
Una de las lacras de la
blogxploitation (este fenómeno que estamos viviendo, que promueve que hasta el gato tenga su propio blog), y desde mi punto de vista la única, es que poco a poco va desapareciendo en el usuario la afición de escribir sus cosas en papel. Y concretamente, con el auge de los llamados
blog-fanzines o
blogzines (es decir,
“revistas de información temática, hechas por un fan no profesional, y distribuidas en forma de blog”), el fenómeno de los
fanzines hechos y derechos, de toda la vida, en papel, poco menos que ha desaparecido del todo. Al menos, en lo que se refiere al tipo de fanzines que yo siempre he coleccionado, los que iba a buscar a las tiendas especializadas: cine de serie b y subcultura.
Hace, digamos, diez años, uno iba a su tienda de cómics favorita y se encontraba una estantería (normalmente cerca de la caja, al lado del porno) repleta de revistillas fotocopiadas, de todos los colores y tamaños. Hechas con cariño, con dedicación, bien por autogestionados maestros del corta y pega más
punk, bien por avezados y diestros maquetadores, que ponían en el mercado bonitos panfletos de colores, con papel satinado, portadas troqueladas o plateadas... Aunque yo de pequeño no leía muchos
fanzines. La iniciación vino un tiempo más tarde.

Yo nací como fan al mismo tiempo que la editorial
Forum daba sus primeros pasos. Más o menos. Empecé a comprar tebeos cuando
Madrid Cómics estaba todavía en aquella desaparecida galería de
Gran Vía; ésa era mi Meca casi todos los fines de semana. Allí me llevaban mis padres después de dar un paseo por el
Retiro, o por el
Museo de Ciencias Naturales, que me gustaba mucho. Si no acabábamos pasando por
Madrid Cómics, decía
«me enfado y no respiro» y me pillaba mis buenos rebotes. Como todos los niños, supongo. Tendría yo entonces ocho o diez años. Recuerdo que no me gustaba nada
Mortadelo, ni mucho menos
Zipi y Zape; no valoraba demasiado a
Astérix, ni mucho menos a
Tintín. Lo mío eran los superhéroes. En su vertiente
brugueriana, siempre he sido un abnegado y casi obsesivo coleccionista de
SuperLópez y todo lo que ha hecho
Jan. Pero sobre todo me gustaban
Daredevil, el
Capitán América y
Spiderman.
Primeros recuerdos que tengo de los tebeos: cuando estaba en preescolar, en algún momento determinado la seño nos pidió que lleváramos cada uno un libro infantil a la clase. El que yo llevé supongo que me lo regalaría mi padre, que tenía su buena

colección de
Roberto Alcázar y Pedrín,
El Jabato,
El Guerrero del Antifaz y
Hazañas Bélicas, y aunque era un serio profesor de Filosofía se compraba de vez en cuando algunas revistas de la
Toutain, que tenía en la estantería del pasillo, camufladas entre enormes tomos de Historia y Mitología griega. El libro que yo llevé a Preescolar, decía, era un tomo de tapa dura color verde de
“Spiderman contra la Antorcha Humana”. Creo recordar que era de
Montena. Era algún ejemplar de la serie regular americana de
Spiderman en el que unía sus fuerzas con el guaperas ignífugo de los
4 Fantásticos. En realidad no se enfrentaban, sino que se daban los dos de hostias con
Mysteryo y el
Escarabajo, dos de mis villanos ochenteros favoritos de todos los tiempos. El
Escarabajo era el que tenía largos dedos con ventosas, y
Mysteryo una especie de cabina de bólido sobre los hombros... el verdadero
mysteryo para mí entonces era comprender cómo podía ponerse ese casco tan enano, ¿es que no tenía cabeza?, ¿y cómo podía alguien lucir orgulloso su condición de “escarabajo humano”?, ¿no es asqueroso? De verdad que pensaba eso.
Los primeros tebeos que recuerdo haber tenido, ya de la etapa de
Forum, eran: uno de
Daredevil con la portada totalmente blanca, y un pequeño
DD agazapado y dolorido (
Frank Miller disparatando la premisa
“ciego con el resto de sentidos anormalmente agudizados”), y uno del
Capitán América luchando en la portada con
Constrictor y... el
Acróbata, creo. Pronto empecé a coleccionarlos. Mi padre por aquel entonces trabajaba de profesor también por las tardes, en una academia. Dos días a la semana llegaba a casa con un par de tebeos en la maleta. Se los compraba al tío del kiosko grandote de la glorieta de
Alonso Martínez. Una vez fui con él a la academia, no recuerdo para qué, y me lo presentó. El kioskero me regaló un chupa-chups. Qué momentazo.

