Este frío otoño, durante el maravilloso día de Halloween, me estuve sugestionando todo el rato con este disco que aparecía en la cabecera de Spotify, en lugar de deambular, como otros años, rebuscando en la Red el milésimo recopilatorio de horror-rock, surf vampírico, space-age jingles y beseós de monster movies. Nada más despertarme me topé con esta extraordinaria y sencilla carátula (a medio camino entre un
clipart de Windows y un retrato animal del
X'ed Out de Charles Burns), que envuelve cuatro horas de pomposo e intenso guirigay sinfónico para ver llover mientras lloras a un amor perdido o para tajarse las venas en la bañera con mucha parsimonia. No faltan el
Carmina Burana, la
Danse macabre, réquiems, nocturnes, muchísima sonata en penetrante C menor, oscuras tocatas, cantos goliardos, óperas de mucho plañir y desesperadas composiciones de desamor con mucha circunstancia de hace cuatrocientos años. Como no estoy capacitado para hablar de esta solemne y trascendental música docta, voy a contar lo que hice durante Samhain. Querido diario: esta tarde-noche de Halloween en el bar estuve poniendo muchos discos de temática fanta-terrorífica, que los tenía allí en una tarrina de una
inolvidable noche que pinché en un bar en Walpurgis. Luego me bebí mi peso en ron. Había estado decorando el lugar con más esmero que un emo de Nueva Inglaterra, hice este año 4 calabazas con vela dentro que tuvieron mucho éxito (una grandota, tres peueñas con el logo corporativo y finalmente, el día de Todos los Santos, me curré una Sandía de Halloween muy graciosa y estuve tres días invitando a zumo de sandía a los allegados). Me chiflan estas cosas. No hubo lugar para encerrarme en casa a ver películas de género, pero me gustaron el episodio temático de
Suburgatory y el de
El asombroso mundo de Gumball; me parece un churro el disco de The Polyphonic Spree recreando la BSO de
"The Rocky Horror picture show", que lo esperaba mucho más digno; y en fin, que he pasado por encima de tan señalada fecha friqui casi sin tocarla. Pero sí que me pasó una cosa muy curiosa que marcó esta fecha: llevo dos meses yendo muchísimo al dentista, porque el tipo descubrió un filón dentro de mi boca, y me está sacando y recomponiendo más piezas de las que tengo. Y a media mañana del 31 de octubre, estaba desayunando en un bar español de la calle San Bernardo, cuando mordí un cacho de pan y se me partió una funda provisional que me habían puesto cubriendo buena parte de mis incisivos. No me quedó más remedio que llamar desesperadamente a mi dentista, porque se me había quedado a la vista el desbarajuste estructural que me ha estado esculpiendo a lo largo de varias sesiones, sobre el que irá, cuando llegue, mi aparatosa y delicada corona de zirconita supramolecular. Volví a casa aterrorizado, y una vez que me dieron cita la funda temporal terminó de desprenderse, dejando a la vista las minúsculas raíces talladas en mitad de la encía frontal. Me hice una foto posando en el baño, con ese aspecto de sobrino de Moonraker, de yonki terminal o de criatura intraterrena. De camino a la silla de tortura, en el Metro, me sentía observado, en mi mente aparecían espirales en movimiento con rostros de gente anónima señalándome y burlándose, portando antorchas y jaleando: "¡Matad al monstruo, matad al monstruo!". Sudores fríos, temblores. En la clínica me atendió un señor de avanzada edad al que había visto algunas veces ir y venir en bata, que me dio mucha confianza, ayudado por su atractiva asistenta, y les sugerí que me hiciesen un especial de Halloween, que total, era para dos días porque mi coraza definitiva llegaría el mismo viernes; que para hacer unas risas por qué no me fabricaba en cerámica unos colmillos de sable. La jornada en sí también fue una pesadilla, que estoy por llamar a Alberto Chicote para que ponga orden en mi lugar de trabajo, que no puede ser las palizas que me están dando, y mi jefe, siervo de Satán, me quiere dejar sin vacaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario