sábado, 28 de abril de 2012
“Vampirismo ibérico” (Salvador García Jiménez, 2011)
“I love you, Phillip Morris” (Glenn Ficarra, John Requa, 2009)
Paco Roca - “Memorias de un hombre en pijama”
Quim Monzó - “Melocotón de manzana”
VVAA - UnComped 138: "Hala Hala a Go Go" (2012)
Mongolia
Allen Carr - “Es fácil dejar de fumar si sabes cómo”
Christopher Moore – “Un trabajo muy sucio”
Ernst Hemingway – “El viejo y el mar”
Nick Meglin, Jack Davis - “Superfan” (1972)
"L. A. Confidential" (Curtis Hanson, 1997)
"X-Men first class" (Matthew Vaughn, 2011)
"Super 8" (J. J. Abrams, 2011)
miércoles, 18 de abril de 2012
“Mambo Kings” (Óscar Hijuelos, 1989)
Sucede que, como a toda persona con dos dedos de frente, me da un asco enorme la cadena de tiendas IKEA, solo pensar en ella me enfermo. Pero inevitablemente, surge de vez en cuando la ocasión de trasladarse allí con alguien a por algo. En mi casa tengo un espejo retráctil de IKEA como el de Jack Lemmon en “El apartamento”, que me gusta; unos zuecos de IKEA para estar por casa, porque las pantuflas me duran un suspiro y se destripan en la lavadora y estos son todoterreno, los repaso con un estropajo y ya; una triste billy, unos apliques para colgar altavoces que compré hace diez años, y creo que nada más. Habré estado unas ocho veces en aquel infierno post-nucelar de muebles montaplex para débiles mentales, prestando mucha atención a todas y cada una de sus mierdas de ínfima calidad (y a las de mediana calidad y precio astronómico) cuando he necesitado una cama nueva o un armario decente, y ni regalado me llevaría nada de allí, con la extraordinaria tradición y calidad que tienen nuestras cadenas de mobiliario español de extrarradio de toda la vida. Solo concibo que no te entren arcadas al pensar en IKEA si eres imbécil, un hipster a lo Tyler Durden (pobre de tí), o si estás enamoradito y te quieres ir al primer nido con tu popotitos, y entonces lo último en lo que piensas es en si lo que metes en casa es contrachapado de casquería con rebabas o ébano mágico congoleño de un árbol milenario alcanzado y reforzada su alma por mil prodigiosas descargas eléctricas en otras tantas tormentas; total, para poner encima dos clásicos literarios de la colección de papá y un Paulo Coelho...
Lo que sí me pasa en IKEA, paseando por los dioramas de ridículas habitaciones de ensueño escala 1:1, esas repugnantes habitaciones-plató con iluminación Lazarov (que me recuerdan a los escenarios donde le implantaron los recuerdos a Logan, o a aquellas casas-piloto de pega, con los vasos pegados a las mesas y rellenos de agua falsa y sonrientes maniquíes por habitantes que construían en mitad del desierto para las pruebas atómicas a mediados del siglo pasado... pero nada, aquello nunca desaparece bajo un hongo nuclear, cachislamar...), lo que sí me fascina, decía, son los libros de atrezzo de las estanterías. Yo solo me fijo en ellos, el resto no me interesa una mierda. Supongo que pasan desapercibidos para la horda infrahumana que visita aquel horror, pero a mí me sucede al revés: que lo único que llama mi atención de ese puto sitio son los libros de coña, como si brillasen, incandescentes en una oscuridad absoluta. Simulo que me ha llamado la atención un gruttenhaaassaalhe para colocar sobre el durühüuhgundotttr, me acerco al atrezzo con mi medidor de papel de fumar y mi lapicerín de IKEA, y después de asegurarme de que nadie mira, me fijo en los títulos de los libros, en su diseño de portada y contraportada (muy serio y haciéndome el sueco, por si acaso), y si me mola y no lo tengo, lo escondo rapidamente entre el manual de IKEA doblado bajo el sobaco y me encomiendo a Odín. Aunque solo sea para no sentirme idiota y ser el único que vuelve con las manos vacías tras cada nueva visita inútil, bochornosa y que generalmente acaba en llanto, a aquel inframundo. Hay unos libros infantiles, en los dioramas de las casitas para bebés, realmente preciosos, que me gustaría muchísimo poseer; pero no me atrevo aún: no sé robar. Me da mucha vergüenza. Soy un gilipollas, un pusilánime, aunque me tenga por honrado y me enorgullezca, y todo, de no ser capaz ni de pillarle un chicle al chino cuando se da la vuelta, en realidad es cobardía. Si me dan mal el cambio, a mi favor, y no me doy cuenta hasta llegar a casa, tengo pesadillas durante semanas. Me acojono. Tiemblo, sudo, sangro, me meo y me cago ante la sola idea de tener que sustraer algo ajeno. Ni siquiera de adolescente he robado, ni un tebeo. Pero en el IKEA es otra cosa. Lo paso mal, pero ejecuto. Y pasada la línea de cajas y los mareos, luego me siento muy bien, vaya que sí, como si hubiese equilibrado alguna balanza. Ya tengo cuatro ejemplares de los preciosos libros en sueco de chichinabo, de entre los ocho o diez modelos que tienen de atrezzo en los decorados aquellos.