En verano, mientras mi madre, mis hermanos y yo estábamos en
Burgos o en la playa, mi padre se bajaba a
Madrid a hacer de rodríguez. Nunca le veíamos irse, y es que tenía la costumbre de salir con el tiempo justo, de madrugada, para llegar directamente a clase después del largo viaje en coche. Cuando regresaba, los jueves a mediodía, casi siempre traía (aparte de las cosas que se habían olvidado en casa y alguna chuchería) algún tebeo bajo el brazo. Novelas de
Karl Malden o
Alejandro Dumas convertidas al arte secuencial por desconocidos autores europeos; aventuras de los
Astrosnicks, de los
Pitufos, de
Sacarino, de los habituales superhéroes o de lo que tocara cada semana.
Gracias a él, y a que entonces veía con tan buenos ojos que mi hermano mayor y yo leyéramos tebeos, y nos estuviésemos convirtiendo en unos friquis de tomo y lomo (sobre todo yo; mi hermano supo parar a tiempo), empecé a completar poco a poco varias colecciones. Me gustaba
What if?,
Daredevil, el
Capi,
Spiderman, los
4 Fantásticos, la maravillosa
Secret Wars II, por supuesto... Pero a eso de los 12 años descubrí a los mutantes. Tenía algunos números sueltos de la
Patrulla-X, pero aquello me resultaba demasiado complejo. Los mutantes eran para mí unos tipos a quienes odiaba y temía. Eran feos de cojones y hacían cosas raras, eran oscuros y hablaban muchísimo (cosas de
Claremont, su guionista estrella). Así que no me enganché de verdad hasta que salió el nº 1 de la colección propia de
Lobezno. Más o menos por la misma época (hace unos 15 años) que salió el nº 1 de los
New Warriors, colección que también seguí desde el primer momento.
En estos 15 años he sido una
rata de tienda de cómics. Si no iba una vez a la semana a empaparme de novedades y comprarme mi dosis, no encontraba sentido al

devenir de los días. Y en estos 15 años, he vivido casi en secreto mi adicción (porque apenas tenía un par de amigos que la compartieran) a las aventuras de los tipos en traje de espándex: viví el auge y caída de la editorial
Zinco (guardo como oro en paño toda la saga de
Batman y los Outsiders, muchos números de
Flash, de
Linterna Verde, de
Dragonlance,
Dragones y Mazmorras, las
Crisis en Tierras Infinitas, el
Vigilante,
Animal Man y por supuesto el
Watchmen en su edición original), las grandes sagas de
Marvel (
Fénix Oscura,
Proyecto Exterminio,
Secret Wars II,
Días de Futuro Pasado, la del
Alto Evolucionador, la
Era de Apocalipsis, los vericuetos con los
morlocks,
Mundomojo, el
Nido,
Alpha Flight, los
Cosechadores, el fraude del clon de
Spiderman, las múltiples realidades alternativas, etc. etc.), los cómics de la
Fleetway (
Juez Dredd,
Robo Hunter,
Dan Dare,
Rogue Trooper,
2000AD Presenta...), me enganché a los orígenes de
Image (ése
Spawn que tanto me costó descubrir que era una porquería, el impagable
CiberForce, los primeros
WildC.A.T.s...), empecé a coger el gustillo del completismo, rebuscando apariciones estelares de mis héroes en las colecciones más extrañas o en viejos tebeos de
Vértice (en el mejor lugar que existe para ello: la tienda de segunda mano
Hipercómic, muy cerca de mi casa; cuántas horas muertas me habré pasado allí...), buscando dosis de cómics en los lugares más disparatados que entonces no sabía que existieran (mercadillos en pueblos a los que uno va de vacaciones, librerías de viejo,
El Vibora,
Cimoc,
El Jueves, suplementos de periódicos como el
Pequeño País, que tengo encuadernados los primeros 5 años, aquellos tebeos que “regalaba”
El Sol...), apasionándome por los autores por encima de los personajes, y montándoles altarcitos (
Claremont,
Alan Davis,
Alan Moore,
Grant Morrison,
Marc Silvestri,
Art
Adams,
Jim Lee,
John Byrne,
George Pérez,
Michael Golden,
Larry Hama,
Jeff Scott Campbell,
Bachalo o
Madureira más recientemente...), y gracias a mi afición por el género de superhéroes y a esas visitas continuas a las tiendas, fui poco a poco ampliando mis horizontes a otros géneros más adultos y a otros tiempos más remotos, acordes con mi desarrollo o la satisfacción de mi curiosidad nostálgica (así, puedo presumir de tener completas colecciones como
Mondo Lirondo,
Mundo Idiota,
Bola 8,
Bone, casi toda la obra en tomos de
Alan Moore,
Harvey Kurtzman, todo lo publicado recientemente de la
EC, gran parte de la producción de
Carlos Giménez,
Moebius,
Otomo,
Lewis Trondheim,
Azpiri, además de lo ya citado). No sabría decir cuántos tebeos tengo a día de hoy. Digamos que tengo, juntando todas las estanterías o lo acumulado en lugares menos accesibles, algo así como cuatro metros de tebeos, puestos uno encima de otro. Para el no iniciado, puede parecer mucho, pero es una cantidad bastante modesta.
No he sufrido nunca un caso agudo de “síndrome de
Diógenes”. La inmensa mayoría de lo que he tenido y leído lo he acabado cambiando en tiendas de segunda mano, o directamente vendiéndolo en el
Rastro (convertir tebeos en basura, lo he hecho pocas veces, o nunca). Sólo me he ido quedando con aquello que me parecía difícil de volver a encontrar, e incluso he seguido comprando religiosamente números de aquellas colecciones o autores que siempre me han gustado.
Y hablo en pasado en esta última frase, porque a día de hoy estoy desenganchado. Hace ya unos cuantos años que no compro tebeos. Sigo estando más o menos al día, gracias a los blogs o a las visitas a tiendas especializadas, que no han cesado aunque sí se han esparcido y reducido en el calendario. Sólo compro cosas muy puntuales, bien por inercia, como decía, o bien rendido inevitablemente a las ediciones pasajeras de incuestionable calidad que edita
Norma o
Planeta de cuando en cuando.
Pero me he desviado del tema, que había empezado hablando de fanzines, y a eso he

