jueves, 29 de septiembre de 2011

Yoyoyo Acapulco - The pleumeleuc experience (2011)


Yoyoyo Acapulco son un cuarteto noruego de pop näif, delicado, de letras estúpidas y despreocupadas, embadurnados de indie, un grupo de esos a los que hubiese deseado una Mili e ignorado, de no ser porque me los recomendó hace poco mi amigo D.; y yo soy de esas personas que atienden a las recomendaciones y procuro escuchar cosas que a priori me repatean, sin prejuicios, en estos tiempos en los que todo el mundo es DJ pero nadie escucha música. El líder de Yoyoyo toca un ukelele blanco, y el resto del minimalista acompañamiento de las canciones de su disco de debut consiste en un ritmo pregrabado de casiotone por aquí, una línea de bajo por allá, un kazoo o una percusión estándar de vez en cuando. Pop facilón, antifolk colorista, simpaticote, ligeramente molesto pero que tengo que reconocer, con la boca pequeña ahora que no me escucha nadie, que no me disgusta. Al fin y al cabo son noruegos. Después de un atracón de Moldy Peaches y del moderado éxito con su single F-word, publican este disco largo que ya me he escuchado más de dos veces, y que contiene temas bastante majos como mi favorito, Strange word desire, que contiene un homenaje muy simpático a Chris Isaak y un ritmo irresistible. Lo mejor del grupo es la voz del cantante y ukelelista, Arne Martin, y las continuas referencias por el estilo a otras bandas como The Velvet Underground (Winter games), The Strokes (CK) o Pavement (Krooked). Otros temas destacables son Facial, un llenapistas post-new wave, o O.K., un experimento con ruido de once minutos y medio donde emulan a Sonic Youth con instrumentos de juguete.

Australia's naughtiest home videos


A través de esta lista que encuentro en uno de los mejores blogs del mundo, llego hasta la historia de Australia's naughtiest home videos, un programa emitido el 4 de septiembre de 1992 en el canal 9 australiano, interrumpido en plena emisión por el director de la cadena debido a las quejas de la audiencia, y que pasa por ser una de las emisiones más incorrectas de la televisión generalista. Al menos, hasta hace algunos años: ahora es normal encontrarse en primetime con shows sobre operaciones a corazón abierto, concursos de pedos o medirse las pollas, e incluso con Telecinco. Pero la emisión de este programa, por lo visto, es un hito de la televisión antípoda. El concepto era muy simple: un especial con aquellas cintas enviadas por los videoaficionados al sempiterno Australia's funniest home videos (versión transoceánica del clásico Videos de primera que hay en todos los rincones del mundo), que debido a lo explícito de su contenido, no podían ser emitidos en el programa madre. Sólo dios sabe qué clase de películas graba la gente en su casa, y decide enviar a los programas-concurso de videos televisivos. En este especial, fascinante (obviamente) más por la historia que lo rodea (provocó el despido y la caída en desgracia de su presentador, Doug Mulray) que por el contenido en sí.
Cabe aclarar que finalmente, en 2008, el programa fue recuperado y emitido completo. En su emisión original, al cabo de 17 minutos un mensaje anunciaba problemas técnicos, se interrumpía la emisión y repentinamente comenzaba un capítulo de Cheer's. El programa tiene la estructura clásica universal de este tipo de popurrís de imágenes de espectadores: un presentador graciosete que da paso a los videos en diferentes bloques temáticos, y los videos acompañados de un narrador y efectos sonoros (bocinas, sirenas, derrapes...) que amortiguan y maquillan el drama emitido. Pero en este caso, todas las escenas de caídas que vemos acaban con el protagonista enseñando el culo. Asistimos a escenas de dulces niñitas siendo acosadas sexualmente por perros empalmados. Dulces niñitas manoseando el escroto a un canguro. Escenas de strippers repugnantes asfixiando con las tetas a un desgraciado durante su despedida de soltero. Gente fornicando en plena calle. Faldas levantándose o rompiéndose en público, niños cagados caminando como un compás, todo tipo de fauna en pleno éxtasis sexual, tipos levantando pesas con el pene... En definitiva, un carrusel de incorrección light muy simpático.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Jan - Superlópez nº 56: El virus Frankenstein (2010) / 57: El mundo de al lado (2010)


