sábado, 9 de junio de 2007

Twit #00040

Los muchos detractores de la blogosfera suelen argumentar una verdad indiscutible y grande como un templo, que es eso de que los blogs personales destilan un egocentrismo inmenso, y sus autores son generalmente unos insoportables amantes de sí mismos que sólo airean al ciberespacio lo guapos y listos que son, lo bien que escriben, lo exquisito de sus gustos y lo intrépidas, trepidantes y apasionadas que son sus vidas. No seré yo quien lo niegue, que soy tan guapo que me persiguen los espejos y me paso la vida de sarao en sarao, saludando a la peña y regalando tarjetas con mi teléfono a todas las tías buenas que se cruzan a mi paso.

Pero por una vez y sin que sirva de precedente, os voy a contar un par de mis miserias, porque si no lo hago voy a reventar. Concretamente, dos historias escatológicas, patéticas y repugnantes, que espero que hagan las delicias de mis enemigos; porque, por si alguien no lo sabe, tengo dos enemigos, hay al menos dos energúmenos en el ciberespacio que no me soportan y que me desean lo peor siempre que pueden. Supongo que habrá más, pero no me lo han manifestado. En cualquier caso, este post va para ellos, para darles una satisfacción y que alimenten sus morteros con nuevos insultos y dolorosos argumentos arrojables. Las dos historias son las siguientes:

Historia nº 1. Hace no muchos años, iba en un autobús de Alsa camino de Torrevieja, con mi mamá y mi hermanito pequeño. El viaje duraba aproximadamente 8 horas, con una paradita de avituallamiento en Los Abades de la Jineta, una vez rebasado Albacete. Llevábamos apenas dos horas de viaje, y empecé a sentir unos retortijones terribles. Dentro de mi estómago se desataba una fragorosa batalla química, en la que todo apuntaba que no iba a firmarse la paz hasta que todo aquello no hubiese salido al exterior por mi... sí, por mi culo, por el trasero. Yo era un amasijo de sudores, de temblores y de llantos. Y no había manera de parar ese autobús; no porque hubiese una bomba dentro, sino porque hasta los Abades de la Jineta aquello no se detiene ni aunque muera un pasajero. Lo intenté, vaya si lo intenté. Le lloriqueaba a mamá, que por favor hiciese algo, que me iba, pero nada. La cosa terminó como tenía que terminar: mis pantalones encharcados, mi asiento hecho un cisco y churretes malolientes en mis piernas. Intenté que mi hermanito pequeño se me sentase al lado, para que la gente le mirase con asco a él, pero por supuesto se negó, y tanto él como mi mami siguieron sentados en el asiento de atrás, poniendo cara de no conocerme de nada. En los putos Abades de la imbécil de la Jineta tiré mi ropa en un cubo de basura y me recompuse, pero nunca más volví a ser el mismo.


Sí, señores, yo me cagué en un autobús, durante un viaje espantoso. Diré en mi favor que con el estómago tocado, que yo controlo esfínteres desde los dos años. Pero no hay excusa. Llámenme cagón. Aprovechen. Nunca lo olvidaré. Y aunque no recuerdo exactamente la fecha, sí puedo decir que, atención, rondaba la mayoría de edad.

Historia nº 2. Esta historia está sucediendo en estos momentos, y es el motivo de mi cabreo, y de este twitidito. Os pongo en antecedentes, odiadores míos: vivo en un piso del centro de Madrid desde hace 5 años (menos 6 días; esta misma mañana he estado preparando los festejos para el sábado que viene). Mi piso es pequeñito, por supuesto, que soy un mileurista del montón de familia de clase media. Está en un sitio privilegiado, y lo que pago yo no lo paga nadie por una estancia de similares características, casi ni por una habitación en piso compartido, porque lo pillé justo antes del boom inmobiliario y además porque mi piso pertenece a la Comunidad de vecinos, por lo que nunca me subirán el precio ni hay ningún casero con el que pelearme. En gran medidad es un chollazo. Hace unos seis meses me hicieron una obra (pagada por todos los vecinos, por supuesto) que transforó mi zulo oscuro y de complicados pasillos en una estancia diáfana, recién pintada y llena de cosas bonitas. Ya lo conté.


