Cuando somos críos, una de las primeras cosas que nos enseñan en la guarde es que existen otros seres vivos como nosotros, que se mueven, comen y se aparean. Con apenas unos meses estamos familiarizados con perritos, pollitos, pececitos de colores y hámsters. Pronto aprenderemos que el reino animal está absolutamente repleto de animales de toda índole, millones de especies diferentes divididas en familias: en África hay tigres, leones y panteras, hipopótamos, rinocerontes, increíbles caballos con la piel como los pasos de cebra o loros dotados de una laringe capaz de imitar sonidos humanos. Más tarde nos enteraremos de que la fauna es totalmente inabarcable, y nos irán enseñando todo eso de que en un metro cuadrado de terreno virgen, en una selva amazónica, podemos encontrar miles de seres vivos. Que en el fondo del mar hay bichos con forma de estrella, en el aire insectos que emiten luz fluorescente y en la tierra escarabajos del tamaño de una gallina. Yo no he visto en mi vida a un tiburón ballena delante de mis narices, y sin embargo sé que existe, porque sale en los libros, lo aseguran en las escuelas y la Ciencia lo corrobora.
Pero hay una rama fascinante dentro de la Zoología que estudia esos otros animales que no se conocen, de los que no hay pruebas definitivas que confirmen su existencia, que no se coleccionan en zoológicos, y que sin embargo hay testimonios, restos fósiles o pistas de sus movimientos en su hábitat. Esta rama es la Criptozoología. Que por supuesto no se trata de una paraciencia practicada por un grupo de conspiradores que buscan gnomos entre las setas, sino de un campo de estudio serio e imprescindible, que nació casi a la vez que la Zoología.
Es necesario comenzar aclarando un par de cosas:
- En primer lugar, separar la Criptozoología de la Paleontología. Esta segunda ciencia estudia la existencia y el comportamiento de animales del pasado, ya desaparecidos, para conocer cómo era el mundo hace mucho tiempo, y quizá poner un poco de luz sobre nuestros propios orígenes. La Criptozoología, en cambio, basa sus estudios en el tiempo presente. Busca indicios frescos, analiza fotografías o se entrevista con anónimos ciudadanos que aseguran haber visto a un ser de cuatro patas que no se parecía a ninguno que haya en el zoo.
- Y cabría separar también la Criptozoología de, por llamarla de alguna manera, la Mitología. Es decir, que a pesar de la mala fama que acarrean quienes se dedican a buscar indicios de la existencia de animales desconocidos, no son chiflados que intentan convencernos de la existencia de grifos, hadas, hombres-topo o dragones de seis cabezas, sino investigadores que creen que no todo está descubierto ya, que la Fauna de un planeta tan grande como el nuestro no está exhaustiva y totalmente documentada, sino que queda trabajo por hacer.
De hecho, entenderlo es tan sencillo como echar la vista atrás unos pocos cientos de años. En un libro escrito por un tal Andrew Battell en 1625 titulado “Purchase his pilgrimes”, se narra que los nativos de varias aldeas africanas vivían en continuo desasosiego, porque varios de ellos creían haber visto a un extraño monstruo gigantesco, que vivía en los árboles y utilizaba rudimentarias herramientas, que tenía la fuerza de diez hombres y emitía terroríficos alaridos. Ese monstruo no era otro que el simpático gorila que hoy conocemos y que abrazamos en las visitas al Safari Park, y cuya existencia no fue científicamente reconocida hasta 1847. Creo que es un ejemplo muy significativo. Y como ésta, supongo que habrán circulado a lo largo de la historia centenares de leyendas, condimentadas con escenas de terror y místicas ornamentaciones, acerca de perros, linces, murciélagos o ratones, antes de que estos fuesen aceptados por la Ciencia como habitantes del planeta.