A estas alturas de la película, no sé quién es el potencial comprador y lector de Superlópez, pero intuyo que somos principalmente mi generación (y si acaso nuestros hijos): una caterva de treintañeros nostálgicos que sentimos hacia Jan un apego, una deuda, una ilusión y una fidelidad casi paternofilial. Seguimos acordándonos a menudo de las tramas y los diálogos que escribía Efepé y que Jan dibujaba, e incluso habrá quien aborrezca de alguna etapa del personaje. Yo sigo pensando que todos los álbumes de Superlópez son interesantes, y de una calidad extraordinaria, pese a sus tics, a su creciente y creciente afán pedagógico y su obsesión con el medioambiente. En unos álbumes resulta más pesimista, cínico, vitalista o esperanzado que en otros, pero el mensaje ya siempre está ahí, y siempre lo estará. Probablemente ya no veremos a Superlópez pegándose de tortas contra otros superhéroes surrealistas, ni enfrentándose a seres mitológicos, sino que cada nueva amenaza estará invariablemente relacionada con el daño que el progreso y la estupidez humana causan a nuestro planeta. Un mensaje ecologista, trascendentalista y enmarcado en el realismo filosófico, que a quienes tenemos los codos pelados de tanto leer y releer historietas de la vieja y entrañable Bruguera, se nos atragantan un poco. Pero el personaje de Superlópez tiene casi 40 años, no hay que olvidarlo, y es normal que el autor evolucione, y que quiera darle un sentido a su obra que la perpetúe, la adapte a los gustos de los jóvenes contemporáneos, y la dote de sentido, que sea una herencia útil que legar al mundo.
En el siglo XXI, algunas de estas obras de corte "social" de Jan se me han hecho realmente cuesta arriba. "Hipotecarión", "Politono Hamelín", "La feria de la muerte" o "El gran botellón" abusan de ese tufillo ecologista, condenatorio, disuasorio casi. Pero que nadie se lleve a engaño, porque su etapa "Pikágoras" está más que superada, y gráficamente estamos ante el esplendor del Jan artista, y sus viñetas no tienen nada que envidiar a la Era Dorada del barroquismo jacovittiano de "El Señor de los Chupetes" o "Laszivia". Y además, Jan sigue contando historias repletas de fantasía, que nos transportan a lugares imaginarios de una estética impecable. Incalculables son ya la cantidad de razas, especies, ciudades, planetas, sociedades, grupos sociales, estilos arquitectónicos, pictóricos, etc. que se ha inventado Jan, cada uno con su particular idiosincrasia, su estética, sus vestimentas, personajes, incluso lenguaje propio. Jan sigue siendo ese demiurgo que rompe fronteras y sigue sorprendiendo formalmente en cada nueva entrega. Y las aventuras de Superlópez siguen siendo un derroche de imaginación difícil de igualar, destacando, para quien no esté al día de sus historietas, obras maestras como "El patio de tu casa es particular" (donde Jaime y Superlópez atraviesan un vórtice en mitad de la Costa Brava que les transporta a la Catalunya carlista más bizarra), "La casa amarilla" (asombroso, hermosísimo homenaje a Van Gogh), "En busca del templo perdido" (puro folletín de aventuras ambientado en Madrid), "La biblioteca inexistente" (un álbum que podría haber publicado perfectamente en tiempos de "Al centro de la tierra")...
En el caso de "El virus Frankenstein", estamos ante una historia costumbrista, sin salir de Bilbao y "Parchelona", en la que tenemos una conspiración urdida al alimón por un extraterrestre (el Dr. Mengelele, rescatado de "Tras la persiana..."), Refuller D'Abastos y el Profesor Escariano Avieso, para enriquecerse a costa del cuento chino de la OMS y la gripe A de los cojones. Aprovechando la Patraña que se ha gestado a nivel mundial, inventan una cura que les sale por la culata, y convierte a quien la consume en un monstruito verde con la boca enorme. Es una de esas historietas más infantiles, didácticas y moralistas, cuyo principal acierto es el diseño de los afectados por el virus, que atiborran los bordes de las viñetas marcando las elipsis, un recurso que hacía años que no utilizaba. Visualmente la historieta es correcta (aunque todos los elementos sorprendentes están en la portada...), y el argumento se podría haber reducido a diez o doce páginas.
"El mundo de al lado", sin embargo, es una de las de cal. En pleno picnic por Banyoles, Juan López se despista y se encuentra un monumento en mitad de una rotonda, con forma de puerta. Gracias a sus superpoderes la abre, y aparece en una dimensión paralela a la nuestra, donde los recursos se han agotado del todo y toda la humanidad lucha por la supervivencia, en busca de un pórtico espaciotemporal que les lleve a nuestra propia dimensión, donde se supone que aún quedan recursos para algunas semanas. Una vez expuesto el mensaje ecologista, Jan despliega todo un universo inspirado en "Mad Max", con punkies marginales parásitos que ni trabajan ni buscan comida (nininis), magistrados crueles que se atiborran y tienen sometida a toda la población, soldados futuristas, sabios que habitan las estaciones de Metro abandonadas, paisajes desolados, decadencia social... Superlópez recorrerá el universo paralelo, presentando a un puñado de personajes inéditos y tratando de poner orden al caos post-apocalíptico de ese mundo vecino mimético en que se refleja nuestro presente.
Uno de los elementos que más llaman la atención del Jan del siglo XXI, es su costumbre de colorear los fondos con tramas, en lugar de colores planos, y añadir fotografías en las viñetas donde aparecen televisores, pósters, marquesinas, pintadas en las paredes, etc. Una vez acostumbrados al el extraño efecto que provoca esto entre sus narizones y decorados de siempre, el invento permite una relectura de los quince o veinte últimos tebeos de Superlópez que se convierte en una búsqueda no sólo de petisos carambanales, sino de referencias y detalles que pasan desapercibidos a primera vista. En "El virus Frankenstein", por ejemplo, sale el Capitán Hispania, 30 años después. Qué bonito...

