La "palabra con f", como dicen eufemísticamente los nenes americanos arrepentidos de blasfemar es, obviamente, "fuck". La "otra" palabra del título es "father". Una losa como un castillo cuando uno ha sido un bala perdida y un cierrabares, un titán del punk-rock. Cuando uno renegó de sus padres y huyó de casa para instalarse en una okupa a los quince, montó una banda kostrosa con cuyos bolos en garitos tumefactos poder financiarse los porros, y pasado el tiempo no le ha quedado más remedio que procrear, a menudo de penalti. De eso va este entrañable documental. De hacerse mayor siendo punk en California. De compaginar las giras por el mundo frente a miríadas de chavales escupiéndote al jeto durante el día, y de noche cambiar pañales y decirle a tus churumbeles que "eso no se dice, eso no se hace". El grueso protagónico lo acarrea aquí el líder de Pennywise, un cuarentón que cohabita un dúplex impresionante en Hermosa Beach, junto al pibón de su esposa y tres dulces y primorosas rubitas white trash, con lo que él ha sido. Al menos, Jim Lindberg tiene una pinta estupenda, se cuida y sigue estando en plena forma; porque lo de tener por papá al desequilibrado de Fat Mike, cuando su nena tenga uso de razón, no se lo va a perdonar nunca. El frontman de los maravillosos NoFX tiene por casa una pocilga en mitad de una nube de THC, y vive en una siesta continua frente a la tele, tirándose pedos continuamente para tratar sin éxito de sacar a su pequeñita de un sopor perenne. El que se lleva la palma en cuanto al efecto visual más logrado es Lars Federiksen, el bajista de Rancid, los últimos punks con pintas peligrosas que nacieron en Los Angeles. Cuarenta y tantos, panza incipiente, pantalones de payaso, camisetas raídas con mensajes agresivos, toda la cara tatuada, y paseando por el parque a un bebito de dos años, no es de extrañar que los columpios se vacíen en cuanto aparezca, y que varias veces a la semana alguien llame a la policía. O Duane Peters, un tipo que hace hermoso a Shane McGowan, qué pesadillas no provocará en sus vástagos. Curiosamente, algunas de las cosas más inteligentes al respecto las dice el pijopunk imbécil e imberbe de Mark Hoppus (Blink 182, los Pignoise angelinos), al admitir que al formar parte de esas bandas de macarras rebeldes anti-sistema, el público tiene el listón moral sobre ellos por los suelos, y así es fácil ser un padre decente, porque cualquier cosita que hagas sorprenderá a propios y extraños.
El documental no es un Quién vive ahí de la flor y nata del punk melódico de los noventa (que también), sino además un catálogo nostálgico, un recorrido por la adolescencia de estos músicos hoy progenitores (Lindberg, de adolescente, trabajaba a cinco minutos de la comuna hippie de Black Flag, cómo no iba a interesarse por el movimiento) y un tremendo documento multimedia acerca de la humildad y el abandono incondicional lde la pose pérfida y el esputo, en el ámbito privado, cuando uno se hace mayor. La muerte del angst y la asunción del "ains, mi niño, qué mono es!", cuando te haces millonario, en definitiva. A destacar también los momentos en los que sale papá Flea, tocando a Beethoven al piano a cuatro manos con su hija post-adolescente (melafo) y haciéndole el faquiu de chichinabo a la cámara, y es que Flea es mucho Flea. La música, el ritmo y la estética, por supuesto, también están muy logrados, que parece uno que está mirando un reality a lo MTV Cribs de 1994. Muy entrañable.
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