Una cosa que me avisa Facebook que escribí hace hoy 3 años:
Vengo a informaros de que me queda solo una semana más de trabajo en
el bar en el que he estado los últimos años. No me busquéis allí más. Lo
he dejado. No voy
a seguir trabajando como camarero.
Ando a la búsqueda de nuevos horizontes, pues creo que ya no puedo
evolucionar más como camarero. No es que me haya estancado, o hastiado
del sector servicios, del gracias por su visita, del repartir alegrías y
viandas a amables, desprendidos y fascinantes desconocidos, no es eso;
no es que sienta que cada día la barra es más alta y las cañas más
largas, ¡qué va!, es sólo que creo que ha llegado el momento de
emprender viaje en una nueva dirección, puesto que he cruzado el Rubicón
de los camareros, he cazado el Leviatán de los camareros, he leído el
Necronomicón de los camareros, he ascendido al Nirvana de los camareros,
he tocado en los Nirvana de los camareros, he quemado el Windsor de los
camareros. Ya di mi canto de cisne y mi salto de tigre como camarero.
Ya conozco todos los secretos, todas las variedades de uva de aquí a
Alfa Centauri, sé hacer fractales con la espuma del cappuccino. Tiro tan
bien las cañas que haría llorar a un señorito andalú en fiestas. Domino
la jerga. He trabajado tanto de camarero que soy capaz de llevar una
bandeja con un zigurat de chupitos de jaggermeister coronado por un
cimborrio de bocadillos de calamares en una mano y sacar brillo al Cáliz
de Fuego con la otra y a la Orden del Fénix con la otra, mientras me
abro paso a través de una horda de muyahidines en hora punta a la pata
coja haciendo twerking mostrando la más espléndida de las sonrisas ante
el mayor de todos los hijos de perra del séptimo infierno gritándome
"cuando puedas", "perdona", "cuando puedas, jefe" o "perdona". Gran
Venerable Caballero de la Orden del Temple Grado 32 de la Logia de la
Mesonería, podría darme a la gran vida preparando daiquiris flameados
con frutas prohibidas y especias arcanas a princesas de Oriente en sus
aviones-piscina, pero he decidido que ha llegado la hora de colgar el
delantal, desincrustarme el palillo de la comisura de la boca y entregar
la pistola y la placa. No es que esté hasta las narices, no es eso,
¡no!
Así que he empezado a hacer un curridículum vitae, con la
vista puesta en una nueva aspiración laboral en la que ascender
profesionalmente mientras me labro el futuro en este apelotonarse los
días uno tras otro todos igual de grises hacia el desenlace, y me he
dado cuenta de que no sé si el c.v. tiene que llevar foto, o un avatar
gracioso o un meme o si ahora es tendencia el membrete en 3D. Si debo
incluir mi carnet de afiliación al partido de moda. No sé si imprimirlo
en papel color hueso o color crema de espárragos o color cuarzo. No sé
hasta qué punto se miente. No sé cuánto de lo que no suma, resta. No sé
si el curriculum ya no se lleva y ahora hay que hacerse un vlog o un
flash mob y colgarlo en Vimeo. Y no sé si ponerlo todo. No sé si, de
todas formas, me acuerdo de todo.
Empecé tres carreras y empecé y
acabé una efepé. Trabajé de buzoneador, de mozo de almacén, de peón de
albañil. Despaché queso al peso y llené lineales de leche en dos
supermercados. Monté todas las mamparas de un edificio en la Castellana.
Cargué camiones y camiones de escombros por todo el Ensanche. Repartí
montañas de paquetes y sobres puerta por puerta en Chamberí. Diseñé el
logotipo de una cadena inmobiliaria. Vendí pulseras, pines y llaveros de
nudos. Repartí fliers e intenté llenar alguna discoteca cada semana a
cambio de peppermint con chocolate. Di tres conciertos con mi banda de
instituto a cambio de licor 43. Fui portero de discoteca, dos veces.
