lunes, 14 de febrero de 2005

Bares, qué lugares (5)

In memoriam, Bar CONTINENTAL (amanecer de los tiempos – 2004)

Así como la selección de Argentina y el Boca tienen la Bombonera, el Real Madrid el Bernabéu (y un monumento histórico como piscina, y dentro de poco varios rascacielos, una ciudad deportiva de ensueño y todo lo que se le antoje, que para eso el Madrid nos llena de orgullo y prestigio, no te jode) o los 4-Fantásticos tienen la Torre de las Cuatro Libertades, mi super-pandi y yo tuvimos desde que alcanzo a recordar un lugar de encuentro que era más que una extensión de nuestros hogares y casi de nuestros propias personas: el Continental, el Conti, o El Bar a secas.

Cuántas veces habré salido de allí revoloteando como la canica en un pinball, Fachada del enclave del que hablo. A la izquierda del buzón, la puerta del Conti, tal como estaba antes del lamentable cierrecuántos grandes momentos nos dio aquel lugar, cuántas horas de felicidad y recuerdos (confusos) entre disfrute etílico se quedaron dentro de esas paredes... y qué rancio era su propietario. El Conti era un lugar grasiento y casi siempre vacío, situado en la hermosa plaza peatonal de Olavide, en el barrio de Chamberí. Un “bar de viejos”, sin decoración alguna, sin tragaperras, feo como pegar a una madre, sin tan siquiera un borracho habitual que lo dotara de categoría... pero con una planta de abajo diáfana, desconocida para el gran público y maravillosa, en la que podíamos hacer absolutamente cualquier cosa que se nos antojara. Un lugar sin ley con la única pega que los botellines y los minis no bajaban solos desde la barra, y que uno no podía ser muy tiquismiquis ni ser puntilloso con la higiene de vasos y platos. Y donde había que ir cenado, puesto que sólo en las fiestas de guardar el señor barman podía sorprender con una tapa de aceitunas amarillo-azuladas. Como máximo.

El encanto de este lugar, además de su emplazamiento estratégico, estaba sin duda en la sensación de que todo aquello nos pertenecía. Fuimos durante años algo así como los hijos que el matrimonio de propietarios nunca tuvo, y éramos tratados como tales, siempre que nos fuésemos de allí apoquinando religiosamente por todo lo consumido (no nos invitaron nunca ni a mondadientes... aunque mejor no haber pasado por eso, supongo que debo agradecer a ese gesto el seguir con vida y sin escorbuto). Llegábamos allí, a media mañana, después de comer o cualquier noche de la semana (excepto los lunes, por descanso del personal, que imagino que seguirían mano sobre mano en su casa), bajábamos la estrecha y desgastada escalera con el alborozo propio de quien recorre por la alfombra roja camino de recoger un Oscar, colocábamos las mesas y empezaba nuestra sesión de estudio, de papeleo, de charla informal, de juegos de mesa, de celebración de algún cumpleaños o acontecimiento mayor o, sobre todo, alguna de las más legendarias partidas de kinito que en el mundo han sido. Hubo un tiempo en el que iniciamos una competición de kinitos contra colegas de otro barrio, y en la final, que jugamos en casa, decoramos el local con pancartas y banderolas y nuestros lozanos cuerpos con camisetas hechas para la ocasión. Tengo más fotos tomadas en el Conti que en mi casa.

En definitiva, el Conti era una extensión de nosotros mismos, nuestro barco de Chanquete, nuestro Instituto Xavier, un lugar de ensueño en el que teníamos libertad absoluta por encima de las leyes (del Derecho e incluso de la Ciencia), para hacer todo lo que quisiéramos. Pero hace unos meses sus dueños debieron verse obligados a reconocer que nuestros tragos semanales no eran suficiente para mantenerse eternamente, y cerró. A día de hoy es un restaurante africano llamado Tukilibela, muy agradable y con camareros muy guapos y simpatiquísimos (y bastante barato, por cierto), donde desde el primer día se aprendieron la receta del kalimotxo à là Continental, y donde seguimos celebrando encuentros de vez en cuando, pero que ya no es lo que fue, que ahora encima suele tener clientela, y parece que un tsunami de diseño, especias y exotismo hubiese arrastrado aquellos cutres pero inolvidables encuentros, para siempre. Vaya desde aquí un brindis y este sentido homenaje (...estoy llorando sobre el teclado... Necesito un trago... ¿un kinito este finde...?).
Se acabaron los kinitos con vómito y las apuestas clandestinasSe acabaron las simpáticas partidas de ruleta rusaAhora los kinitos serán con rollitos de arroz, cago en ros

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