En estos últimos meses, incomprensiblemente, pese al control al que somete el Gran Hermano Google a nuestra rutina de descargas ilegales, y pese a que recientemente ha lanzado su propio sistema de pay-per-view a través de Youtube, esta plataforma está viviendo una edad de oro como cochambroso videoclub ochentero, proveyéndonos continuamente de cine basura cuyos derechos no serían reclamados por nadie en su sano juicio. Lo mismo pasa con las canciones y los discos, que se pueden escuchar (y en mi caso, acumular en rodajas digitales) tranquilamente los LPs más inencontrables, no solo en el mundo real, sino en cualquier blog o dealer P2P. No sé cuánto durará este despiporre, pero para los que nos gustan las películas ignotas y nos repugnan los
youtubers, los predicadores y demás putas de atención, el concepto "película completa" en Youtube es una fuente inagotable de retrofelicidad, y miramos Youtube como en los ochenta sintonizábamos emocionados con la tele comunitaria que radiaba el portero del edificio, o nos acercábamos los sábados por la tarde al videoclub del barrio pasando de largo del estante de novedades. A mí me gusta bajarme las películas y ponerlas a la cola en un pendrive en la tele, pero porque no tengo una grabadora de cinta magnética, que si no me haría mi propia colección de VHS con sus carátulas y su delicioso lomo para exponer bajo la tele, en pleno 2014.
Últimamente he podido ver montones de películas bizarras, mixtapes y documentales "alquilados" de Youtube, un entretenimiento veraniego muy estimulante. Que recuerde, solo esta semana vi una cosa titulada
"Chiquidrácula" (Julio Aldama, 1985), cine infantil mexicano obscenamente moralista y disuasorio (sobre un nene que hace travesuras para ayudar a su abuelo alcohólico), lejos de la cutrez fantástica que prometía la carátula;
"Cuatro chalados a tope" (
"Loose screws" aka
"Screwballs 2", Rafal Zielinski, 1985), estúpida explotación aún más
jaimitiana que
"Porky's"; volví a ver las geniales
"Curso de 1984" (Mark L. Lester, 1982) y
"Curso de 1999" (Mark L. Lester, 1990),
"Re-Animator" (Stuart Gordon, 1985),
"Una de zombies" (Miguel Ángel Lamata, 2004),
"Ferocious female freedom fighters" (Arizal, 1982),
"Decampitated" (Matt Cunningham, 1998) y un par de documentales sobre subculturas punk exóticas. Es como volver a tener el Canal 18, AluCine o aquellos tiempos en los que estábamos pendientes del mierdoso Canal 7 no fuera que cayera una de Troma o un clásico del fantastique barato ochentero. Anoche mismo, hasta las tantas, me enganché a
"The Stepford children".
La gran novela satírica de Ira Levin (hace poco leí su
"Los niños del Brasil"),
"The Stepford wives" (1972), llevada al cine en 1975, además del reciente remake del maestro Frank Oz (
"Las mujeres perfectas", 2004), por lo visto generó varias secuelas apócrifas en los años setenta, como este magnífico telefilm. Ya sabemos, por la novela y las pelis resultantes, que Stepford es un idílico suburbio de Connecticut en el que desde el Club de Caballeros local conspiran para sustituir a sus esposas por obedientes y sumisos androides. En esta versión, la acción se centra en el instituto, y son los chavales quienes asisten al extraño comportamiento de todos sus compañeros de clase, demasiado pacatos, moñas y repelentes. Un par de escenas recuerdan mucho a la posterior
"Pleasantville". En ellas vemos cómo los residentes de la escuela de Stepford se asustan y alucinan por las pintas de sus dos nuevos compañeros, ella así como un poco punk y él con una chupa de cuero y gafas de sol. Los deportistas no fallan una canasta, y todos son estudiosos, disciplinados y responsables. En una escena, en el baile de fin de curso, la chica nueva, emulando a Marty McFly, sustituye la música de ascensor que suena sobre la pista por un poco de rock n' roll ochentero, y los estudiantes autómatas enloquecen y empiezan a pelearse entre ellos. E inolvidable resulta la escena en la que la joven protagonista, ya conversa y vestida de impecable
cheerleader, ataca a su madre con un cuchillo. El desenlace es igualmente fascinante, superando el original, con esos androides semovientes como flotando en líquido amniótico. Maravilloso. Quizá porque la vi tan tarde, que la cheerleader tirada en el suelo balbuciendo su diálogo programado, me impresionó y sugestionó bastante. Una vuelta de tuerca genial y muy entretenida de lo que sucede en el idílico
suburgatorio de Stepford.
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