Diseñé las cartas de al menos 5 restaurantes, pinté las tinajas,
carteles o paredes de al menos 3. Montaba un puesto de camisetas en los
mercadillos de pulgas de Murcia, La Manga, Torrevieja y Alicante, y
luego lo desmontaba y atendía en la tienda. Limpié miles de truchas y
troceé cientos de salmones, envasé surimi y cangrejo kamchatka, despaché
percebe a bastantes señoronas desconfiadas en otro supermercado. Llevé
el control de las notas de gastos de los comerciales de dos
multinacionales. Inflé servidores y más servidores con hojas de cálculo
inútiles en demasiadas empresas inútiles. Ofrecí servicio post-venta de
productos de imagen y sonido y tecnología. Colaboré en el lanzamiento a
contrarreloj de dos medicamentos genéricos. Atendí llamadas telefónicas
de clientes. Emití llamadas telefónicas a clientes. Actualizaba la web
de venta online 1.0 de una multinacional importante para la que se
supone que sólo debía emitir y atender llamadas. Preparé cafeses a
demasiados burócratas, y hasta participé en sus reuniones y pisé sus
despachos, después de ser el chico-del-correo. Redacté muchísimos blogs a
destajo, sin tráfico ni interés alguno pero muy bien pagados, antes de
que la burbuja estallara. Escribí también el blog de una empresa
internacional muy grande y muy importante, antes de que mi burbuja
estallara. Pasé a limpio o redacté apuntes, trabajos de evaluación o de
fin de carrera a gente que veía mi anuncio en el tronco de un árbol.
Corregí algunos exámenes de alumnos de Secundaria; aunque yo no era su
profesor y no sé si estaba bien, pero lo hice. Pasé a limpio al dictado
un libro de modelos matemáticos de la mente para un señor que no estaba
en sus cabales, en su casa; también le sacaba al perro, le hacía la
compra y los deberes del niño. Dibujé pancartas, dibujé carteles. Vendí
casettes. Grabé un casette a la guitarra (esto lo hice gratis). Escribí y
vendí fanzines. Organicé festivales. Escribí en panfletos y revistas de
barrio, de asociación, de facultad, de colegas, de mí. Dibujé carteles y
portadas. Pinché canciones en bares y fiestas privadas. Y una vez me
encontré 20 eurazos en una acera, y aquello fue inolvidable.
Cuidé bebés a domicilio. Cuidé bebés en dos escuelas infantiles, donde
también cambié pañales, pinté caras, hice pancartas, jugué a juegos,
preparé números musicales, canté y bailé canciones, arrullé siestas,
alimenté a bebés, animé a sus padres, animé a niños muy pequeños que no
tenían padres. Fui a muchísimos, pero muchísimos campamentos de verano, y
de invierno, otoño y primavera: campamentos Scout, campamentos de la
Policía, campamentos municipales, campamentos privados, campamentos
urbanos, campamentos deportivos, campamentos de inglés, campos de
trabajo, acampadas de fin de semana, salidas de día a la nieve, a la
Sierra Rica, a la Sierra Pobre, tardes de ocio en centros comerciales,
fiestas de cumpleaños, actividades de tiempo libre municipales
dominicales extraescolares, caminos de Santiago. Busqué campamentos,
encontré campamentos, monté campamentos, desmonté campamentos. Participé
en reuniones de padres, reuniones de monitores, asambleas con niños,
con jóvenes, con adolescentes y post-adolescentes. Redacté bosques de
circulares, cuadernos de actividades y hasta Programas Educativos. Hice
juegos de pistas, gymkanas, rodé una película de niños con niños, canté
canciones, jugué juegos, tendí tiendas, saqué sacos, estiré esterillas,
conté cuentos bajo las estrellas, freí marshmellows, mordisqueé briznas,
superé dificultades, enfrenté enemigos, crucé ríos, nadé lagos, rompí
huesos, dormí poco, disfruté a mares...
Eso fue antes de los
bares. Desde entonces solo sirvo copas en fiestas, teatros, Nocheviejas,
y sobre todo en no sé ya cuántas terrazas, bares y restaurantes, pero
sobre todo muchísimo tiempo lo pasé entre 3 bares, que es en lo que he
echado el siglo veintiuno, mes arriba, mes abajo. Me lo gasté todo.
Conocí a gente maravillosa a la que casi nunca veo, y no sé qué voy a
hacer a partir de ahora ni si estaré animado para ello. Supongo que
algunos días sí.