Antoñita y sus Johnsons publicó el martes, día de mi 34º cumpleaños, este nuevo disco, un recopilatorio de temas grabados en directo en Dinamarca junto con una gran orquesta. Es más bien un recital, y debió de ser en un gran teatro, porque el silencio es sobrecogedor, y solo se escuchan aplausos al final del disco.
Por si acaso el plañir de Antoñita Hagerty y sus músicos habituales no fuese suficientemente melancólico, el efecto filarmónico, las vaharadas de violines y vientos o el piano omnipresente convierten a esto en un giro más de tuerca en su cruzada para encogernos a todos el corazón y animarnos a saltar por un puente. En plena crisis de la mediana edad, en pleno verano infernal (lo único bueno que ha tenido han sido los JJOO, que me tenían hipnotizado y entretenido, pendiente de las evoluciones de los más rápidos, fuertes y hermosas del mundo 24/7, y van y se terminan ayer...), herido en el pundonor, enfermo de desamor, trastornado por este calor, llevo un montón larguísimo de minutos escuchando las nuevas grabaciones de Antoñita, salpicadas de alguna que otra reflexión, y no sé si voy a poder soportarlo mucho más.
En realidad, me gustan más las versiones normales de estudio que este invento, que supongo que vendrá acompañado de un DVD en siete dimensiones para que se lo compren algunas de esas extrañas personas que todavía se compran discos en formato físico. En conjunto está sobreproducido, algunos de los arreglos para estas baladas melancólicas serían la envidia del mismísimo Clint Mansell. Y además me gusta el relativo minimalismo de las primeras canciones más crudas de Antoñita. Pero como instrumento de tortura en tardes imbéciles como ésta (toma ya: se me acaba de caer un viajecito que tenía previsto para el micro-puente de la Asunción...), me viene bastante bien.
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