lunes, 11 de mayo de 2015
Muñecos del destino (Serie, 2012)
A este blog siempre le pasa que marcha a trompicones: lo actualizo mucho un par de días, y luego lo olvido durante semanas. Pero trato de paliar mi indolencia y falta de disciplina haciendo anotaciones de cosas que me han llamado la atención, para cuando me encuentro ocioso y solo y me apetece retomarlo; como ahora mismo, que he despertado de un viaje astral sobre el sofá como los de Little Nemo, me ha arremetido el spleen y necesito pensar en trivialidades. Por ejemplo, traigo esto, esto tan raro que vi hace algunos meses, cuando descubrí que mi vieja XBOX de 3ª mano se conecta al router, y puedo hacer zapping por Youtube en mi tele gigante del salón (Roxy C, la llamo). No sé cómo llegué a Muñecos del destino, pero me voló la cabeza y me mesmerizó hasta deglutir sus 8 episodios. Por su extraño ritmo, su extraña idiosincrasia y su extrañísimo humor. Se trata de una parodia de los clásicos culebrones sudamericanos, esa imagen especular exorbitada del estilo de vida de los famosos cuyas peripecias se dilatan durante años y años en las sobremesas de los canales públicos de todo el mundo. La parodia en Muñecos del destino enfatiza en la cantidad de cosas horripilantes y desorbitadas que pasan en las soap-operas habituales, para mantener el cliffhanger y el lagrimal de las amas de casa atareado todos los días de todas las semanas de todos los meses de cientos de años que duran estas cosas: en pocos episodios (intuyo que) a esos/as apuestos/as venezolanos/as de las teleseries del Cono Sur les han violado seis veces, operado a corazón abierto, embestido de frente con otro Testarossa, puesto los cuernos y contraatacado con otro/a cantante melódico/suripanta según corresponda, cambiado de sexo y embargado el rancho, sin que tú en tu casa hayas siquiera acabado de zurcir un babero para el sobrino nuevo ni lavado los platos. Pues en Muñecos del destino se mofan de eso, pero de una manera muy sutil y respetuosa, casi casi como si todo fuese en serio. Hay accidentes, chuflos y giros de guión constantes, pero a un ritmo pausado y narrado con un humor que o es demasiado blandito, o para que rían esas mismas amas de casa, o yo no lo he entendido bien por los modismos argentinos. Pero todo esto, toda la serie, está protagonizada por marionetas de tela. Surrealistas muñecos sin rasgos faciales (apenas un bulto y unos smarties por nariz y ojos), simples y grotescamente manejados con varillas, que soportan más estoicamente el drama y los largos primerísimos planos que sus versiones de acción real (y que ahora que lo pienso, el bótox también les ha anulado las facciones) y cuyas evoluciones en la pantalla, no exentas de violencia y situaciones adultas, me fascinaron y sofronizaron toda una tarde lluviosa. Lo del ritmo y la falta de risotadas no es en absoluto una crítica negativa. En manos de cualquier guionista español armado de su sandwichera-de-guiones, se hubiera transformado en un histriónico carrusel de gritos e imitaciones de Muchachada Nuí del todo insufrible, y así tal y como fue concebido esto, tan parsimonioso y extraño como un episodio de Planeta Imaginario o un show de marionetas polaco de los ochenta solo para adultos y extraterrestres. Y que además te ríes, que sí, pero yo creo que más bajo la influencia.
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