lunes, 3 de enero de 2005

Carta al rey Melchor

«Mi majestad:



Espero no ofenderlo ni irritarlo, majestad, pero mi deseo es casarme con su hija, majestad. Quizás sea una osadía pedir la mano de su hija, y no me creáis oportunista ni un
playboy, mi majestad. No pretendo enriquecerme, ni quiero palacios, ni pajes ni yates, no quiero ser duque o tener chambelanes, no deseo aprovecharme ni robarle nada, es cuestión de amor. Que estoy loco de amor por la princesa, majestad. Entiéndalo, rey mío, por favor, compréndalo. Aunque sea soberano supongo que será humano, y como el resto de sus siervos, también tendrá sentimientos.



Yo sé que vos realmente también os cagáis y folláis y sudáis como yo, esto es real, así pues, présteme un poquito de atención. Le hablaré francamente, frente a frente, majestad. Quizá yo no sea el yerno que soñó, mi majestad. Nunca tuve dinero, ni soy conde o caballero. No llego ni a hidalgo, ciudadano raso, mi estirpe no es noble, pero mi nobleza me obliga a decirle la verdad.



Sería mentirle si digo que tengo respeto por la monarquía, siempre me he cagao en las dinastías y en las patrias putas, las banderas sucias, los reinos de mierda y en la sangre azul.



Mi majestad ahora sé el real decreto del corazón, mi majestad: que me arrastre y que reniegue por amor, mi majestad, pues si fé mueve montañas, el amor remueve el alma, y hasta el ser más consecuente ante el amor pierde su honor.



Yo por amor soy capaz de mandar a la mierda mis firmes principios de republicano, cambio de camisa y rindo pleitesía a la monarquía, y que viva el amor que me convirtió en su esbirro, majestad. Sólo pensar que quisiérais ser mi suegro majestad, yo ya le adoro, ya le adulo, y hasta le beso en el culo, le prometo ser bueno, un digno yerno, majestad.



Si me caso me transformo como en ese cuento aquel sapo que por un beso se convirtió en príncipe encantado, y así por un beso de su princesita también yo me vuelvo en todo lo que usted quiera. Seré su súbdito amado, su sumiso esclavo, su obediente criado, su subordinado y devoto lacayo, lo juro ante dios y ante el cielo y la Biblia... Que viva el rey... que viva el rey...»




Efectivamente, he copiado la letra de la canción de Albert Plá, de su disco "No sólo de rumba vive el hombre" (1992).



En primer lugar, porque así me ahorro pensar en otra cosa, y me he ventilado el post en dos minutos. Algo muy socorrido cuando uno tiene mucho que hacer. Además, porque me identifico con casi toda la la letra y con su ironía, su crudeza y su aplastante lógica. Porque me encanta la música que la acompaña, y porque se trata de mi disco en castellano favorito de cuantos he escuchado. Todas las canciones son impresionantes; todo Albert Plá merece ser conocido, escuchado y reverenciado.



Además, porque no creo en los padres (todos sabemos que son los reyes). Sólo creo en el rey de copas, porque el de oros hace años que se burla de mí. Y en definitiva, porque escribir una carta pidiendo las cosas que quiero que me traigan sería un poco absurdo, que sin duda me traerán algo de ropa y alguna colonia. Y encantado de la vida y agradecido por ello.

¡¡Que viva LetiZZia!!

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