Es decir, que la Criptozoología (del griego cryptos, oculto; zoos, animal; y logos, estudio) es “el estudio de los animales sobre cuya existencia sólo poseemos evidencia circunstancial y testimonial, o bien evidencia material considerada insuficiente por la mayoría”. Para entendernos, hasta que una especie no recibe la darwiniana nomenclatura en latín y pasa a formar parte de las enciclopedias, habrá un criptozoólogo tras la pista de un monstruo cuasimitológico, y probablemente siendo víctima de escarnio público.
La Historia nos habla por primera vez del que quizá sea el mayor enigma actual de la criptozoología, el Monstruo del lago Ness, en el año 565 D.C. Un episodio del Cristianismo muy relevante para la conversión de Escocia, fue la llegada del misionero San Columba (o Columbano) (521 – 597) a la isla de Iona junto a 12 discípulos. Allí pronto tuvo contacto con rumores de los nativos, que aseguraban que en el fondo del lago Ness había un peligroso depredador gigante al que llamaban Niseag, que había devorado a varios pescadores. Precisamente estando S. Columba en la zona, fue aclamado por una aterrorizada familia, ya que un joven pescador no había vuelto de la faena. Se acercó a la costa, rodeado de testigos, que observaron el bote del desaparecido pescador a unos 50 metros, a la deriva. Sin pensarlo dos veces, le pidió a uno de sus discípulos –llamado Lugne Mocumin– que se lanzara al agua y recuperara el bote. Cuando éste lo hizo, todos vieron cómo el monstruoso ser, que sin duda debía ser un engendro satánico, emergió de nuevo y se lanzó hacia Lugne. El terror cundió entre los presentes, hasta que el misionero, aparentemente dotado de poderes divinos, alzó las manos, hizo la señal de la cruz, invocó el nombre de Dios y obró el milagro. La criatura retrocedió y volvió a desaparecer en el fondo del lago, desapareciendo aparentemente para siempre.
Algo más alejado de la siempre idealizadora Teología, y muy anterior cronológicamente, cabe citar también la figura de Heródoto (484 –425 A.C.), al que se considera el primer zoólogo. Es uno de los grandes sabios griegos, considerado el Padre de la Historia, y maestro naturalista. Su obra la componían nueve volúmenes, sino que se divide en nueve libros a modo de partes (división posterior al propio Heródoto y bastante artificial, pues se hizo en honor a las nueve musas), en los que trató de compendiar todos los grandes eventos conocidos hasta la fecha: guerras, biografías de grandes hombres y toda la fauna existente en Grecia, Persia, Babilonia, Asia occidental y Egipto. En este apartado dejó constancia de muchos animales comunes, pero también aparecen allí ejemplos de extraños seres crípticos e inconcebibles: humanoides anfibios, mastodontes velludos o sirénidos. Sitúa en la India la existencia de hormigas gigantes, como en las pelis de serie B, y en el ámbito de lo que más bien sería criptoantropología da la primera mención de los pigmeos. eneralmente se le ha acusado de mezclar mitología con realidad, pero hay quien defiende que todo cuanto describió en sus escritos se ciñó a la fauna que él conoció personalmente (*).
Siguiendo con los inabarcables sabios de antaño, tenemos que pararnos también en la obra de Tito Lucrecio (99 – 55 A.C.), poeta, filósofo y naturalista que recogió en su exhaustivo repaso de 6 volúmenes “De Rerum Natura” (“Acerca de la Naturaleza del Universo”) sus iconoclastas teorías acerca de la estructura atómica de la materia, una defensa a ultranza de la validez del método científico, así como la propuesta de la teoría de la evolución basada en la selección natural, precursoras de la línea de pensamiento expuesta por Charles Darwin, universalmente aceptada mil ochocientos años más tarde. Además de sus irrefutables aportaciones a la Zoología, también tiene un papel importante en el más bizarro rincón de la Criptozoología, al haber dejado descritos para la posteridad la existencia en el pasado de seres como el centauro, la hidra o el grifo.