Gente Pez (Jorge Iglesias, 2001)


No había visto hasta ahora este intento de muestrario generacional malasañero, y qué falta me hacía. Sobre el guión probablemente esto tenía cierto sentido, y gracia, e incluso se plantearía como un retrato necesario de ese periodo de entreguerras que sufrió el barrio. Pero la puesta en escena es floja, idiota y ha envejecido dos décadas en estos años. Lo peor de todo es el protagonista, un miniyó del cantante de Revólver que me la juego a que no había actuado nunca ni lo volvió a hacer. Luego la cosa va de unos coleguitas que comparten piso en la calle del Pez y hacen cosas muy de abuten, no pagan sus deudas, montan aburridísimas fiestas, se la juegan a sus inquilinos y acaban quemando el piso de su abuela. Hablan del Tupper, sale el barrio, suena pop noventero y casi follan. Pues vale. No es la peor de esta traza que he visto, supongo que estas españoladas contemporizadoras de bajo presupuesto tendrán su público y le entretendrán a alguien más que a sus artífices, pero a mí no.

La máquina de follar (Charles Bukowski, 1974)


No leía una línea de Bukowski desde BUP. Convertido en arma arrojadiza, casi en un insulto, un nombre con el que compulsar a otro escritor con desprecio y mofa a poco que éste escriba "polla" dos veces o cuente que se ha pillado un pedo por ahí; Bukowski, al menos en España, es un meme, un superventas que se sigue leyendo en secreto. Epítome del viejo verde, borracho, salido y pendenciero, confieso que yo mismo lo tenía por lectura de adolescencia. Me regaló esta edición tan mona Sara hace tiempo, un día que estuve saqueando su casa, y el otro día lo cogí y me lo leí del tirón, y me descojoné de la risa. Que conste. Qué fácil es menospreciar a este gran hombre desde la wifi, qué juventud tan desagradecida y acomplejada la nuestra, con lo que Bukowski se desnudó y se vació para nosotros, sin esperar nada a cambio. Cuánta pureza, cuántas risas, qué mal huele lo que cuenta en estos cuentos y qué poco le importaba todo. Qué estoicidad. Qué ejemplo para las nuevas generaciones. Y qué gusto da leerle, y decirlo abiertamente. Me voy a leer otro pronto, os jodéis.

