
Este subproducto para el network de telerrealidad ha desatado de forma irracional y desproporcionada mi sentido arácnido, mi norteamericafiliómetro echa chispas otra vez. Las tres primeras temporadas están goteando poco a poco para mí para siempre, y cada dos por tres disfruto de un nuevo y delicioso episodio de esta pareja de saqueadores de objetos, arqueólogos de antiqués (“Cazatesoros”, lo han titulado pobremente en el canal Xplora, donde todavía no lo he pillado doblado nunca; no sé a qué hora lo echan en castellano), que se dedican a viajar por rincones inhóspitos de la América profunda conociendo a rednecks y seres abisales que acumulan porquería en sus graneros, búnkeres, silos y salas de tortura. Un viaje sin desperdicio por la
roadside America visitando montañas de basura inservible.
Sus presentadores, Mike y el Señor Potato con barbas, los dos saqueadores americanos, me caen bastante mal. El primero me recuerda mucho a alguien odioso que conozco, y el de las barbas es más soso que una piedra. Menos mal que ahí está Danielle, la secretaria gótica, a la que da gusto mirar y que a veces también se une a la caza subiendo bastante el nivel.
Además de los dos presentadores anodinos, el show tiene otros dos grandes problemas que lo hacen un poco incómodo de ver, para mi gusto: en primer lugar, el hecho de que todo es falso, que está pactado y trampeado, como sucede con toda la telerrealidad mundial. Los
pickers se acercan a una granja semiabandonada, y aseguran que han parado de casualidad, porque huele a oro oxidado o porque han visto aparcada en la puerta de la finca una motico Indian del año Catapún antes de cristo; suena una música inquietante, un paleto armado asoma por la puerta de su autocaravana, y parece que el encuentro pueda ser accidentado... pero claro, el cámara está rodando la escena desde dentro de la autocaravana, desde detrás del paleto... así que sabemos que todo es mentira, que hace horas ya que se han conocido, si es que no les ha llamado el propio paleto porque es fan del programa y le vienen bien unos dineros. Todo es mentira. La tele miente,
la tele tiene un retraso y todo está preparado. De pronto, en un episodio, están perdidos en algún lugar de la route 46, ven un cartel, llaman al número de teléfono que figura, y al otro lado de la línea coge el teléfono como si nada un paletillo de Paletolandia, Iowa, que casualmente está siendo grabado por un equipo del programa... ¿a quién quieren engañar? En fin, que cuando estos programas pseudo-divulgativos lo disfrazan todo así tan mal, de una forma tan burdamente espectacular en favor del ritmo, de la sorpresa o de lección de historia, a mí me da un poco de rabia.
Y la otra cosa que me da rabia es que los troncos estos sean tan inmorales, tan desalmados y tan jodidamente usureros. Que van a casa de una vieja moribunda y le regatean los céntimos por un cartel original de un Dinosaurio Sinclair, y al final del bloque nos explican, sin contemplaciones, como si tal cosa, que ese cartel que han comprado por 13 dólares lo van a revender a un coleccionista por mil cuatrocientos. Y se quedan tan anchos. Incluso a veces les dicen a los acumuladores de mierda que ese álbum de fotos paleolíticas, ese pasador de corbata que perteneció a Jebediah Zebediah Springfield o esa jukebox está destartalada, los van a guardar para sus nietos, que son muy fanes, que su tatarabuelo tenía una igual... y es todo mentira: enseguida explican que le van a sacar unos mil pavos limpios a todo. Jodíos judíos.
Otro aliciente es que, con la excusa de que esto se emite en el bizarrísimo Canal de Historia, las transacciones vienen acompañadas de información sobre los objetos, orígenes, período de fabricación, etc., sacada abiertamente de la Wikipedia.
Dicho todo esto, y a pesar de todo, soy el fan número uno de este jodido programa, mi favorito ahora mismo de toda la parrilla televisiva universal junto con
Drive-ins, diners and dives y la FIFA Eurocup que echan en Mediaset Sport S.L.
De los (pocos) episodios que he podido ver hasta el momento, me gustó mucho un Especial Guerra Civil, en el que, para variar, en lugar de estar regateando a los rednecks para aprovecharse de su circunstancia y tomarles el pelo, toda la búsqueda la hicieron (supuestamente) para alimentar el fondo de un museo de historia militar sobre la batalla de Gettysburg en Pennsylvania. Viajan de granero en granero acumulando banderines, rifles, sables confederados, cantimploras, documentos, etc., con una (supuesta) coartada histórica y filantrópica.
Pero en general, los programas no son temáticos aunque los subtitulen y organicen. Si acaso, la temática de cada episodio es geográfica, mapeando zonas rurales remotas. Pero a veces se centran, más o menos, en comprar (y revender) basura a partir de un tema: carteles de hostelería y alimentación, motos y su circunstancia... Como el especial que hicieron titulado Pinball-mania, donde se pillaron un futbolo de muñequitos de hockey por el que yo hubiese dado un riñón, y saquearon también la buhardilla de una familia de feriantes del circo Barnum retirados.
Cada vez que el carroñero de barbas (Frank) y el buitre espigado (Mike) abren la puerta de un garaje, de un hangar, de una alcoba, siento como si a través de la pantalla me llegase el olor a rancio, a cerrao, a moho, a maravilla añeja. Algunos paletillos tienen la basura ordenada en vitrinas, son verdaderos coleccionistas adinerados que dan salida de forma organizada a su Diógenes, cuyos graneros de pesadilla se parecen más al Popland de Argüelles que a un silo en mitad de Lanada, Milwaukee, a ochocientos kilómetros del siguiente ser vivo más cercano. Otros sin embargo acumulan montañas y montañas de polvo, mobiliario, cartelería, pedazos oxidados de motos y coches, brazaletes de vaquero, pantalones de payaso de circo, vasos de Happy Meal de los años cincuenta, el cabás que usaba Lincoln en Primaria, juguetes de latón del siglo I, varios kilos de polvo con la forma de la bicicleta de Buster Keaton, pilas de periódicos de la colección particular de Annie Oakley, la pitillera de Liberace, un muffler man que reventaría la máquina del carbono 14, etc.
A algunos de los personajes que visitan quiero conocerles yo antes de morir, cuando me haga rico y haga realidad mi sueño de pasar un año viajando a dedo por el Cinturón de la Biblia. Estos días estoy yendo más que nunca a las chamarilerías del rastro, y les regateo a los gitanos los bolsilibros y los juguetitos de plástico roñoso hasta que me sacan la garrota y me voy.