jueves, 8 de septiembre de 2016
"Educar en el asombro" (Catherine L'Ecuyer, 2014)
Puesto a padecer estos angustiosos periplos eternos en barco, en elefante, en tren de una punta a la otra todo el verano (y me parece que así voy a seguir), alguna vez he cogido lo que fuera para leer de vuelta, si no llevaba a la ida. Leer, estoy leyendo mucho estos días. Y ya que estoy todo el tiempo con los niños, me dio por esta especie de recetario posmoderno de educación infantil, para madr@s primeriz@s, que encontré en mi casa de adopción. En realidad, el título me llevó a engaño.
Las horas que paso con mis niños son un auténtico placer, entre otras muchas cosas porque, al contrario que casi tod@s l@s padr@s, que van a toda hostia tirando del brazo de los peques como si fuesen un bolso, o un perro o una res porque hay muchísima prisa (¡que vienen los Hombres Grises!), yo lo único que tengo que hacer es dejar que pase el tiempo mientras estoy con ellos y les entretengo, les hago reír y me hacen reír. Poco más. No existe la prisa, no tengo ningún interés en llevarles a casa en un esprint, ni en que hagan nada a voces, ni tengo necesidad de aparcarles con el Youtube para relajarme en un sofá, sino que dejo que ese tiempo transcurra a ritmo de niño. No les compro nada, no necesitan nada. El placer de recorrer el medio kilómetro diario que separa el cole de su casa, nos suele llevar entre dos y tres horas. Contemplar a los bichos, reconocer las especies de los árboles, coleccionar semillas de algarrobo (esa maravilla de la naturaleza que es como un paquete de caramelos natural), bolitas de acebo o mojoncitos de pinsapo para luego lanzarlos al Estanque del "Sacedonte" (una vez escondimos allí un pequeño rinoceronte de juguete) o a malvados transeúntes imaginarios y que no se acaben hasta llegar a la piscina, es nuestra mayor preocupación. Recorrer tranquilamente el Camino Calete, por el que no va nadie, hay bichos más grandes, cientos de tipos de flores y no nos pueden atropellar los coches (en aquella zona los semáforos son un aderezo, poco más que un bolardo), e imaginar que nos hemos perdido en la Amazonia, es nuestra misión. Escalar todos los poyetes del trayecto para luego saltar de vuelta a la acera es nuestro desafío. Llamar a la puerta de todos los armaritos municipales de alumbrado y control de tráfico, a ver si sale un enanito, nuestra esperanza. Recolectar mugre de las paredes en la punta de los dedos, nuestra obligación. Para mí, responder a todas sus preguntas, y sobre todo preguntarles cosas y observarles fascinado, está siendo mi particular entretenimiento, crecimiento y sublimación como persona y como padre frustrado. De ahí mi confusión con el título del libro, que había pensado que explicaba cómo ser uno, el educando, el protagonista del asombro: "Educar desde el asombro" es lo que me pasa a mí, que siento una admiración inmensa y me fascina cada cosa que hacen estos dos moñecos, y me siento un privilegiado viéndoles crecer sin prisa.
Pero la cosa es al revés, claro. El libro es una teoría del aprendizaje propuesta para estos tiempos en los que todo va a toda hostia y nadie se para ni un segundo, nadie pasa ni cinco segundos sin estar delante de una pantalla. Y que esto afecta a los más pequeños, obviamente. De cómo los bebés están enganchados a las pantallas como un yonqui terminal, y quitarle el móvil tras la décima reproducción del Hola Don Pepito puede acabar en tragedia, escribía yo mismo en un exitoso artículo hace algunas semanas en un medio de verdad (no un blog de mierda del siglo pasado como éste). Y es que estar en Paro más de un año, te hace pensar en estas cosas, olvidarte del estrés. Se puede disfrutar de mirar las cornisas o el techo por el mero placer de hacerlo. Y para un niño de 2 años, cada uno de sus pasos es una epopeya, y todo el Universo se va expandiendo lentamente, vislumbrando una historieta nueva cada hora, con sus zonas seguras y sus mierdas espesas (yo no les oculto nada) como si jugaran a un gigantesco Buscaminas con la mente. El libro está muy bien, la teoría de esta entrepeneur canadiense es un chollo, y está narrado con la estructura del manual aquel de dejar de fumar, revelación tras revelación, a base de repetir las mismas obviedades del barquero que nunca habías tenido tiempo de pararte a pensar, arrastrado por el desagüe en remolino de la vorágine insoportable que nos rodea.
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