miércoles, 18 de noviembre de 2015

"Fatso" (Arild Fröhlich, 2008) / "I love you, man" (John Hamburg, 2009)


En todo este tiempo que llevo sin actualizar, me he instalado el Netflix; así que como todo quisque, como toda parejita modosa, como todo dios en estas fechas del desembarco, me he pasado mis buenas horas de "Netflix y cuchara". Vi unas cuantas películas muy conocidas. Me sorprendieron gratamente "Red" y "Red 2", inspiradas en el cómic de Warren Ellis y protagonizadas por Bruce Willis, Helen Mirren, Morgan "Jamás he rechazado un guión" Freeman y otros sesentones de Hollywood, que hacen de superagentes de la CIA retirados que una y otra vez se ven obligados a intervenir para salvar el mundo. Tengo muchos, muchísimos, una gargantuesca catarata de prejuicios hacia el cine de acción norteamericano, al que miro apenas de reojo, pero no sé cómo llegué a estas dos y me entretuvieron bastante. También vi, entera, la última sitcom de Ricky Gervais, Derek, que en realidad es carnaza sensiblera, nada de humor negro ni gamberradas. De hecho, es increíble que de una cabeza tan podrida y curtida en la incorrección como la de Gervais, salgan tramas tan insoportablemente tiernas y emocionantes. Bastante curiosa. Y luego he visto otras muchas mierdas, como todo el mundo, e incluso, como al Netflix lo carga el Diablo, una vez después de largos minutos buscando algo que me entretuviera, me puse a ver Águila Roja. Porque no puede ser que toda la ficcón española sea tan mala como la que he visto; tiene que haber alguien haciendo un trabajo decente. De esta serie de La Primera se habla tanto, está durando tanto y tiene un planteamiento tan loco (una especie de superhéroe/ninja del medioevo que lucha contra un Siglo de Oro corrupto) que tal vez hasta era decente. Lamentablemente, descubrí que adolece de los mismos clichés y complejos que toda la ficción televisiva española de gran audiencia. Los pobres guionistas intentan hacer nuestro Juego de tronos, pero los que ponen la pasta quieren que la serie enganche por igual a la abuela, al niño, al matrimonio gay, al ama de casa, al alto ejecutivo, al albañil y al gato, y les quedan unas mierdas políticamente correctas, simplonas, lentas e indescriptiblemente sosas. Y que, pase lo que pase, tienen que durar todo el primetime y parte del día siguiente. Después de aguantar unos cuantos chistes de Arévalo, dos o tres triángulos amorosos, llantinas constantes, gente que habla como Ramoncín en el siglo XVII, tener que darle al rewind cada dos por tres porque no entendía a los actores, y unas tramas absurdas que suceden todas por casualidad, porque sí, en el mismo callejón de Madrid en el que todo confluye y las cosas y la gente se encuentran por casualidad en el suelo, decidí tirar la toalla después de ver este plano de LA FOSA COMÚN, y confirmar que, efectivamente, todo era una tomadura de pelo:


Y sí que un día me vi dos comediarrománticas anómalas seguidas, que me entretuvieron bastante, dos comediarrománticas alejadas del estereotipo y el estándar americano. "Fatso" es un reciente éxito del cine noruego, realmente oscuro y salvaje. Cuenta la historia de un gordo freak, adicto al porno y que dibuja tebeos guarros, que vive solo en un enorme piso familiar, hasta que su padre decide obtener algo de pasta extra alquilando una de las habitaciones. Concretamente, a una prima lejana que está bastante buena, y que por supuesto viene a revolucionar la vida del zampabollos, que se enamora desesperadamente de ella y odia a su novio surfero. Pronto, su relación se convierte en la del clásico pagafantas que hace lo que sea por la chica, pensando que conseguirá su amor, sin ser consciente de que eso solo sucedería si estuviese en una película norteamericana, y no en esta crudísima fábula noruega, más cercana al espíruto de Harvey Pekar o Todd Solondz. El corazón desbocado de Fatso le lleva a una espiral de prostitución, onanismo, alcohol, violencia y desesperación, terrible y dolorosamente realista, con escenas de puro neorrealismo, una fotografía bellísima, unos secundarios inenarrables que harían buenas migas con Napoleon Dynamite o el dependiente de la tienda de cómics de Big Bang Theory, y por si fuera poco unas cuantas escenas oníricas de cómic underground y weird art animado.

Por otro lado, el Netflix me sugería todo el rato que me viera todas las comedias protagonizadas por Jason Segel (creo que solo me queda por ver el vídeo de su comunión), y a ciegas llegué hasta "Te quiero, tío", que no me sonaba de nada y que me pareció muy simpática. El protagonista es Paul Rudd, que es un treintañero que lleva tantos años con pareja, que no se relaciona con ningún tío y no tiene ningún amigote. Un perfil muy acertado, y que no había visto reflejado antes en el cine. Ante su inminente boda, no tiene ni siquiera un padrino ni ningún varón a quien invitar, así que decide buscar un amigo, y es aquí donde la sandwichera de clichés y estereotipos de la comediarromántica norteamericana se pone en marcha, y asistimos al clásico cuento de chico conoce a amigo, chico se engancha de amigo, chica se interpone en relación entre amigos... ciscándose en esos mismos clichés y armando una comedieta bastante simpática, destacando el papel de Segel, que hace de ese amigo soltero, libre y solitario que también me suena tanto.

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