¿Qué harías tú si te tocaran ciento cuarenta millones de euros en la Primitiva? ¿Comprarte los Red Sox? ¿Una isla en Dubai con la forma del logo de Batman? ¿Una noche loca de champán y mujeres? No. Sin duda yo haría como el personaje de Maribel Verdú: un asfixiante y trágico fin de semana con mi ex, su novia y otras tres parejas de amigos y familiares en una casa rural, para llorar y discutir hasta altas horas; sin poner música ni echar un kinito siquiera. Fuera broma, lo que parecía una comedieta surreal simpática, de las que se saltan la cuarta pared y todo, pronto se convierte en una negra historia de celos, enfermedad mental, crisis existencial y angustia moral, con un reparto extraordinario y en plena forma. Sin grandes sorpresas, pero absorbente y terrible.
En las antípodas morales, estructurales e interpretativas (con la excepción de Don José Sacristán robando planos en sus pocas intervenciones), anoche puse
"Perdiendo el norte", totalmente engañado por el efecto sedante de
"8 apellidos vascos" (que cuando la vi en el cine durante su estreno, como toda España, me dejó un poco frío; pero en recientes pases en Canal+ reconozco que me hizo reír a carcajadas). La promoción tan cercana en el tiempo y en la forma, la manera como las asociaron, y ante la presencia de alguien tan gracioso como Julián López, me había creado expectativas. Pero desde los primeros minutos de este bochornoso episodio de
Aída en cinemascope se puso en evidencia como una españolada que da vergüenza ajena. Ridícula y abominable, no concibo que pueda entretener ni a la subespecie más lerda de los oficinistas.
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