El club de los suicidas (Roberto Santiago, 2007)


Me encantó esta película cuando la vi en su día, y una tarde de estas tontas me la puse otra vez a ver si es que estaba enamorado o drogado la primera vez; y sin embargo, confirmo que esta película me gusta. Que "para ser española, no está mal", y que de hecho es entretenida, redondita, misteriosa, intensa. Lo que menos me gusta es los golpes visuales que le robaron a "El club del suicidio" (2002), que es como se tituló aquí el tremendo, impactante gore de Sion Sono, esa silueta humana pintada en la acera como presagio y símbolo de la locura que atenaza a la sociedad toda en la japonesa, y que aquí sirve para desencadenar los créditos de apertura. Las similitudes con la versión japonesa, claro, no son muchas más. Ésta es una comedia española (pero en serio que se deja ver, lo juro), dirigida además por el recién consagrado autor de "El penalty más largo del mundo" (una estupidez mainstream a mayor gloria de todas y cada una de las estrellas televisivas del momento), que inspirada en la novela homónima de R.L. Stevenson (que además tienen el detalle de citar y mostrar) recrea cómo un grupo de desesperados incapaces de quitarse la vida por sí mismos, que se conocen en una terapia y deciden formar el club de marras y jugarse a suertes quién mata a quién cada semana, para irse quitando de enmedio poco a poco. Y poco a poco la comedieta se va oscureciendo hasta apagarse y tornarse una tragedia negrísima, visualmente hermosa y plagada de actuaciones asombrosas. Lo juro, que así es como la percibo. Es una de esas películas españolas, una cada dos o tres años, que de alguna manera me seducen y me atrapan. El portero de Aquí no hay quien viva está estupendo, y Luis Calleja y Juamna Cifuentes impresionantes, igual que Lucía Jiménez, Clara Lago y Cristina Alcázar, que además están muy buenas y no enseñan teta ni falta que hace (también aparece por ahí Manuela Velasco, qué más queremos). El triángulo amoroso de rigor en el cine español pasa desapercibido, es algo circunstancial y apenas se utiliza para el chiste final, cuando la trama se endereza y (no destripo nada) los personajes principales sobreviven, faltaba más. Algo tiene esta película que me turba, me emociona y me enternece, y me parece un espejismo en la comedia española de los cojones, que generalmente me saca de mis casillas. La archivaría en algún lugar entre el cine de Santiago Lorenzo y Álex de la Iglesia, ahí en medio entre el costumbrismo bizarro, el absurdo, el genio y la acción pura y dura de espíritu yanqui.
Después de ésta, Roberto Santiago rodó "Al final del camino", que dejo constancia de que me la vi también el otro día a ver si había algo, y menuda decepción. Pese a contar con casi el mismo reparto (sumando a Malena Alterio) y un mensaje esperanzador similar, ésta es una chorrada que no hay por dónde cogerla, que da vergüenza ajena y se basa en un guión ridículo y deslabazado, donde todo da igual mientras se haga camino hacia Santiago al andar.

lunes, 26 de septiembre de 2011

El jardinero nocturno (George Pelecanos, 2009)


