Descubro que Óscar Julve no se convirtió en una estrella del cómic español porque decidió dedicarse a la (supongo que suficientemente lucrativa e interesante) ilustración infantil y la animación, mundo en el que no para de producir material. Porque Julve no podía haber desaparecido de repente, después de las muestras de talento que dejó en Gran Circo Cappuccino, la extrañísima serie publicada por Glénat allá por mediados de los 90s. Una obra experimental, claramente inspirada en las locuras que por entonces hacían Albert Monteys y sus colegas de La Penya en Mondo Lirondo, cogiendo a un puñado de animales (y vegetales, y minerales), antropomorfizándolos y poniéndolos a vivir aventuras surreales y adultas en viñetas, armando poco a poco un universo (supuestamente) cohesionado y autorreferencial con vida propia. En este caso, el protagonista principal era una especie de humanoide con cresta (Johnny Smith), absolutamente idiota y patético («…y lo sabe»), dotado de una enorme capacidad de asombro y curiosidad, que acaba afiliándose al circo del nombre, para sufrir todo tipo de penurias y abusos por parte del jefe de pista Mr. Dandi, el asesino en serie bicéfalo Hermanos De Vicente, el pato Donaldson y el ratón Mickison, y un montón de seres bizarros. La serie tenía una ambientación, un sentido del humor y una estructura (la historia avanza principal avanza linealmente, mientras se complementa con tiras, historietas autoconclusivas, secciones de texto, fotomontajes, etc. protagonizados por todo el reparto de secundarios) que recordaba demasiado a Mondo Lirondo, pero el dibujo de Julve no paraba de crecer y mejorar, y la locura argumental de retorcerse y agigantarse haciendo que uno deseara más y más.
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