lunes, 25 de julio de 2011

Desgracia (J. M. Coetzee, 1999)


No soy precisamente lector habitual de grandes clásicos ni de literatura de peso. Me enfrenté durante la semana pasada, a base de largos sorbos espaciados, en la intimidad, a esta obra maestra del premio Nobel Coetzee, y ha sido una experiencia apasionada y turbadora. "Desgracia" es una historia sencilla y narrada de manera lineal y directa, descarnada, sobre un provecto profesor universitario (David Lurie) que se enfrenta al dedo acusador de toda Sudáfrica Occidental después de una aventura con una joven alumna, que le denuncia ante el rectorado forzando su marcha de la facultad y su exilio en el campo, junto a su hija Lucy, su camada de perros y sus asilvestrados vecinos. Es la historia de la caída en desgracia de un hombre normal, que decide encajar la que se le viene encima de manera cínica y pragmática: "Con franqueza, entiendo que lo que desean de mí no es una respuesta, sino una confesión. Pues bien: no he de confesar. Expreso una súplica, y tengo derecho a hacerlo. Quiero que se me considere culpable de acuerdo con las acusaciones, esa es mi súplica ante esta comisión. Hasta ahí estoy dispuesto a llegar". El engranaje de la corrección política quiere al profesor Lurie arrastrándose y llorando para expiar sus pecados, pero el profesor Lurie simplemente se dejó llevar por sus deseos y se acostó con su alumna de mutuo acuerdo. El profesor Lurie asumirá de buena gana lo que la vida le traiga. Lo que le acontecerá en el campo junto a su hija es una verdadera tragedia. El respetable profesor Lurie dedicará entonces sus días a alimentar a los perros sarnosos que aguardan su cita con el matarife. Vivir como un perro junto a perros abandonados y moribundos, a los que nadie desea. Perros sin nombre, con las piernas secas como mojama. A duras penas avanza en la composición de una ópera sobre Lord Byron que le ronda por la cabeza durante los últimos años, al tiempo que deberá enfrentarse con la sinrazón, la hipocresía, el racismo, el machismo en que ha dejado sumido el Apartheid a la región. Las imágenes que evoca Coetzee son salvajes, descorazonadoras, poéticas, filosóficas y terriblemente brillantes. A los personajes se les huele el alma. David Lurie, de profesor a hombre-perro, componiendo ópera con un banjo rodeado de canes al filo de la inyección letal. El ser humano degradado a bestezuela, tan lejos de la mano de Dios como esto es posible. Hacía mucho tiempo que no me encontraba una obra con todas las palabras tan bien puestas cada una en su sitio, que te apriete tanto de los bajos, y con tanta poesía: "Se estremece como si un ganso acabara de pisar su tumba", expresa Coetzee la reacción de David ante las palabras de su hija, al día siguiente de la "Desgracia" en la granja. Una lectura breve pero palpitante y con un final que me sentó como un tiro a bocajarro.

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