venido. Da lo mismo. Estos ejercicios de nostalgia siempre resultan terapéuticos y liberadores.
El caso es que es inevitable: uno se compra tebeos, y a base de ir a las tiendas especializadas, a poco que sea un espíritu curioso, empieza a coleccionar
fanzines, muñecos troquelados, máscaras de lucha libre, manga o juegos de rol. En mi caso, por suerte para mi economía, no me especialicé en otras formas de subcultura propias de las tiendas de cómics, más allá de los susodichos. Bastante tenía ya con esto, los discos y las películas, que también cuento por centenares, como buen fan heterodoxo. Pero sí le cogí el gustillo al mundo de la publicación
underground,
amateur, a las revistas hechas por y para aficionados. No concretamente sobre cómic (aunque algunos
Wendigos,
Ultimates,
Dolmens y similares sí tengo, pero me interesaban las revistas de información, las de leer, no los tebeos fotocopiados, dibujados por aficionados), sino sobre cine basura, principalmente.
Y aquí es donde quería llegar. Enlazo con lo que decía al principio. Con esa perogrullada con la que empecé, diciendo que los blogs de información temática han sustituido a los
fanzines hasta asfixiar el género, destruirlo, hacerlo desaparecer (con contadas excepciones). La cantidad de información ha aumentado, se ha multiplicado geométricamente con la llegada de los blogs, pero creo que la calidad, el romanticismo, la pasión y el cuidado que se ponía en la facturación de
fanzines, ha desaparecido. Los blogs son otra cosa, estupenda, con muchas virtudes, pero en los que apremian las “fechas de entrega”, la espontaneidad y el escribir lo primero que viene a la cabeza; uno siente cierta necesidad de comunicarse lo más a menudo posible con el lector, y lo quiera o no, acaba siendo esclavo del número de visitas que recibe, de las menciones que se le hace en otros lugares. Trabajar en un fanzine en papel, sobre todo un
fanzine colectivo, recortar y pegar fotos del
Noticias del Mundo en casa de los padres de un colega, entre restos de pizza y
Tang, bajar

emocionado a la reprográfica después de leerlo doscientas veces, patearse todas las tiendas del ramo sintiéndose la reina de África (y siendo tratado, generalmente, como un recolector de algodón)... Toda esta pasión se ha perdido. La investigación, el intercambio de opiniones, buscar la información en bibliotecas y en extraños libros extranjeros, ha dejado de tener sentido en la era
Google. Y da un poco de pena.
Además, un blog no huele a nada: el aroma expelido al abrir por primera vez un cutre panfleto con
Linnea Quigley o
Bruce Campbell en la portada y repleto de monicacos garabateados en las esquinas, es incomparable, y nunca se olvida.
Tengo por casa una estantería (otros dos metros, más o menos) repleta de este tipo de publicaciones. Conservo incluso algún ejemplar de históricos fanzines musicales americanos, y números difíciles de encontrar de los
fanzines más añejos de nuestro fandom. Pero esto pretende ser un texto de apoyo y admiración para aquellos que siguen contando sus cosas en papel, precariamente, con pasión y dedicación, erre que erre ajenos a las nuevas tecnologías, y enseñándonos cosas a menudo que nadie sabe de dónde se las sacan. En la próxima entrega (no sé cuándo), así, voy a hablar de los
fanzines que más me gustan. Como ya he dicho, aquellos dedicados a la subcultura, al cine de derribo o al análisis de tendencias. Desgraciadamente, sólo puedo mencionar unos pocos, por limitaciones geográficas, idiomáticas o de edad. Algunos de los que hablaré ya han desaparecido, otros todavía están al pie del cañón; a algunos se les daba por muertos, y al cabo de dos años vuelven a dar señales de vida; otros no pasan de los dos números, pero llegan a arrastrar una leyenda; algunos, sorprendentemente, acaban de nacer, demostrando que donde hay vida hay esperanza. La mayoría tienen alma, personalidad, espíritu propio. Y todos son merecedores de mis aplausos.




