Título original: "The Rocky Horror picture show" (UK, 1975)
Director: Jim Sharman
Actores: Tim Curry (Dr. Frank-N-Furter), Susan Sarandon (Janet Weiss), Barry Bostwick (Brad Majors), Richard O'Brien (Riff Raff), Patricia Quinn (Magenta), Nell Campbell (Columbia), Meatloaf (Eddie), Jonathan Adams (Dr. Everett Von Scott; narrador).
Web: www.rockyhorror.com
Para inaugurar esta sección, voy a tratar de homenajear brevemente una de mis películas favoritas, tras un nuevo visionado copazo y palomitas en ristre. Y digo brevemente, porque me voy a esforzar de verdad en no alargarme, dando por hecho que casi todo el mundo ha visto a estas alturas la película, o al menos tiene facilmente posibilidad de verla, y porque son ya suficientes los libros y artículos escritos sobre ella por todas partes.
Se trata de la adaptación al cine de una mítica obra de teatro de Broadway estrenada en 1970, hecha con un presupuesto bastante modesto, y que reúne todos los clichés posibles del musical, la serie B y los clásicos de la Hammer, en un sentido homenaje a todo ello, adornado con una estética glam-petarda llevada al extremo. Colorista, teatral, construida a base de números musicales, magistral y exagerada. Es la película de culto por antonomasia, que cuenta con legiones de fans en todo el mundo que se disfrazan, patalean y representan las escenas más famosas en las sesiones golfas de madrugada que todavía a día de hoy, casi treinta años después, se siguen celebrando por doquier (hace no mucho, por ejemplo, en los bajos del Mercado de Fuencarral, dónde si no).
La historia es muy sencilla: dos prometidos (una espectacular, jovencísima y casi todo el metraje semidesnuda Susan Sarandon, y el nerd representado por Barry Bostwick) acaban de asistir a la boda de unos amigos. Ella recoge el ramo de la novia, y de vuelta a casa oscurece cuando atraviesan un lúgubre bosque, y encima el coche pincha a la altura de un misterioso castillo, al que no tienen más remedio que acudir debido a la poderosa tormenta que les asalta. Más tópicos, imposible. Una vez dentro del castillo, descubren que está teniendo lugar una fiesta, ya que el anfitrión, un travestido mad-doctor (impresionante Tim Curry, que desde entonces no volvió a levantar cabeza, ni siquiera en su explotación en El Informal), está a punto de presentar en sociedad a su última creación, Rocky Horror, un Adonis metrosexual de laboratorio. Los tortolitos no tienen más remedio que pasar allí la noche, e ir cediendo poco a poco a los encantos del chiflado drag-queen y su cohorte de reinonas. Dentro del castillo se suceden el resto de los hechos de la película (no olvidemos que se trataba en origen de una obra teatral), tanto los cómicos como los dramáticos, los de (recatadísimo y para todos los públicos) signo sexual, los fantásticos, los terroríficos, etc., en esa serie de escenas que no son sino el cóctel de referencias del que hablaba antes.
El argumento está bien. Era original en su momento, y una forma de rendir el citado homenaje a las pelícuas de monstruos clásicos y de marcianos, y hace que uno se sumerja en el ambiente desde el primer momento.
Los personajes son, todos ellos, increíblemente acertados. Saturados intencionadamente de tópicos, divertidísimos, apasionados, perfectos.
Sus detractores, que también son legión, encuentran su mayor síntoma de hastío y repetición en el cargante aspecto homosexual que tiene la película. Sin duda, no sería lo mismo sin los habitantes travestidos del castillo, sin los ligueros, la ropa de cuero y la tensión oligo-sexual reinante. No nos vamos a engañar. Pero sobre todo, la película no valdría gran cosa de no ser por los números musicales, las canciones en sí mismas y las coreografías (todo ello obra del genio de Richard O'Brien, que se reservó además el mejor papel, el del mayordomo jorobado Riff Raff), que nada tienen que envidiar a las grandes películas musicales consagradas de Hollywood, y que se encuentran además totalmente desprovistas, como toda la película, de la autoimpuesta mojigatería del cine mainstream norteamericano.
La primera vez que uno la ve, si no sabe lo que se va a encontrar, puede llevarse una sorpresa al descubrir que no es un musical con monstruos, sangre y sustos, sino una reivindicación de la sexualidad abierta de miras y de lo moralmente reprimido, con todo un muestrario de clichés rosas, dentro de una perfecta película de género. Ahí radica sin duda un alto porcentaje de su encanto.
En definitiva (y para ir acabando), es una película que no me canso de ver. La única de la que tengo el DVD, el video en VHS original, el disco en CD, el vinilo (de segunda mano) y un par de pósters por mi casa, y por la que durante muchos años sentí verdadera pasión y no dudaba en recomendar vivamente a todo el mundo. Sin embargo, con el tiempo me provoca cierto empacho, y es evidente que sufre una caída en picado del ritmo y el interés a partir de la primera noche que pasan los protagonistas en el castillo de la Transilvania transexual, con sólo unos pocos aciertos a partir de ese momento, entre ellos el papelón que hace el (por lo demás, insufrible) rockero Meatloaf. Sin duda, lo mejor de esta película es su banda sonora, que no pierde un ápice de fuerza y que no deja de maravillarme con el paso de los años. Swing-rock 'n' roll en estado puro, para no dejar de bailar, saxos enloquecidos, esos coros philspectorianos, letras divertidas y repletas de las referencias cinematográficas que son la esencia de la peli, y ni un solo momento aburrido entre las más lentas.
Dos consejos: enfréntate a la película sin prejuicios, y olvídate para siempre de que existe una secuela. "The Rocky Horror picture show" es una joya que todo el mundo debería ver, y sobre todo escuchar, al menos una vez. O dos.
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