Vale. Hasta aquí todo lo bueno y lo chanante sobre mi vida. Pues ahora que la cosa estaba por fin solucionada, que mi casa era la envidia de mis amistades y que podía presumir de mi habitáculo, resulta que el pozo séptico del edificio de al lado está a reventar y necesita una obra urgente, y las paredes del patio interior de mi edificio, que están al mismo nivel que mi casa, rezuman líquidos fecales por todas partes. En el patio interior (un lugar bonito, amplio y soleado, donde solía salir a tomar el sol, a leer, a tender la ropa y a jugar con el gato), justo a la puerta de mi cocina, hay un agujero por el que chorrea un líquido pestilente de color negro, una plastuza repugnante, un manjar para todo tipo de bichos reptantes y voladores, y las paredes del patio se está combando. Cualquier día de estos, si nadie le pone solución, reventarán y una ola de mierda innundará el patio interior, y con él mi cocina y mi casa entera. Imagináos la escena de "El resplandor", esa imagen producto de la locura que se le aparece a Jack Torrance de un ascensor que se abre y un tsunami de sangre se vierte desde su interior. Pues lo mismo, pero con caca, aparecerá en cualquier momento por la puerta de mi casa. Y por supuesto, ahora que viene el calor, entrar en el portal de mi edificio es algo parecido a entrar en el culo de King-Kong, y en mi casa, cuando vengo de la calle, huele a mierda. Cuando tenemos partida de mus mis amigos vienen con máscarillas, y se turnan para sacar la cabeza por la ventana a respirar. Llevo gastados cerca de 40 euros en ambientadores, hemos denunciado a los vecinos, y he hablado con todo el mundo, pero la cosa parece que va para largo.

Así que reíros, reíros, enemigos míos. En mi privilegiado loft del centro, desde hace un par de semanas, huele a mierda. Ahí lo tenéis. Aunque uno se acostumbra enseguida, no estoy a gusto. Da bastante mal rollo. Ya lo sabéis. Ahora dejadme que aproveche la coyuntura y me cague en la puta madre que le parió al presidente de la gestoría y a mis vecinos del número 7, que podían irse a cagar a la vía, que toda la mierda que sale de su esfínter va a parar gotita a gotita a mi patio, a ese mismo patio que tengo derecho a disfrutar y que, de hecho, estoy pagando de mi bolsillo. Cabrones. Me cago en vuestra mierda. Voy a ir a cagar en vuestro portal. Os voy a seguir denunciando. Aflojar la guita y arreglad eso, que así no puedo seguir. ¡¡Aaaaarrgh!!


P.D.: Después de esto, ya no le tengo miedo a vuestras burlas, odiadores míos. Si queréis os cuento más.

------------

Actualización: me acabo de tirar un pedo.

13 comentarios:

  1. Sobre tu segunda historia: a mí se me cayó el techo del cuarto de baño hará cosa de un lustro y, también, hasta que hicieron la obra general del inmueble (esa que obliga el Ayuntamiento a las casas de antigüedad inmemorial) pues la tubería gorda por donde pasan los cagajones tenía tomates (como los calcetines) y de cuando en cuando se escapaba algún que otro chorreón y mucho aroma.
    En cuanto a lo del vientre suelto, ya conté en PEGAMIN mis cagaleras en conciertos propios y ajenos. Pero en Párvulos solía cagarme en clase por lo menos dos veces por semana, por aquello de que me daba corte levantar la mano para solicitar la venia de ir al wc. Recuerdo que mi primer compañero de pupitre, un tal Prieto, idéntico a don Manuel Azaña (incluso con gafas del mismo grosor) pero con seis años de edad, vivía con una perpetua expresión de asco que todavía lo afeaba más y de la que supongo yo tuve bastante culpa.
    Traumatiza mucho eso de cagarse encima pero, dado que en mi vida había cosas más graves y bizarras (dignas de un grand guignol de Robert Aldrich: Baby Jane y tal) con las que lidiar, pues al final la cosa fecal quedaba superada.

    ResponderEliminar
  2. Yo con 20 añitos, borracho perdido, me tiré un pedete con agüílla y estuve toda la noche con el temita entrambas nalgas...y me lo hice con una y todo y no se coscó...menos mal que la cosa no pasó a mayores y quedó en una desganada paja de rincón oscuro...

