El comienzo de
"Twixt", esperada incursión de todo un papá Coppola en el excitante mundo del suspense, tenía todas las papeletas para hacerme repantingar en en sofá a oscuras y disfrutar como un crío: un narrador sureño y anciano nos sitúa en una aldea de la América Profunda, a la que acaba de llegar un mediocre escritor de best-sellers para presentar su nueva novela y de paso arañar algo de inspiración junto al cliché del lago y la naturaleza. El protagonista reconoce parecerse mucho a Stephen King, y el planteamiento remite a varias de sus novelas y films (sin ir más lejos, una de mis preferidas, la maravillosa
"La ventana secreta"). El pueblo tiene todo el atractivo que la historia requiere, e incluso el exotismo bizarro encarnado en un campanario misterioso (aquí, imposible no acordarme de otra de mis películas-fetiche,
"Hot fuzz"). El resucitado Val "Sergio Ramos a los 50" Kilmer no es el problema, me gusta, da el pego; el sheriff mola, tiene carisma y encima hace casitas para pájaros en sus ratos libres. No, el problema está en que a partir de unos personajes decentes y una historia manida pero atractiva, Coppola consigue, por difícil que parezca, manufacturar un rollo insostenible, venga a mostrarnos las absurdas pesadillas del Kilmer en blanco y negro y a la preadolescente muerta, que parece que le pusiera cachondo al viejo Francis. Ni los guiños a Poe o a King ni la hermosa fotografía consiguen disimular el flojísimo, descafeinado guión. De un director más joven o arriesgado te puedes esperar un giro o algo de incorrección que te saque del tedio, pero no de un dinosaurio meando fuera de género. Ni siquiera recuerdo, al loro, si terminé de verla.
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