Los dibujos de Jeff Smith son en mi opinión perfectos. Aúna lo mejor de las tiras de prensa diarias (línea clara y humor en stop-motion), una capacidad rítmica y narrativa a la altura de los grandes maestros de los cartoons de animación de Tex Avery, y un manejo de las luces y las sombras que nada tiene que envidiar a Will Eisner o Wally Wood. Al hablar de la temática, es imposible no pensar en Tolkien (sobre todo), en Michael Ende o en Robert E. Howard, de los que sin duda bebe, mojando magdalenas de Shakespeare, Poe, Herman Melville o Mark Twain (porque todo está inventado, como se suele decir).
Pero Smith rehúye los tópicos y nos sumerge en un mundo muy personal, en el que la palabra “entrañable” lo envuelve todo. Un bosque real, que palpita, esconde un montón de personajes (ya sean humanos, humanoides, animales, animaloides, bichos, monstruitos, entes creados mediante la brujería, caballeros, dragones o hermosas doncellas) se entrelazan y crecen ante nuestros ojos, que son los inocentes ojos de una ciaturita bonachona de hueso. Bone es un cuento de hadas maravilloso, que de haberse concebido en otros tiempos de menor saturación mediática, habría sido aupado a lo más alto de la cultura, y se codearía con las grandes obras de aventuras que todo el mundo debe leer. Y que a pesar de esta época trepidante y asquerosa que corremos, ha sido por supuesto cubierto de premios (9 Harveys y 9 Eisners, entre muchos otros), recoge halagos y admiración en todos los rincones del mundo, y sin duda su leyenda irá creciendo con el paso de los años.
Mi relación con la serie surgió en el momento en que se empezó a editar (a través de Dude Comics) en España. Reconozco que antes apenas había leído cuatro cosas sobre la misma, ya que como en todo, rara vez estoy al día de lo que los entendidos aclaman, y normalmente desconfío de aquello que sube demasiado rápido a los altares. Pero enseguida me enganché a la serie. En cuanto leí cinco o seis páginas. Con el segundo número ya era mi colección favorita, un soplo de aire fresco. Cuando acumulé unos 15 números, empecé a recomendarla o a prestarle mis ejemplares a todo el que se me acercaba (chicos y chicas, pequeños y grandes, todo el mundo cae enseguida hipnotizado por la belleza de estas páginas y su mágico infujo), hasta el punto de que una amiga se desvivió sin éxito por encontrar los primeros números, y acabé regalándole mi colección, en un acto de galantería y un intento vano de acercamiento íntimo, que la carne es débil y derriba la mitología y las pasiones más fervientes de uno. El caso es que me quedé sin mi amada ración de Bone, Rose, Phoney, las monstroratas, etc., pero con la ilusión de recurrir a la regalada de vez en cuando para ponerme al día, en sus cosas y en las referentes a Boneville. Y con otra ilusión: Dude anunciaba continuamente que terminarían reeditando las aventuras de Bone en tomos (como los llamados "trade paperbacks" en yankilandia), y yo no me cansaba de ir a buscarlas a la tienda. Pero nada.
Así que finalmente me he hartado de valor, he hecho la promesa de despilfarrar menos pasta en volver a casa borracho, y me he gastado un alto porcentaje de mi triste sueldo en un maravilloso tomo en inglés, de Cartoon Books, que recoge TODAS las historietas publicadas hasta la fecha. Un libraco grande como una biblia; como tres ladrillos puestos uno encima de otro, con más de 1.300 páginas de Bone, con el que pediré que me entierren cuando sea pasto de los gusanos.
Ahora soy más feliz, respiro mejor y vuelvo a sentir, cuando lo leo, ese aleteo de mariposas en el estómago, en lugar del vacío. He vuelto a poner un Bone en mi vida, y podré leer esas mil trescientas páginas cada noche antes de acostarme y soñar con mil trescientas aventuras más. De aquí, en cuanto me haga con un diccionario de inglés-frunobuliano, saldrá un denso artículo y abezetadario como merece, si otro no lo hace antes.
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