Fue precisamente Charles Darwin (1809-1882) el principal impulsor y practicante de la Criptozoología como ciencia, antes de que ésta existiera y tuviera este nombre. En 1861, estudiando las plantas de una zona concreta de la isla de Madagascar, Darwin se percató de que había una especie de orquídea (esas flores silvestres con hermosa forma de campana de múltiples colores, o si no que le pregunten al guionista de “Adaptation”) cuyo fruto estaba siendo sorbido por alguna clase de insecto desconocido, que debía tener una trompa de unos 30 centímetros, ya que de otra manera era imposible alcanzar el centro de la flor. Predijo que era necesario que existiese allí una especie de mariposa hasta ahora desconocida. Y su predicción fue corroborada en 1903, cuando se capturó el primer ejemplar de Xanthopan morgani praedicta, un lepidóptero de la familia de las mariposas esfinge, que efectivamente poseía semejante trompa libar de 26 cm.
Descubrimientos como éste, que Darwin y sus sucesores estaban documentando incansablemente desde finales del siglo XIX, llevaron al zoólogo belga Bernard Heuvelmans (1916 - 2001) a crear en los años 50 esta nueva disciplina científica (basada en conjeturas y testimonios, y no en el estudio de campo del comportamiento de animales ya conocidos), y de paso a llevarse el galardón de Padre de dicha rama. Nacido en Le Havre (Francia), aficionado al jazz y a la literatura fantástica de Julio Verne (citaba también a menudo “El mundo perdido” de Athur Conan Doyle). Zoólogo profesional y autor del fundacional y monumental “Tras la pista de animales desconocidos” (1955), donde además de acuñar el término por primera vez plasmaba la clave que seguirían a partir de entonces el resto de criptozoólogos: practicar el estudio con rigor científico, pero con una actitud abierta e interdisciplinaria.
A pesar del público reconocimiento de su trabajo, Heuvelmans siempre insistió en que los orígenes verdaderos de esta ciencia están en el libro de 1892 “La gran serpiente marina”, obra de Antoon Cornelis Oudermans (1858 - 1943), que es, en efecto, la primera obra de la historia enteramente centrada en los críptidos. Botánico, entomólogo y zoólogo alemán, y uno de los más serios estudiosos modernos del monstruo del lago Ness, Antoon / Anthonid (según la fuente) defendió en sus controvertidas teorías que las serpientes marinas no son un descendiente directo de los plesiosaurios o los ictiosaurios, sino un pariente lejano de unos mamíferos terrestres a los que él llamó Megophias megophias.
Para ir terminando con el repaso histórico, cómo no, tengo que citar al maestro Charles Fort (1874 – 1932). Fort es, para entendernos, el Padre de la "ciencia bizarra". Apasionado lector, agitador y descubridor del lado extraño, incomprensible e inexplicado del Universo, todo aquello que se escapa a la comprensión humana y que la Ciencia tradicional rechaza. Ineludible maestro y referente cuando hablamos de cualquier tipo de paraciencia y fenómeno curioso, desde los OVNIs a la combustión espontánea, pasando por incomprensibles sucesos atmosféricos como la lluvia de ranas, los estigmas, las habilidades psíquicas, los poltergeists, etc. etc., también frecuentó el mundo de los críptidos, estudiando a las serpientes marinas, los avistamientos de seres mitológicos o los humanoides peludos. Fort nació en Albany, NY, en el seno de una próspera familia de inmigrantes alemanes. Harto del abuso y los golpes recibidos por parte de un padre violento y maltratador, a los 18 huyó de casa y se instaló en el corazón de Manhattan, donde sobrevivió escribiendo historias y artículos para diferentes revistas y periódicos. Fue un viajero empedernido e impulsivo, y durante los siguientes años recorrió los cinco continentes, hasta que contrajo la malaria en sudáfrica y volvió a casa. A los 22 años se casó con una antigua doncella de su padre, llamada Anna Filan, y se convirtió poco menos que en un ermitaño, permanentemente atado a la mesa de su despacho, leyendo todo lo que pasaba por sus manos, recorriendo bibliotecas y hemerotecas, y tomando nota de todas aquellas noticias y acontecimientos inexplicables que publicaban los rotativos y las revistas científicas de todo el mundo. Reunió miles de anotaciones. Se obsesionó tanto con su afición, que fue víctima de varias depresiones, y en dos ocasiones quemó todo el material que había reunido. Durante sus periodos más fructíferos, sus anotaciones seguían un útil sistema organizativo, y llegó a publicar muchas de ellas en el seminal libro de fenomenología forteana "Lo!", en 1922, residiendo en ese momento en Londres. Ha publicado otros libros como "Nuevas tierras", "El libro de los condenados" o "Talentos salvajes", y en su honor se fundó en 2000 el Charles Fort Institute, así como existe una viva publicación, el Fortean Times, que es una biblia de lo bizarro e incomprensible. La ciencia forteana destaca por estudiar fenómenos extraños de cualquier ámbito, pero también por su permanente postura escéptica.
