A veces miro porno, por una mera cuestión de instinto y supervivencia. No sabría citar más de cuatro o cinco actrices de todos los tiempos. Solo sé que me inquietan y entretienen los crossovers de terror y sexo explícito, me fascinan las pornoparodias y de una forma especial me atraen las
outtakes de las películas, esos cortes en los que de pronto la actriz en escena se tira un pedo o se rompe la silla desde la que declama. Y hay muchos ejemplos en cuanto a lo que rodea a una grabación erótica. Videos de este tipo, que quedan registrados por el director aunque no aparecen en la versión final, muestran el otro lado de la profesión. Felatrices canturreando o contando chistes mientras hacen tiempo en porretas, camarógrafos accidentados, carcajadas espontáneas que obligan a cortar en pleno clímax, o ya en más grumoso, arcadas o llantos de las primerizas. Lo que no sabía es que existía toda una cinta dedicada a recopilar este tipo de tomas falsas o
bloopers, y que además es un clásico del
campy porno ochentero. Durante más de una hora, asistimos a ese tipo de escenas descartadas (caídas, tropiezos, risas, tiempo muerto entre escenas jugando al billar picante, pornstars limándose las uñas mientras se caldea el ambiente, la oscura labor de las mamporreras...), en versión bigotona y peluda. Pues conste que esto existe y el otro día salía por mi tele.
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