
Qué frases más largas me salen, coño.
Casi todos los pueblos de provincias por los que he bebido suelen tener su macrodiscoteca en las afueras en la que ponerse tibio y bailar bakalao, y aparte otro lugar en el que escuchar rock 'n' roll all nite. Y Madrid, como es un lugar muy grande, pues tiene varios de estos últimos lugares. Algunos más pequeños, baretos con ambiente selecto del estilo de lo que venimos comentando (ya hablé de algunos en el especial La ruta del garage); otros más grandes pero no tan céntricos y que por tanto apenas he pisado un par de veces (caso del legendario Hebe de Vallekas); y un tercer caso muy socorrido serían las salas de conciertos de rock (El Sol, La Riviera, Arena, Moby Dick, etcétera), en las que además de celebrarse conciertos más o menos interesantes casi todos los días de la semana, pues la música sigue cuando estos terminan, y hasta que amanece. Sobre alguna de ellas tendré que volver en algún momento, si es que sigo mucho tiempo con esto. Me quedo, de lejos con El Sol, el Honky Tonk y la Moby Dick.
Pero a ver si voy aterrizando... Porque hoy quería hablar de una sala de este tipo (céntricas + grandes + rock 'n' roll all nite, insisto), que no entra dentro del circuito habitual de salas de conciertos, sino que se queda en (enorme, precioso y rockero) bar, y cuya visita recomiendo encarecidamente a cualquiera que guste de este tipo de música: EL TEMPLO DEL GATO.
El Templo del Gato (c/ Trujillos, 7, a cinco minutos de la Puerta del Sol o de Callao y a diez pasos de la plaza de las Descalzas) es un precioso local de rock 'n' roll, psychobilly, punk, música 60's y 70's y sólo de vez en cuando actuaciones en directo. Desde mi tonto punto de vista, tiene una distribución perfecta: al entrar hay unas escaleras cuesta arriba; las subes, y a la izquierda está la pista de baile, y de frente los enormes cuartos de baño. Y la pista es grande, redonda, con dos grandes columnas en el medio (quizá lo único que sobra), con una barra a lo largo de uno de sus lados, otro de ellos decorado como si fuese un callejón abandonado (vallado, con sus cubos de basura, luces de neón y gatos de atrezzo), y enfrente la cabina del DJ, en alto, para que no le den el coñazo. Por todas partes, pero por todas todas partes, pegatinas y pósters de grupos, sin tener ni mucho menos una impresión de lugar sucio o cutre, sino que entre los luminosos, la mesa de billar, la amplitud y el buen sonido, aquello parece un Pachá para punks. Un detalle curioso es el rótulo luminoso con letras móviles, que bien anuncia eventos o bien anima a la peña a moverse. Siempre he pensado que el día que monte mi bar (estoy ahorrando para

El caso es que no sé qué tiene este antro, pero he ido con gente de grupos diferentes, y siempre la noche ha sido redonda. A ritmo de Ramones, Southern Culture On The Skids, Plastic Bertrand, Jon Spencer, The Green Beret Boulevard, Sonics, Little Richards, Your Mother Funerals, White Stripes, The Kinks, Sex Pistols, The Clash, The Who o cualquier otro clásico de esos que te apetecen oír en cuanto entras, te dan las tantas y ni te enteras. Y sin que te claven 20 euros la copa como en los garitos de alrededor, ni te exijan frac y Ferrari en la puerta, ni te miren de arriba a abajo. Todo muy sano (el ambiente, quicir) y todo muy rockero.

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