El folletín sarcástico Público traía hace unas semanas, por 2,50 euros más, la novela más famosa de Pelecanos, uno de los escritores de novela negra y hardboiled contemporáneos más conocidos, y a la sazón famoso por ser "el de The Wire", uno de los guionistas estrella de la dichosa serie (y también guionista estrella de The Pacific, de Treme y seguramente también de los próximos mil pelotazos supra-testosterónicos de HBO). Alguien me la recomendó vivamente, y me tuvo atrapado exactamente durante dos días, dos días con la novelita como accesorio estético de aquí para allá, bien atento al negro sobre blanco, tratando de ayudar a Gus Ramone y el resto de ioputas del Departamento de Homicidios de la policía de Washington D.C. a desentrañar el misterio del "jardinero nocturno". Éste no es otro que un asesino serial que sodomizó, dio muerte y a continuación arrastró hasta un jardín de zona residencial a tres adolescentes en 1985, adolescentes cuyo único crimen había sido ser bautizados con nombres palíndromos y vivir entre negratas. La novela arranca y termina en 1985, pues. Allá conocemos a Gus Ramone, el protagonista, un madero casado con una negra y con un hijo que ahora, veintialgo años después, es un adolescente negrata aunque no palíndromo; a Dan Holiday, que por entonces era su compañero de patrulla (ahora Gus hace la ronda con una mujer llamada Rhonda [risas]; y Holiday conduce limusinas y se pone fino a vino), ambos recién llegados a las calles; y al legendario detective Cook, quien se encargó del caso irresuelto en los ochenta, y que a día de hoy, por supuesto, está obsesionado con el asunto, al hilo de dos nuevos asesinatos en D.C. con similar modus operandi. Holiday y Cook, ya retirados retomarán su relación dos décadas más tarde al margen de la ley, mientras que a Ramone le asignan el caso. Alrededor de los tres personajes irán apareciendo otro buen montón de maderos, profesores de institito, adolescentes, compañeros de barra de Dan Holiday, sospechosos, gentuza... Un incesante namedropping que es lo que me pone más nervioso de Ellroy y de la novela negra norteamericana en general. También me cargaron un poco las descripciones someras y aleatorias de todos los escenarios, donde Pelecanos hace uso de una especie de "sandwichera automática de descripciones vagas y directas" (supongo que un gaje de su labor como guionista de televisión). Pero como decía al principio, estuve absorto en la lectura durante esos días días libres míos, abierta a un palmo de mi cara sin soltarla allá donde fuera como si fuese Eddie Murphy fiel al vaso de agua hacia la daga de Ajanti, así que conseguí no perderme ante el despliegue de nombres de jodidos policías y otros ciudadanos sin personalidad ninguna, y que de paso no se me hiciera pesada la novela, sino estimulante y entretenida. Como curiosidad, diré que en la última página, encima, se hace referencia a "Evil live", palíndromo él, uno de los discos favoritos del asesino, y también de mí.

martes, 13 de septiembre de 2011

La flor de mi secreto (Pedro Almodóvar, 1995)


Con ésta ¡Peeedrooorl! quiso rendir homenaje al respetable género de la novela rosa y picante de kiosko. La protagonista de la historia es Marisa Paredes, genial, que secretamente, en lo profundo de su flor (?), es la escritora destajista Amanda Gris, y fuera de la flor está más sola que la una, porque su marido es un importante militar destinado en Bruselas que encima le pone los chuflos con su mejor amiga, como sabremos más adelante. En éstas conocerá a un editor de El País, el Juan Echanove noventas, post-"pedete lúcido", fondón y borrachín, que al menos le hace compañía y la ayudará a salir adelante en mitad de esta crisis (incluso, trabajando como negro de su admirada Amanda Gris; o sea: de Negro de Gris). En casa de Marisa trabaja como interna una anciana muy salada, que resultará ser una extraordinaria bailaora, formando pareja con su hijo Joaquín Cortés, que tiene un papel la mar de simpático. Por ahí también está la hermana de la protagonista, Rossy de Palma, que vive con la madre de ambas, Chus Lampreave. La pareja cómica De Palma-Lampreave son una delicia, lo mejor de la película. El conjunto de personajes y situaciones conforma una historia correcta y entretenida, sin más, llena de guiños al arte de la literatura femenil popular, y donde Pedrito ya fue dando pistas de alguna de sus obsesiones más presentes en su ultimísima etapa: el regreso de la Capital al pueblo natal (que aborda abiertamente en "Volver" y creo que también en "Todo sobre mi madre", aunque ésta todavía no la he visto), la idiosincrasia y la profunda soledad de la MILF, el conflicto edípico... Siguen omnipresentes la telebasura ("Kika", creo, se sumerge en ello sin ambages, pero en todas o casi todas las pelis posteriores que ya le he visto hay al menos una escena de mesa-camilla telebasuril), el cutrelux, el Madrid bohemio, el puñetero trianguloamorosismo, el pop-art llenando cada rincón de las paredes, y todo eso. Y ahora no me acuerdo, pero en ésta hay varios detalles que recuerdan bastante a otras películas, como la escena inicial donde se hace alusión a una mujer en estado comatoso como en "Hable con ella", y varias cosas así que, insisto, he olvidado, que no estaba yo muy perspicaz ayer viendo esto, que los lunes son mis domingos y suelo estar medio muerto. Una peli maja, simpática, noventera hasta la médula, con personajes bastante menos histriónicos y marginales de lo habitual, que casi, de no ser por la intensidad, la música, los planos experimentales y las caricaturas humanas del reparto de secundarios, podría pasar por una comedieta de Trueba, Martínez Lázaro o Antonio del Real. Todo bien.