Total, que ya tengo otro. Esta vez, me hice con una copia de “Mambo kings” en sueco, aunque ni siquiera es bonito. Lo robé al día siguiente de aquel chat con C., por el video de Queridoantonio con Antonio Banderas: “¿Tú sabeh lo que sirnifica “demamboquín”?”. Pues eso. Sustraje el trofeo para regalárselo, pero qué chorrada de regalo hubiera sido. Así que lo tengo aquí. Entre otros libros en sueco, en inglés, repetidos o que no me voy a leer ni que viva siete veces seguidas.
Ah, también me gustan las albóndigas de alce lechón congeladas de IKEA que me da mi madre a veces, fritas con curry y cebolla caramelizada, de la marca Gvtarra, creo.
“The artist” (Michel Hazanavicius, 2011)
Desde que vi, de crío, la versión cinematográfica de “La venganza de Don Mendo”, no me cabe la cabeza que se haya seguido haciendo cine con los diálogos en prosa. ¿Estamos todos locos? Así como el sonoro desbancó al cine silente, el technicolor al blanco y negro, el blurray al DVD (risas)... el peldaño de la prosa se debió haber dejado atrás hace mucho. Es la evolución natural del espectáculo. Quizá el gran público no estamos aún preparados. Todo llegará. Pero estoy divagando. “The artist” es tan simplona como hermosa, estremecedoramente optimista y agradable a la vista. Un “Cantando bajo la lluvia” al revés al que creo que le sobraban los guiños torpes, el jugueteo con los sonidos, como lo del vaso en el camerino, y en genearl lo del actor incapaz de vocear (todo un pelín cobarde, predecible y completamente innecesario) y mendigarle tanto a la Academia De Los Cojones. La música tampoco me gustó mucho y creo que no acompañaba, no era digna de las imágenes. Por separado creo que me gustará, a ver si me hago con la BSO. Pero me dejó un poco frío, en general, todo el acompañamiento sonoro. En muchos momentos esta peliculilla tan, tan brillante y entretenida por lo demás, me hizo estremecer de placer, porque el protagonista y el perrico están soberbios, pero me gustaría volver a verla en mute mientras los Beau Hunks improvisan junto a la pantalla, con toda una sala de cine vacía a mis espaldas. Lo que está claro es que a nadie le importa una mierda el 3-D, ni el sensorround, ni las multisalas a precio de órgano vital. La inustria cinematográfica necesita una involución tecnológica inmediatamente. ¡Que resuciten a Segundo de Chomón para que ponga orden en este sindiós!
"Another Earth" (Mike Cahill, 2011)
Estaba leyendo en el último número de la revista Vice un artículo sobre Oniontown, un suburbio al norte de Nueva York, apenas a unos kilómetros de Tribeca a través del Metro North, habitado por heroicos trailer park boys y anglogitanos que son el hazmerreír de la basura blanca, los cosmopolitas, los youtubers descerebrados y en definitiva de los malasañeritos de Nueva York. En el Vice, por cierto, también viene una entrevista muy maja con Adam Parfrey. Esto no tiene nada que ver con la película, pero a la protagonista, Rhonda, le separa un largo viaje en el Metro North de la destartalada casa de John Burroughs. No reconozco los paisajes, claro, pero intuyo que la acción debe situarse al norte de NY, no muy lejos del Oniontown aquel. Y sale un tipo chiflado por la calle con papel de plata por la cabeza gritándole a los transeúntes que nuestra realidad es una patraña, una pesadilla de los habitantes de Tierra 2 (un colega de Parfrey).
