miércoles, 16 de octubre de 2013

Mail-order mysteries (Kirk Demarais, 2011)

Como recalcitrante norteamericanófilo y obsesionado por la cultura popular, me ha encantado la lectura de este libro, un préstamo de mi amigo Scari que he devorado en cuestión de un par de horas. Con el subtítulo de "Real stuff from old comic book ads!", este tomo desvela la realidad detrás de esos centenares de productos prodigiosos que se vendían por correo, anunciados entre las páginas de los tebeos de los años 60 y 70. Y básicamente, lo que nos viene a enseñar es que cuando un producto solo se vende por correo, es porque si se pudiera ver y manipular previamente en una tienda convencional, nadie en su sano juicio lo compraría. Un tremendo documento entretenidísimo y repleto de curiosidades e información, pero sobre todo revelador y un desmitificador tan efectivo como encontrarse a Papá Noel la mañana de Navidad masturbándose en el hueco de la chimenea. La sensación general tras la lectura es de decepción absoluta. Descubres que detrás de esos impresionantes anuncios a toda página que ofrecían realistas y poderosos monstruos de la Universal a tamaño real, se escondían pósters monocromos divididos por la mitad, de un material parecido al de las bolsas de basura; que los gigantic dinosaurs que prometían aventuras sin límite y control absoluto de tu bestia antediluviana, son todavía más fraudulentos que el dinosaurito deshidratado que se compra Bart Simpson para asustar a Lisa: se trata de simples globos de colores con dinos pintados; como globos también son los fantasmas vivientes para aterrorizar en Halloween. Globitos con la carita rechoncha de Casper, en lugar de esas pavorosas apariciones sobrenaturales anunciadas; esas alucinantes escenas bélicas a toda página apaisadas (obra de Russ Heath o Joe Orlando), que prometían ejércitos completos de soldaditos de maqueta, escondían tres o cuatro modelos repetidos de feísimos churros en 2D, altorrelieves con rebabas, embutidos en cajas de cartulina; el Submarino 2000 que se compra Chris Peterson (y que tarda más de 20 años en recibir en casa e instalar en la bañera), en el mundo real era poco más divertido y realista que sentarse dentro una caja de cartón de embalaje; algunos productos anunciados, como el truco para lanzar chispas por los ojos, simplemente consistían en ¡un folio fotocopiado!, con tres párrafos a máquina en los que te explicaban que te pusieras papel albal en las pestañas; y el autor nos aclara que ni los sea monkeys (sobrecitos con plancton y lapilli) hacían acrobacias, ni las acojonantes plantas carnívoras llegaban a crecer jamás, ni servían para absolutamente nada las hypno-coins, las X-ray spex, las piedras de kryptonita (rocas reales pintadas de verde) ni los silbatos para perros. Bajo sofisticados eslóganes y palabrería pop, se vendían trucos de magia de los que salen en el roscón de Reyes, trozos de caucho, inútiles carnets de socio, reimpresiones de panfletos de los años 20 o meros folios a modo de certificado oficial, que si acaso sirven para pagar una factura del gas gracias a eBay cuarenta años después, a costa de la PORNOstalgia. El libro me ha dejado triste y moqueando como una bofetada de padre, pero es un ordenado catálogo de imprescindible lectura para el aficionado al cómic yanqui de la Edad de Plata, mucho más goloso e interesante que productos como el oportunista "Papel y Plástico".

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