La ley del deseo (Pedro Almodóvar, 1987)


Mi revisión absurda, compulsiva y desordenada de la filmografía de ¡¡Pedrooorlg!! me lleva peligrosamente a mediados de los ochenta, a los estertores de la Jodida Movida Madrileña, y a una película homosexualísima sobre un triánguloamoroso masculino formado por un exitoso escritor (de performances y estupideces propias de la Movida) interpertado por el estupendo Eusebio Poncela, y dos groupies a los que pone el culo como la bandera de Japón por turnos, en secreto: Micky Molina y un Antonio Banderas imberbe, virgen en sodomía y que se enamora del famoso hasta el tuétano, hasta que se masca de hecho la tragedia. Un folletín homo un poco enervante y aburrido, que ni bajo arrobas de colorín, brillantes diálogos y exceso consiguió trascender mi legendaria paciencia. Lo más interesante, Carmen Maura, como siempre de bien, y la niña, una niña muy mona y que es la que mejor actúa de todos, que luego creció y se convirtió en el mito sexual Manuela Velasco. Lo menos interesante, casi todo lo demás. Desde la portada de Ceesepe que ya me provoca un poco de comezón, a todas las cosas que les pasan a esos ciudadanos de la Movida que ni me van ni me vienen. Supongo que fue una película valiente para su época, pero a mí ayer me produjo eczemas.

La boda de mi mejor amiga (Paul Feig, 2011)


Otra comedia gamberra con el sello de Judd Apatow, dirigida por Paul Feig (director de series de televisión como Freaks & geeks —Jake Kasdan, director de "Bad teacher", estuvo al frente del rodaje durante casi toda la serie; Feig se encargó sólo del último y decepcionante episodio—, Arrested development, Sabrina, etc.) e injustamente encasillada como divertimento exclusivo para amas de casa, que me ha gustado bastante. El principal motivo, por supuesto, es Kristen Wiig. Resplandeciente, sin fisuras, comedida, guapérrima. Ella es la protagonista central, aunque luego aparezcan las otras mariliendres del cartel, el grupo de damas de honor dispuestas a ofrecerle a Maya Rudolph la peor pre-boda imaginable. Kristen Wiig es una loser de campeonato, la mejor amiga de Maya, y aquí la cosa va de celos, en el momento que entra en escena Helen (la escultural Rose Byrne), una pija atolondrada que puja por el puesto de mejor amiga. A Kristen Wiig le va todo fatal, y la envidia y los celos la corroen. Como en toda comediarromántica que se precie, tiene un pretendiente encantador, que mataría por ella, el magnánimo agente de policía interpretado por Chris O'Dowd. La presencia de Chris O'Dowd o del maestro Matt Lucas aportan a la película una buena dosis de cachondeo y negrura british, y dejan bien claro que esto no es un remedo, ni siquiera una parodia de "Sexo en Nueva York", sino un desfile de incorrección, slapstick, desastre y humor grueso. No es un Apatow corriente, es cierto que el espectador al que va dirigido esto es femenino, con sus chistes sobre vestidos de boda y los tejemanejes de la jodida comandita con la machorra gordita (lo siento, pero digo no a Melissa McCarthy, que me ha resultado cargante de principio a fin) y las otras mujeres-florero, pero probablemente espantará a las manadas de ancianas y amas de casa que se acerquen a verla. Es una buddy movie extraña, larguísima, pausada, que yo me tuve que ver en dos días, pero Wiig lo vale. Sorprendente y entretenida, con sus dosis de nostalgia, romanticismo, loserismo y superación, para la aficionada media al SNL pero también para sus parejas.