En “Another Earth”, de repente, aparece otro planeta Tierra orbitando alrededor de la nuestra, o al revés, o a saber, a medio camino de la luna. Y a medida que avanza la imposible y explosiva relación entre John y Rhonda sabemos que Tierra 2 es un espejo nuestro, que allí estamos los mismos que aquí. Vemos un globo terráqueo fotochopeado en unos cuantos planos, y la conmoción internacional, la palpitante ambientación, la catarsis colectiva está muy lograda, para una película de cuatro duros y ocho actores. Me ha parecido una peli genial, me ha impedido la siesta, me he estremecido un poquitín con alguna idea y me ha dejado pensativo para el resto de tarde.
Judge Dredd - The exterminator (John Wagner, John Burns, Emilio Frejo; Progs. 919-927, 1994)
Repasando mis propios retapados de la inconmensurable revista de sci-fi-punk 2000AD (nota mental: tengo pendiente retomar la lectura cronológica de Robo-Hunter), me fijo en esta historia de 60 páginas (8 progs), escrita en 1994, que pone un poco los pelos de punta por lo visionario, en la que el Maestro John Wagner imaginaba una hecatombe en el Nueva York en el año 2001. Ahí está la primera portada relacionada con la saga, la del propio prog 919, que muestra al Juez Dredo majestuoso ante unas Torres Gemelas cubiertas por la tormenta; la segunda portada relativa al arco (prog 923), con un avión explotando sobre la Estatua de la Libertad; o la primera página, extraordinaria recreación de un NY con Torres incluídas, pintadas por John Burns.
En esta historia, escalofriante para el lector post-11S, se hace alusión a terrorismo aéreo, y explota un avión en pleno vuelo, pero que en este caso sobrevolaba Florida y es abatido por una Juez Hershey viajera del tiempo. La trama nos habla del primer vuelo tripulado a Marte, que tendrá lugar en 2001, y de cómo Dredo regresa doscientos años atrás, para eliminar uno por uno a los viajeros del espacio, puesto que fueron contagiados por una extraña bicha alienígena que progresivamente irá eliminando a toda la población hasta casi diezmarla en la era Dredd. La solución que se le ocurre a la cúpula gubernamental de Mega City es enviar a Dredd a liquidar viajeros, en lugar de aparecerse unos meses antes y sabotear el vuelo; pero bueno, así queda más pinturero, supongo. Una Gran Manzana noir, una historia con dos detectives audaces sin duda predecesores del Dredo del futuro, un misterioso asesino enmascarado con armas imposibles y una moto que mola más que todo y que se mueve sola, dando lecciones a los chavales. Los primeros progs están pintados de manera brillante por Burns, y los últimos por un tal Emilio Frejo que no tiene nada que envidiar al primero. Una entrañable ocasión de ver a Dredo viajar desde un futuro lejano a nuestro tiempo presente (en realidad, al futuro de los lectores de 1994... nuestro ya remoto 2001), que sobrecoge al comprobar que, por supuesto, ni siquiera los artistas de la Fleetway podían sospechar que Nueva York ya no sería igual en 2001, por culpa precisamente de aviones y de torres. ¿O acaso estaría el ioputa de John Wagner en el ajo?