La Criptozoología debe también su estatus de reconocimiento actual a otras sesudas figuras que han investigado el lado oculto de la fauna, a saber:
- Olaus Magnus (1490 – 1558): arzobispo de Upsala, incansable investigador de las míticas serpientes marinas durante el Renacimiento;
- Conrad Gessner (1516 – 1565): autor de la “Biblioteca Universalis”, la Biblia de la zoología;
- Erik Pontoppidian (1698 – 1764): tomó el relevo de Magnus en el estudio de las serpientes marinas de los fiordos y el Atlántico Norte;
- Roger Patterson (? – 1972): es el autor de la única película existente sobre Bigfoot cuya falsedad no ha podido ser demostrada, rodada junto al cineasta Bob Gimlin;
- Ivan Terence Sanderson (1911 – 1973): uno de los más importantes y afamados criptozoólogos de todos los tiempos, viajó incansablemente por todo el globo, como un Félix Rodríguez de la Fuente bizarro, buscando vampiros gigantes, anguilas gigantes de los lagos, criaturas humanoides de las nieves o reliquias prehistóricas vivientes. Está considerado como el principal seguidor de Heuvelmans, autor de un vasto legado multimedia, y fundador de la Society for the Investigation of the Unexplained.
- Tom Slick (1916-1962): los descubrimientos modernos, así como los pocos datos que conocemos acerca de algunos de los cripto-
monstruos norteamericanos, serían cuantiosamente menores de no ser por la aportación de Tom Slick. O mejor dicho, por sus donaciones y multimillonarias inversiones en la investigación de campo. Siempre es una suerte, para cualquier ámbito, que un prócer de Texas decida dilapidar su fortuna en pro de su desarrollo y mantenimiento. Inicialmente gastó su dinero en el cine (pupiló la carrera de todo un Jimmy Stewart), pero a partir de los años 50’s proporcionó las ayudas necesarias para la realización de numerosas expediciones en busca de animales desconocidos, como el Yeti, los monstruos del lago Illiamna o las salamandras gigantes de California;
- Ted Holiday (1920 – 1979): forteano, ufólogo y defensor de una teoría que dice que Nessie tiene ascendentes tanto en la lombriz de tierra como en el pulpo;
- Tim Dinsdale (1924 – 1987): 26 años detrás del misterio del lago Ness;
- Rene Dahinden (1930 – 2001): incansable cazador de sasquatchs (un homínido de las nieves cuasimitológico que tendría hábitat en Canadá);
- Grover Krantz (1931 - 2002): argumentó la existencia de Bigfoot, como un superviviente del prehistórico Gigantopitecus, teoría que sigue investigándose a día de hoy;
- Jordi Magraner (1967 – 2002): un español asesinado recientemente, que dedicó sus esfuerzos al reconocimiento universal del homínido peludo pakistaní, el Barmanú.
(*) Algunos puntos del párrafo referente a Heródoto han sido corregido y aumentados con aportaciones literales que me ha hecho C. Rancio en los comments. Gracias otra vez.
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