Tengo un concuñado (creo que se dice así; en cualquier caso, un familiar político lejano) aficionado al noise y la música industrial, que de hecho tuvo un programa de radio de cobertura nacional hace muchos años, en la época en que las bandas de vanguardia española eran la élite mundial, y conoce a toda esta gente. He coincidido con él en varias comidas familiares, y en concreto en una de ellas nos apartamos del resto de la gente y nos encerramos a charlar varias horas sobre música. Me jacto de haber dado a conocer a semejante eminencia un par de bandas de ruidistas subnormales (mi especialidad) como Pertti Kurikan Nimipäivät o Reynols. El caso es que me sorprendió muchísimo que, entrado el siglo XXI, su gran afición por la música le ha llevado a cavernosos lugares de Soulseek, donde cuarentones nostálgicos del mundo entero digitalizan casetes ignominiosas, las comparten a través de la Red, y luego cada uno en su casa se las baja... y se las vuelve a grabar en casete. Mi con-colega éste colecciona casetes, tiene cientos de casetes recién comprados y sobre todo grabados a partir de archivos informáticos. Esto me lo contaba hará dos o tres años.
El casete ha vuelto oficialmente. La nostalgia por el VHS es notable, y quién más quién menos conoce a un colega que se aventura semanalmente buscando cintas de video grumosas en mercadillos, y se piden precios astronómicos por algunas cosas en e-Bay, pero cuando ya parece que casi nadie se acordaba del casete, se reivindica a lo loco. Durante el pasado Día de las Tiendas de Discos (una cosa de los ingleses y americanos, que están chiflados y aún tienen de esto) se pusieron a la venta novedades en K7 de bandas de la talla de Green Day; el gigantesco emporio japonés Sony va a comercializar un K7 con capacidad para 80 millones canciones; en el chino de la esquina (lugares ideales para medir tendencias) venden como churros los adaptadores de CD y USB a K7 para el coche (un invento maravilloso), el boli Bic se vende más que nunca... y en fin, que ahora que se acaba la gilipollez de reivindicar el casete como objeto de culto ochentero asqueroso, para hacer lámparas kitsch y comprarse una funda de móvil guachi en el Popland, volvemos a lo serio y en las pocas tiendas especializadas que quedan (o que reabren y/o se reinventan) vuelve a haber un espacio para casetes cerquita del de los vinilos.
Y viene a cuento esto de que he descubierto hace poco el sello Mississippi Records. Un sello de Portland especializado en reediciones de material ignoto. No exento de polémica (por aquello de los derechos de autor), su responsable, Eric Isaacson, se dedica a rescatar de la oscuridad viejos vinilos de todo el mundo y venderlos por correo. Bandas de rembetika asentadas en Nueva York en los años cuarenta, música vocal hindustaní 30-50's, grupettes de chicas yeyés vietnamitas, calypso y ska primordial... Un
catálogo irresistible para el melómano sin complejos, y envuelto todo en una atractiva estética DIY de corta y pega. Descubrí toda esta historia en un fanzine del año pasado (el nº 7 y último hasta ahora de
Chilena Comando), donde entrevistaban a Isaacson, quien (además de contar que tuvo una banda punk local con un cantante de 10 añitos en los noventa,
The Illegal Guardians; con lo que me gustan estos experimentos niñófilos) me ponía sobre la pista de la deliciosa Tape Series de Mississippi Records, de la cual me he acordado estos días. Una colección de cintas magnéticas que venden por correo bajo suscripción, y que ya va por más de la
centena. En la entrevista contaba, humildemente, que practicamente vive de eso, de grabar recopilatorios en cinta de material que se encuentra (libre de derechos, o cuyos beneficios trata de hacer llegar a los herederos cuando esto es posible) a unos 300 suscriptores. Sería bonito, eso de que tu mayor fuente de ingresos venga de grabar cintas a los colegas.
En un polvoriento cajón virtual me he encontrado unas treinta de esas cintas que graba Isaacson, pero en forma de emepetreses, con sus cutres portadas DIY escaneadas. Y llevo un par de días escuchándolas. No solo contienen material exótico (samba, músicos callejeros de Yogyakarta, Irán, Turquía, Marruecos, flamenco, dub de Oregón) sino también caras B de llenapistas de Northern Soul y viejo rock americano, canciones desconocidas de one-hit-wonders como Bunker Hill, Maurice Williams & The Zodiacs, Carl Perkins, Hasil Adkins y demás rock primitivo (en esto se centraban las primeras entregas de la serie). Estoy muy inmerso últimamente en este cajón de sastre magnético pergeñado por el melómano portlandés, esta especie de huevos sorpresa llenos de música hermosa e inaccesible. Como botón de muestra, he dado buena cuenta, al azar, del volumen 28,
"Classical music for & by the people", un mixtape centrado en la música sinfónica que no puede ser más heterodoxo: una
brass band de iglesia, Clara Rockmore reinventando clásicos al theremin, vasos musicales, Moondog, Erik Satie o el Ave Maria de Schubert en versión gospel africano.
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