Soul Asylum - The silver lining (2006)
David Pirner, el frontman de Soul Asylum compuso una canción en 1994, Runaway train, que se convirtió en todo un himno generacional, un canto de cisne a los niños desaparecidos protagonistas de los bricks de leche estadounidenses. Una canción de misa, de campamento, que aquí en las emisiones de la primera MTV europea se emitía con el videoclip adaptado para anunciar a las principales estrellas del show de Paco Lobatón. Un hito de la video-música más bizarra. Un poco más tarde, Pirner fue uno de los Elegidos para actualizar el repertorio plagiario de los jóvenes y furiosos Beatles, para la banda sonora de “Backbeat”, ese compendio de superhéroes del indie, un "USA for Africa" alternativo y rabioso en homenaje a las viejas leyendas negras del proto-R&B. El resto de la carrera de Soul Asylum es de una mediocridad terrorífica, asombrosa. En mi postadolescencia recuerdo que una vez pasé por Record Runner, en las galerías de Santo Domingo, y descubrí que Soul Asylum no solo tenían un disco (ese decente “Grave dancers union”, que me sabía de memoria), sino que había allí, de saldo, hasta seis discos más de esta extraña banda. Me pillé varios, y alguno ni siquiera lo he desprecintado, quince años después (¡conservo al vacío algunas micras cúbicas de aire de los gloriosos y añorados noughties!, un día de estos me las respiro). El otro día estuve cotilleando en la carrera de los de Minneapolis, y descubrí que sacaron un último disco, éste insufrible "The silver lining", que no hay por dónde cogerlo. David Don Erre Que Erre Pirner sigue componiendo jingles blanditos que suenan todos exactamente iguales, con la misma armadura siempre, la misma voz monótona, que entran por un oído, esquivan todas las terminaciones neuronales con una destreza encomiable, y salen por el otro sin dejar absolutamente ningún poso. Aburridísimo, inmovilista, AORazo sin piedad ni la más mínima gracia. Soul Asylum pertenecen a ese género de "músicos blancos con rastas y mucha paciencia" que jamás abandonarán el onehitwonderismo (¿alguien se acuerda de Counting Crows o Four Non Blondes? Pues eso).
“Up” (Pete Docter, Bob Peterson, 2009)
Pigmeo (Chuck Palahniuk, 2010)
En la misma línea de sus últimas novelas, Chuck coge aquí un puñado de elementos incómodos (en este caso, la corrupción y abuso de menores, el terrorismo internacional, el fanatismo religioso), otro puñado de elementos rimbombantes (las artes marciales mortales de fantasía, la idiosincrasia de un país sovietoide innombrado, el teenage angst de escuela secundiaria suburbial), le añade unas cuantas dosis de experimentación y creatividad literaria (narración en primera persona por parte de un niño inmigrante que se refiere a sí mismo en tercera persona, repetición obsesiva de la estructura de párrafos y capítulos, tachones de censura en algunos términos) y ya tenemos nueva novela. Lo que más me ha sorprendido de ésta es que me he reído muchísimo. Pigmeo, el agente-yo protagonista y narrador, ha sido educado y criado desde que era un bebé para odiar a los Estados Unidos y desear la muerte de todos sus habitantes. Llega a una ciudad estándar del medio-oeste norteamericano a través de un programa de intercambio, con el objetivo programado de integrarse primero, sabotear después, y finalmente aniquilar a toda la sociedad norteamericana. Desde el primer momento, me resultó imposible dejar de imaginarme a Pigmeo como el pequeño albanés Adil Hoxha que llega a Springfield para apoderarse de todos los secretos militares del Enemigo Opresor; y por extensión, a la novela de Palahniuk como un detallado episodio de los Simpson en papel. La estancia de Pigmeo en Occidente está plagada de malentendidos, de ingenuidad y de confusiones con hilarante resultado, al más puro estilo de Balky Baltokomus, del Gurb de la novela de Eduardo Mendoza o de los mismos y entrañables Papalagi, pero aquí todo el humor está entumecido, y hay que localizarlo bajo montañas de grumo, mal gusto, enculamientos en seco y esas lindezas a las que nos tiene acostumbrados.
Los sudarios no tienen bolsillos (Horace McCoy, 1937)
En la biblioteca de mi pueblo tenían las dos novelas que me quedaban por leer del divino Horace McCoy. Ésta, y "Debería haberme quedado en casa", recientemente publicada por Akal. El mismo día que las saqué de la biblioteca, encontré en un cesto de una librería de viejo el número 13 de Club del misterio, la colección de pulp y novela negra de Bruguera en formato tabloide y para adolescentes, que contiene "¿Acaso no matan a los caballos?" y "Luces de Hollywood", que no es sino "Debería haberme...", de pe a pa, con otro título. Ya tengo tres ediciones, pues, de "¿Acaso...?", y puedo devolver mi copia prestada de "Debería...".
