«Esto tiene que cambiar, nuestros nietos se merecen que la historia
se repita varias veces», Los Nikis, en ‘El Imperio contraataca’
se repita varias veces», Los Nikis, en ‘El Imperio contraataca’
Se ha hablado tanto, tanto y tanto del idílico contexto social y cultural que se conjugó en los años ochenta, que llevo días pensando cómo abordar esto que quiero decir, y sigo sin tener ni puta idea. Me voy a poner en modo verborrea, y dejaré salir esas palabras y recuerdos que están luchando por salir. Además, creo que ya en demasiados sitios se puede seguir la estela política, musical, cinematográfica, artística, etc. de los acontecimientos que tuvieron lugar en aquella década de enorme agitación, de forma ordenadita, estructurada, indexada o novelada. No me voy a detener en eso, por lo tanto (me parece). Lo que quiero hacer es lanzar un grito de auxilio, una llamada de atención, que sin duda alguna se llevará el viento pixelado y no irá a parar en ningún sitio, pero que considero necesaria vista la lamentable situación actual de las cosas. No soy ningún sociólogo ni atesoro ninguna virtud que me permita dar en el clavo en ninguna aseveración histórica, pero aún así me voy a arriesgar: el mundo va en picado, de cabeza, hacia su autodestrucción.
Vale, de acuerdo, la frase no es mía. Es la comidilla en todos los rincones, está escrito en grafittis en las paredes, asoma entre las grietas de los edificios, nos lo escupen en la cara a cada segundo de emisión catódica, empieza a desbordar las alcantarillas; soy consciente de que ninguno os habéis enterado a través de este blog de la debacle cultural en la que estamos inmersos, pero no lo había dicho hasta ahora sin cortapisas. No sólo las estructuras se desvanecen y las personas se agilipollan, sino que el fruto del razonamiento hecho arte de nuestros coetáneos, aquello que quedará registrado en los museos y las hemerotecas para la posteridad, en estos tiempos que corremos, es todo, sin excepción, una puñetera mierda. Quizá la culpa la tiene que ya está todo inventado, y que es imposible sorprender con algo nuevo, y la única salida sea ser más idiota, o más transgresor, o darle vueltas de tuerca a todas las cosas hasta que crujan con el infinitésimo giro; añadido esto a la espada de Damocles en forma de Euro, la carrera de a ver quién es más listo y engaña a más gente en esta autopista del Consumo, que pende sobre nosotros, mientras Ellos se ríen (los de los despacho, los villanos, los que manejan el cucharón que revuelve el caldero de caca). Si lo único que va a legar la actual generación a nuestros descendientes, en términos culturales, es un concurso de guapitos haciendo karaoke y sus politonos, Isi y Disi, Dinio y Santa Justa Klan, es el momento de cerrar el grifo y vivir el resto de tiempo que queda, hasta que estalle el planeta, en un eterno revival, porque no necesitamos todo esto. Hace falta una revolución inversa: cojamos la guitarra, la cámara de video, la pluma, la plumilla y el blog, y echémoslo todo a la pira, no vaya a ser que a alguien se le ocurra ser creativo o aguzar el ingenio y aportar otro pedito al caldero.
La sociedad siempre es vestigio de los males del pasado. Tiene cicatrices de guerras mundiales; tumores que salen a flote en Misa; dolores menstruales acallados por maridos medievales; millones que matan o se matan obedeciendo a la retransmisión digital constante del terror, a menudo inventado para transformar a la población a su antojo; herederos ricos riquísimos que pisan a los pobrecitos pobres; enfermedades de diseño; una eterna batalla de moros y cristianos (unos se inmolan, otros se exprimen) que no ha cambiado mucho desde tiempos del Cid... Parece una canción de Sabina, pero es que la cosa es más o menos así, en el plano de las relaciones entre personas. Ni mejor ni peor que siempre. Los libros de Historia de hoy servirán dentro de mil años, cambiando la cifra del millar. En el aspecto de los avances científicos, la cosa parece que tiene mucho que avanzar, y eso está bien. Pero lo que más ha cambiado es en el aspecto económico. Ya no hay dioses, ya no hay reyes, ya no hay Clero, ya no hay ídolos. No importa el talento, ni la destreza. Sólo el Poder, el Dinero. «A la felicidad por el consumo», «viva el mal, viva el Capital». Si ya nos lo decía ella en 1980...
Y sobre el mundo de la Cultura, ya he dicho cómo lo veo yo. Alguien tenía que haber parado la máquina a mediados de los noventa. Pero en lugar de eso, han tirado de la cadena y nos han arrastrado a todos. Estamos dando vueltas alrededor del desagüe, abocados sin solución a colarnos por la taza del váter, alimentándonos mientras tanto de mucha más porquería de la que nos cabe en el cuerpo, y de una repugnancia que no nos merecemos. Hay que tener mucho cuidado para no abrir la boca, y la única opción que tenemos es trepar hacia el pasado. Porque unos pocos metros por encima, apenas dos décadas, al borde del inodoro, hay un pequeño oasis en el que vale la pena hacer un alto lo más a menudo posible. Esto va a ser un salto de alivio.
(No me mires así, todo el mundo tiene un mal día...)
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