Bad teacher (Jake Kasdan, 2011)


Elizabeth Halsey (Cameron Díaz) es un pibón que nadie sabe cómo ha llegado a maestra de una escuela de secundaria de Illinois, y pasa un año sin pena ni gloria, haciendo del trabajo en el colegio un simple pasatiempo mientras seduce y se casa con un millonario. En ese momento abandona las clases, y se dedica enteramente a despilfarrar la fortuna de su marido y fumar marihuana a escondidas. Pero ese mismo verano, el marido se entera de que sólo le quiere por su dinero (obvio), la manda a tomar por saco y Elizabeth no tendrá más remedio que volver a las clases. Su segundo año en la escuela JAMS es un quebradero de cabeza. Cameron odia dar clase, y se limita a poner películas a los alumnos durante todas las horas lectivas, mientras se duerme o se atiborra con las botellitas de whisky que esconde en el doble fondo de un cajón del escritorio. Ni siquiera se sabe el nombre de ninguno de sus colegas del claustro, ni mucho menos de los alumnos con quienes compartió todo el curso anterior. Ni le importa lo más mínimo. Ahora su único objetivo es ponerse unas tetas más grandes, y es que es verdad que Cameron Diaz está un poco plana. Necesita 9000 dólares como sea, y su sueldo es una miseria.
Hay un nuevo profesor en la escuela, un adinerado, atractivo y bastante imbécil Justin Timberlake, a quien pronto Cameron tratará de encandilar. Tarea difícil, porque el apuesto maestro se está quedando prendado de Amy Squirrel (Lucy Punch, "Hot fuzz" o "Conocerás al hombre de tus sueños", que aquí está increíble), la profesora perfecta, agradable, eficiente, cariñosa, divertida y tonta de capirote. Y por ahí anda también Jason "Marshmellow" Segel, el profesor de gimnasia, un encanto, que está enamorado de Cameron pero por supuesto ésta no sabe ni que existe. La troupe de profesores es un despropósito fenomenal. Ahí está la gordita acomplejada, el hippie cachondo (Dave Allen, el director del instituto de Freaks & geeks, genial, en un papel parecido pero más comedido y puntual), la ardilla insufrible Amy, el director estúpido amante de los delfines... Y la pandilla de chavales que intentarán acercarse a la macarra de la profesora cañón, que sólo piensa en sus nuevas tetas. Estupenda, incorrectísima y gamberra, comedia de desastres, palabrotas, apología del consumo y el poder de las tetas gordas, sorprendete Cameron Diaz a quien creía haber perdido para siempre en su mejor papel desde "Algo pasa con Mary", me lo pasé pipa.

Carne trémula (Pedro Almodóvar, 1997)


La tercera película de Almodóvar que veo en mi vida, la que más me ha gustado. Antes del desembarco definitivo en el corazón de España con sus películas para ser abrazadas por todos los públicos, sin aristas y saturadas de sensiblería y drama social épico, nos contó esta historia sobre un triángulo amoroso (sinónimo de "cine español") que comienza negrísima, con una escena de acción policial en la que conocemos a uno de los protagonistas, Liberto Rabal, encarcelado injustamente cuando visita a la prostituta Francesca Neri y el lugar es asaltado por dos policías, Javier Bardem y Sancho Gracia. Se produce un tiroteo, y Bardem queda atado a una silla de ruedas.
Cuando Liberto sale de la cárcel, seis años después, Bardem es un exitoso deportista paralímpico casado con la Neri, y Sancho Gracia sigue siendo un policía corrupto y alcohólico, casado con la misma Ángela Molina que le ponía los cuernos con todo cristo. Liberto se tomará su venganza paso a paso, acercándose, seduciendo y pinchándose a ambas mujeres, desencadenando la tragedia.
La película arranca en 1977, con el nacimiento del bebé Liberto, del vientre de una joven y desgraciada Penélope Cruz en un autobús de la EMT. Tras salir de la cárcel, Liberto acabará viviendo en una casa prefabricada en la Ventilla (cuando la Ventilla era la Ventilla, claro, no ese pulcro ensanche de la Castellana que quieren vendernos ahora). A caballo entre el cine quinqui, el culebrón femenil amoroso (está basada en una novela de Ruth Rendell, ahí es nada) y el drama mainstream, con sus buenos apuntes friquis de ¡Pedrooo! (los tebeos de Spiderman, el cromo de la Pandilla Basura, las camisetas de Taz que parece que promocionaran el film), el drama se va desgranando y la venganza se resuelve correctamente, uno desea que pierda el pobre Bardem, impedido en la silla de ruedas y el caracartón de Liberto se quede con las dos zorras, o al menos con la más joven y guapa, como así sucede, vive dios.