    ResponderEliminar
  3. JA, sabía que el mundo estaba lleno de cagones. Yo recuerdo una cagada en Párvulitos...jeje la contaría pero es que es una historia tan larga como la mima cagada, que me llegó a los playeros..Bueno sí, la contaré: Como decía mi cagada me cogió en clase, ante el encerado (creo que en un corrillo de alumnos hecho para cantar) ...no sabía que hacer, nunca me había pasado (solo en casa), cagado en un aula de Párvulos entre muñecos de plastilina y recortes con tijeras sin punta...decidí entonces no moverme y esperar, con la idea de que la clase acabase...El problema era que la cagada era tan larga que se empezó a deslizar por la pierna...A la altura de la rodilla mi frente debió empezar a perlarse de sudor...y mientras que seguía bajando seguí yo con los brazos cruzados en el corro...No sé si por el olor o por que aquello ya empezaba a tocar los cordones del las Paredes que la profe se dio cuenta, me agarró del brazo y me llevó a una habitación en la cocina del cole en las que te cambiaban las mismas que hacían la comida. Me tranquilizó advertir en la cara de la señorita Pacita (así se llamaba la que me hizo el recambio) que ya había pasado por aquel trasiego cientos de veces, y luego, ver que en un armario había allí pantalones de recambio a mansalva, expresamente para cambiar a todos los niños cagados y mandarlos a casa con el pantalón (y el culo) limpio.

    Otra memorable es la de uno de mis colegas de toda la vida (espero que algún dia lea esto...cómo nos reíamos al recordarlo) le pasó lo misma pero hace unos pocos años bebiendo en un bar calimotxero...Al hombre no se le ocurrió otra cosa que ir al servicio, sacarse el gayumbo con el frenazo de grandes dimensiones e, incrustarlo escondido en la tubería de atrás del retrete, junto al suelo ya enmierdado de por sí...Cada vez volvíamos al local y con los años, uno de los 2 miraba tras el water, comprobando que allí seguía y advirtiendo con regocijo al otro con un "Alli sigue", recordándole de paso que no se olvidase de mirar y así, compartir el lovecraftiano asombro de ver el cambio de tono que ejercia el tiempo el paso del tiempo en el gayumbito...Así, del blanco-marrón original pasó a tomar un tono grisáceo, luego negruzco y, al final, aquello parecía algo así como la venda de la momia de Karloff empapada en sopa de espárragos...Bravo por pitorras cabezón y su incursión en los mundos de la Twilight Zone!!!

    ResponderEliminar
  4. Jaajajaa. Genial la segunda anécdota. Pero os sigo ganando, que la mía fue, ya digo, con 17 ó 18, y si ir borracho. Algo tuvo que ver la castaña de la noche anterior, que me dejó el vientre hecho un cisco, pero no hay excusa. Iba bien sereno en el autobús. Simple incontinencia. A mí eso, de hecho, no me pasaba ni en parvulitos. Yo nunca llevé uno de aquellos maravillosos pantaloncitos de cuadros que marcaban a los niños meones, para que por la tarde todos los mayores les fuesen llamando "cagón". Qué risas, qué tierno era aquello, los niños con pantalones de cuadros miles de veces cagados y relavados.

    Que yo recuerde, ni siquiera se me ha escapado un pedo con sorpresa, con sello en el gayumbo, de esos que decís. Pero mi CAGADA con todas las letras, y espesita, no me la quita nadie.

    Bueno, y una vez que estaba en casa jugando con mi hermano pequeño (que entonces tendría 6 añitos), me saqué el moco más grande de la historia, y le perseguí de coña por la casa, en calzones, amenazándole en plan "¡¡que te coge el monstruooooo!!", y al llegar al salón me encontré con la chica de mis sueños, que venía a buscarme para ir a dar una vuelta. Otro momento terriblemente vergonzoso que nunca olvidaré. Por la mismas fechas, más o menos.

    ResponderEliminar
  5. ¿Esto último es cierto o se lo has copiado a los Farrelli?

    ResponderEliminar
  6. ¡Verídico! ¿Pasa en alguna de los Farrelli? Supongo que lo dices porque es muy farrelliano. Lo cual me recuerda que una vez me pillé un huevo con la cremallera, en un campamento, me llevaron en volandas de una punta a otra hasta la enfermería y tdo el mundo me vio la picha. Al año siguiente me caí dentro de una letrina.

    Viva.

    ResponderEliminar
  7. la cagada ganadora, si la cosa pinta de esa manera, igual va a ser la de la casa...Brownroom BrownRoommm mascullará el gato justo antes de que caiga el marrón...

    ResponderEliminar
  8. El colmo habría sido pillarse los huevos después de haberse cagado...lo cual tendría su lógica: pillárselos porque no tienes unos calzoncillos que te protegan la valiosa piel escrotal porque que te los has quitado...o escondido en el water de un bar.

    ResponderEliminar
  9. Todo esto no era en absoluto imprescindible.

    ResponderEliminar
  10. Ha sido todo fruto de un apretón.

    ¿No tienes alguna vergonzosa historia escatológica que airear? Este es el momento... ... ...

    ResponderEliminar
  11. "...escondido en el water de un bar" (se puede entonar con música de los Gabinete).

    ResponderEliminar