tarea de fabricar una máquina que convierte el agua (lo único que les sobra en la región) en comida. La cosa se irá de madre y se convertirá en la noticia más importante del mundo, al tiempo que la historia se transforma en una terrible película de catástrofes llevada al extremo. Una barbaridad preciosa, imprescindible.
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