lunes, 23 de marzo de 2015

"Las ganas" (Santiago Lorenzo, 2015)

Me considero un gran fan de Lorenzo, y atesoro tanto sus tres novelas como sus dos películas largas, el corto "Manualidades" en VHS que regaló Mondo Brutto hace mil años, la hagiografía "La risa y la pena" que le hizo el Festival de cine de Madrid o el inencontrable catálogo de su producción de dioramas de fantasía "Juguetería (Toyshop)" de Blur Ediciones. En cuanto supe de la publicación de "Las ganas" corrí a hacerme con un ejemplar con su foto en mi carpeta, para inmediatamente encontrármelo envuelto, una vez más, en una portada repugnantemente fea obra del niñato los plastidecor ése que se regala en las revistas de tendencias y que tan bien contemporiza entre los débiles mentales. Tengo pendiente confeccionar unas sobrecubiertas para los sufridores admiradores de Santiago Lorenzo que detestamos las ediciones/accesorio-de-outfit para hipsters que saca Blackie Books. Me cabrea mucho este asunto.

Pero al margen de todo esto, lo que nos encanta de Lorenzo a sus fans es su prosa, y lo que no, que lo hayan adoptado unas modernas. Y "Las ganas", su tercer pepinazo a la línea de flotación del loser urbanita de mediana edad, se regodea esta vez en un asunto tan doloroso como el de no pillar. Nunca. Llueva o truene. Durante años. Benito se levanta y se acuesta llorando, porque nadie le abraza ni le mira bien, y se arrastra día tras día camino del trabajo en su oficina/taller de las afueras, tratando de vender el mocordo que ha inventado, a ver si sale de pobre. Su estilo inconfundible, su salvaje tragicomedia costumbrista y el monólogo interior continuo de Benito (sobre su desgracia sentimental y laboral, su gris y procelosa rutina, el asquito de su intimidad y el vértigo que siente del tiempo que hace que no eso) te atrapa desde el primer momento y te llena de ascopena y amargura; al tiempo te ríes y sufres de tanta ternura, de esencia agridulce, temiéndose uno que encima, al final, arremeta con uno de sus particulares anti-clímax. Especialmente doloroso me resultó a mí, que los escenarios en los que se mueve Santiago son los mismos en los que me muevo yo, y que la casa en la que vive la chica que le gusta está en la manzana de al lado de la que vivo yo... y además en esa Malasaña de lamente en la que yo también habito, la de hace quince años a la que algunos nos aferramos. El glosario final de localizaciones de rodaje, de hecho, es una preciosidad.

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