En "Los sudarios no tienen bolsillos", McCoy decidió apuntar su certera Luger hacia el mundo del periodismo. Mike Dolan, eficiente reportero del The Daily Times-Gazette, acaba de ser despedido por bocazas. No tarda ni dos semanas en poner en la calle su propio rotativo, un semanario sin pelos en la lengua, en el que ir dando buena cuenta de cómo se las gastan determinados ministros, comisarios de policía, médicos abortistas, árbitros compraos, concejales a cargo de fondos públicos supuestamente destinados a potenciar el teatro amateur, colegas de la prensa, etc. Una especie de revista Interviú, nacida para imponer la verdad por encima del dictamen de los anunciantes, la gran lacra del gremio (aún hoy, 75 años después). Mike Dolan hurga en la basura, no duda en amenazar, grabar o chantajear a testigos, cualquier cosa en nombre de la verdad. Sus columnas y su revista están revolucionando la industria, poniendo patas arriba el sistema todo. Leer esta novela la misma tarde que di por terminada la última relectura de Transmetropolitan no dejó de tener enjundia. En el Cosmopolite de Dolan se dicen cosas que duelen aún en el siglo XXI, que parece mentira, una vez más, las cosas que escribía Horace McCoy en plena Crisis de los 30. Especialmente impresionante me resultó el párrafo en el que uno de los colegas de Dolan le dice que tenga cuidado, que está siendo más comunista que los comunistas (mucho antes de la Caza de Brujas del senador McCarthy), que se le están yendo las manos, que se está enfrentando a todo el sistema. El discurso de Dolan es devastador, y bien podría haberse pronunciado en la Puerta del Sol el pasado quince eme.
Por si todo el cóctel de acción, pasión, conspiraciones, tiroteos y mala baba destilada no fuese suficiente, el último caso que aborda el Cosmopolite gira en torno a un grupo de encapuchados que se dedican a acosar y torturar a los negros. Un KKK revivido, unos Cruzados pop que actúan en secreto y con total impunidad, entre los cuales Dolan descubrirá a banqueros, policías, políticos y jerifaltes de toda condición. Un asunto demasiado serio y turbio como para ser aireado sin llevarse un tiro en la columna. Aquí en España 2012 no estamos preparados para esto, aún, pero todo se andará.
Transmetropolitan (Warren Ellis, Darick Robertson, 1997-2002)
Amorrado al tablet de aquí para allá, estuve releyendo la serie entera de Transmetropolitan, una obra mayúscula que me cautiva por muchos motivos, y a la que vuelvo una y otra vez. Ciencia-ficción desatada, pesimista, guarra, un compendio de ideas brillantes y conocimientos definitivos de anticipación, ciberpunk, post-Apocalipsis y periodismo gonzo. En Transmetropolitan se da la mano lo mejor del punk británico futurista (que Spider Jerusalem recabara en esa La Ciudad apócrifa del sello Vertigo en lugar de en Mega City Four, es totalmente fortuito), las poderosas ideas de la ci-fi nihilista de los setenta (Philip K. Dick por delante, Ballard presente) y los más importantes mandamientos del malditismo literario y periodístico: Hunter S. Thompson, Henry Miller, Orson Welles, hasta Triumph The Insult Dog son reclamados o mancillados. La obsesión de Ellis por retratar una sociedad decadente y que hace mucho que se ha ido por el retrete, queda especialmente patente en aquellos episodios formados a base de bellas estampas anotadas por Spider Jerusalem, imprescindibles para echar un vistazo alrededor de lo que sucede en la trama. En cuanto a ésta, los 60 números de la serie dan rodeos en espiral en torno a la misma idea: la corrupción política, las injusticias sociales, los falsos mesías, la falacia de la religión/televisión... Una bofetada preciosa, a traición, imprescindible, imposible de concebir sin el trabajo minucioso, barroco y obsesivo de Darick Robertson.
“No digas nada” (Felipe Jiménez Luna, 2007)
Cada dos o tres años se estrena una comedia española que no da asco, que no anima a salir a la calle armado y golpear ancianos. Ésta es una comedia negra como el sobaco de un ñu, que cuenta cómo a una adolescente se le va la mano y se carga a un profesor, y a continuación toda su clase se pone de acuerdo para protegerla, y de paso, por qué no, seguir asesinando a profesores y gente molesta al tiempo que les entierran y arman una coartada. Toda la clase se convierte en sufridos y lastimeros asesinos en serie, mientras el agente de policía interpretado por Santi Rodríguez tratará de averiguar quién está detrás de todas las desapariciones en el pueblo. Para ser española, no está nada mal.
