"Shaun of the dead",
"Hot fuzz" y
"Paul" son tres de las películas que más me han gustado en los últimos años, especialmente la segunda, que me chifla y vuelvo a ella una y otra vez: un risa-thriller en un pueblucho británico tenebroso y podrido, con un Simon Pegg impresionante como ampuloso y disciplinado agente de la ley. La noticia de un nuevo artefacto de Simon Pegg (que no sale de plano ni un segundo en toda la película practicamente, construída ésta casi en forma de monólogo), y además con nueva inmersión en el misterio, me tenía entusiasmado, y ha acabado decepcionándome bastante. El comienzo es apoteósico: Simon Pegg/Jack es un escritor infantil en horas bajas que vive encerrado, paranoico y aquejado de acojone crónico, en un piso rodeado de apuntes, retratos y parafernalia de la gloriosa época de los asesinos en serie victorianos. Está empeñado en levantar su carrera con un estudio sobre su reciente obsesión, pero su editora le insiste en que siga con sus sagas de personajes infantiles. Las obsesiones, las fobias y la mala pata desencadenarán una jornada trágica y tremebunda, trufada de referencias freudianas y tonterías surtidas que convierte lo que pensaba que iba a ser una aventura de risa truculenta, en un entremés costumbrista de humor tuno. Bastante más floja que un episodio de
Spaced. Lo mejor, la atmósfera, los títulos de crédito, el comienzo y el derroche de excentricidades del protagonista. Pero el guión muy mal. Ni siquiera me gustó el cuento en stop-motion, y eso ya es jodido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario