viernes, 13 de enero de 2012

Charles H. Fort - "El libro de los condenados" (1919)


Otra de las primeras lecturas, plácida, completa y satisfactoria, con mi brand new tableta Arnova, ha sido "El libro de los condenados", de Charles "El de las lluvias de peces" Fort. Nunca me he topado con un ejemplar de este libro en papel (no sé si será difícil de conseguir o no), y le tenía muchas ganas. Como bien sabe todo aficionado a lo poco ortodoxo, Fort es una eminencia de "lo inexplicable", y uno de los papás de la paraciencia. A caballo entre el XIX y el XX, dedicó toda su vida a husmear en periódicos y bibliotecas de la época, obsesionado con aquellos asuntos a los que la ciencia no atendía, o no podía solucionar. Es famoso también por su curioso proceder, ya que durante décadas recopilaba notas, cientos, miles, cientos de miles de notas, en las que daba cuenta minuciosamente de sucesos extraños (lluvias de peces y ranas, sí, pero también extraños minerales de origen desconocido, animales fuera de su hábitat natural, milenarias construcciones desconcertantes, razas y culturas ignotas...); y encima, después de coleccionar semejante rejón de notitas, él mismo cuenta que lo destruyó una y otra vez, incapaz de aplicar algo semejante a un método, para tratar de compendiarlo, exponerlo o, quién sabe si incluso darle una explicación a todo aquello. Finalmente, en 1919 publica esta obra en la que recoge miles de estos fenómenos. Con profusión de detalles y citando fuentes ("el 4 de abril de 1835, según recoge el Omaha Inquirer, se produjo durante 14 minutos y medio un txirimiri de gusarapillos sobre Cheekateepeek, Nebraska", y cosas así), así como ordenados temáticamente, Fort nos adentra en el mundo de lo desconocido de forma narrada, no como una sucesión de datos como yo pensaba, sino a través de una simpática prosa que avanza a la manera de un cuento sobrenatural (no en vano algunos autores le comparan con Poe). Otra de las cosas que me han sorprendido de la lectura, es que Fort no se limita a la exposición de sus miríadas de post-its, sino que de paso aprovecha para meter cera a todo el establishment científico de la época, en ocasiones con nombre y apellido. Menosprecia el trabajo de los arqueólogos (me partí de risa en un párrafo en el que les llama "bebés buscatesoros", o algo similar), los meteorólogos y aquellos científicos de culo cuadrado que monopolizan las revistas de divulgación de la época. Sin cortarse un pelo, pone en duda el trabajo de los más prestigiosos cabezas pensantes del mundillo, y de paso toda la ciencia conocida. Les acusa de auto-hipnotizarse (Freud o Charcot estaban en el candelero hace 100 años) para convencerse y convencer al mundo de que están en lo cierto, cuando sus teorías pueden ser perfectamente refutadas. En este sentido, me entretuvo mucho "El libro de los condenados". Pero hete aquí, y esto tampoco lo sabía, que Fort, más o menos a partir de la mitad del libro, empieza a contarle al lector cuál es su explicación. Lejos de abanderar Lo Inexplicado (que es como Fort y lo forteano será siempre entrañablemente reconocido y respetado), resulta que Fort tenía unas "sólidas" teorías acerca de dónde venían esos sapitos caídos del cielo, esas piedras, esculturas o bestias fuera de lugar. Es aquí donde el libro se convierte en una incapaz demostración sobre la existencia de superlagos sobrenaturales y visitantes del espacio exterior. Y es aquí donde empecé a torcer el gesto y encomendarme a Raticulín.

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