Fuga de cerebros (Fernando González Molina, 2009)
Este tipo de películas justifica el discurso de quienes abogan por la suspensión inmediata y completa del crédito oficial español para el desarrollo de proyectos artísticos. "Con mi dinero no se juega". "En mi nombre, no". "No son españoles, son hijos de puta". Personalmente, preferiría que mi parte proporcional del ICO se destinase a rodar cómo sodomizan bebés con cadáveres de focas en peligro de extinción en un claro del Amazonas ardiendo, antes que a proporcionar diversión a esta caterva de subnormales indocumentados que mancillan el noble arte de la comedia en favor de cuatro adolescentes analfabetos de extrarradio. Qué poca vergüenza. Qué hijos de la gran puta...
Frank Sidebottom - Frank Sidebottom salutes the magic of Freddie Mercury and Queen (1987)
Otra vez, he sufrido apagón tecnológico en mi apartamento, lo que ha provocado que, atención, haya decidido quitar el polvo a mi gigantesca colección de CDs, ordenarla y dedicar mi tiempo a leer felizmente y escuchar música sin necesidad de seguir acumulando ávidamente. La verdad es que tengo ya música como para estar escuchando sin pausa hasta el final de los tiempos. Encontré este horroroso disco, que solo puede hacer cierta gracia al más ingenuo y heterodoxo aficionado a Lojuín. Frank Sidebottom canturrea con una aflautada voz nasal, con acompañamiento de casiotone o sobre samplers fusilados del original, como una especie de Pee Wee Herman o Tiny Tim torpe pero entusiasta, infantil y al tiempo incorrecto, y así va destrozando alegremente diez o doce temas clásicos del repertorio de la banda más grande de todos los tiempos. No hay por dónde cogerlo, pero al mismo tiempo atesoro con orgullo este disco cerca del "A night at the hip-hopera" de los Kleptones o recopilatorios de atrocidades, aunque probablemente no vuelva a sentir jamás curiosidad por su contenido.
LaZarillo (Lázaro González Pérez de Torres, 2010)
No recuerdo cómo cayó en mis manos esta novelita, escrita a finales de 2009, que narra a su vez cómo el celador de un hospital madrileño, a finales de 2009, asiste a unos extraños sucesos al tiempo que lee un manuscrito de puño y letra de Lázaro González, escrito en el siglo XVI, sin recordar cómo cayó en sus manos. El manuscrito, que conforma el grueso de la obra, nos cuenta la verdadera historia del “Lazarillo de Tormes”, el joven truhán que malvivió al lado de sucesivos amos e hideputas conformando un manual de la picaresca literaria española; en realidad, ahora sabemos que la historia de Lázaro y su patética leyenda fue inventada por un vampiro, Juan Dámaso, hermano de una herosa joven también vampira, para vengarse, por culpar a aquel de la muerte de ésta. La verdadera historia del Lazarillo acontece durante una extraña plaga que convierte a los muertos en vivos, y a algunos vivos en cachos de carne ávidos de sangre y vísceras. Son correctos algunos episodios de la novela (oficialmente) anónima, como por ejemplo el de las uvas y el ciego; pero lo que no sabíamos fue que el ciego falleció devorado por una jauría de zombis desesperados, ante el altar de la iglesia de Maqueda; o que el segundo amo del joven, el clérigo, era en realidad un niñófilo que atraía a niños sin hogar hasta el sótano de su casa, para allí mancillarles y dárselos de comer a su ejército de ratas zombi. Sabemos ahora también que Lázaro trabó amistad con un pequeño grupo de profanadores de tumbas y cazadores de no-muertos, con sede en un prostíbulo castellano. Un puñado de putas, malhechores, vagabundos, brujas y vampiros que, unidos en una cruzada por cementerios y castillos y ocultos de la vista de la Inquisición y la justicia, desfacieron una conspiración zombi que pasó a la historia como una peste llegada del Nuevo Mundo. Es ésta la primera novela de pastiche pulp post-11S (al estilo de las famosas “Orgullo y prejuicio y zombis”, “Sentido y sensibilidad y monstruos marinos” o “XXXXX”) y empecé asustado, sin saber qué me iba a encontrar, pero la prosa ligera y el ritmo ágil me han hecho devorarla de una sentada, y doy mi visto bueno. Una tontería simpática, nada ambiciosa, digna heredera de la literatura popular de kiosko, adaptada a los tiempos que corren.
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