Volver (Pedro Almodóvar, 2006)


Si ir al cine a ver la nueva de Almodóvar cada dos años ya es un liturgia española tan establecida como comprar en IKEA o tener un torito de raso sobre la tele, con "Volver" esto ya se convirtió en pasatiempo obligatorio, en ritual inamovible. Almodóvar dejó de ser oficialmente el director marica de las pelis de putas y travelos suicidas haciendo cosas raras, y se convirtió en nuestro realizador por antonomasia. Todavía hasta el final del siglo XX era un outsider, cuyas películas se veían de tapadillo no fuera que saliera Divine comiendo cacas o cosas peores, pero después de esta Pedro ya es aclamado unilateralmente, es tan nuestro como las migas. Ni siquiera La Otra España, la que apedrea a "los de la ceja" le desprecia. A Penélope Cruz no la soporto, la evito en la medida de lo posible, pero reconozco que a las órdenes de Pedro da gusto verla, y todo. Comedida, chabacana, chiquitita, hipersexual, jamona de extrarradio, el papel le viene al pelo. Excepto en la escena famosa, cuando hace karaoke con el Volver de Gardel interpretado por Estrella Morente, el resto del tiempo no sentí ninguna vergüenza ajena mirándola. La película es estupenda, con asesinatos, una puta majísima, la vida en el pueblo, Carmen Maura, Chus Lampreave y Blanca Portillo magistrales, un canto a la nostalgia de la vida rural y un derroche de sentimentalismo y condescendencia bastante refrescante, que no rechina entre tanto colorido. Las historias de Almodóvar funcionan sobre todo por lo bien que escoge a los actores, a nuestros actores, que sorprende las mierdas que hacen luego a las órdenes de otros. Y por la cuidada selección musical, fascinante. Tanto los temas ajenos que suenan en el momento justo, como la música incidental de Alberto Iglesias, absolutamente maravillosa. Segunda peli de Almodóvar que veo en mi vida, y sigue siendo exactamente lo que me esperaba. Todo correcto.

Hable con ella (Pedro Almodóvar, 2002)


Sucede que nunca, jamás, había visto una película de Pedro Almodóvar. Lo confieso. Podía vivir con ello, sabiéndome bien todas las películas de Almodóvar y pudiendo hablar de ellas sin haberlas visto, formarme una idea del cine de nuestro Cliché Manchego Universal; pero tampoco había ningún motivo para no verlas. No tenía ni tengo nada en contra del sello Almodóvar, simplemente no me había puesto. Si había visto alguna, no lo recuerdo, estoy casi seguro de que no. Era virgen en Almodóvar, repito, lo digo abiertamente y ya está. No pasa nada. Tampoco voy al Museo del Prado aunque lo tengo ahí al lado, ni tengo foto delante de la Puerta de Alcalá, ni voy a Valencia a comer paella ni pido sangría ni nada de eso. Con Almodóvar, creo, me pasaba un poco lo mismo: sé que venden bocadillos de calamares en la Plaza Mayor, pero no voy a por ellos. Almodóvar estaba ahí y siempre estará, y necesitaba armarme de valor y paciencia y verme sus historias cualquier día, y ese día ha llegado. Me metí entre pecho y espalda siete de sus películas estos días, y seguro que cae alguna más, porque daño no me está haciendo. Lo que no voy a hacer es enrollarme mucho tampoco. Las estoy viendo, hago acuse de recibo, y ya.
"Hable con ella" me ha entusiasmado. Javier Cámara es un enfermero y un jodido inadaptado, virgen, de opción sexual indefinida, que vive con su madre hasta los cuarenta y tantos hasta que ésta fallece, y como no tiene nada que hacer empieza a vivir un poco. Y el destino, más o menos, hace que la mujer de la que está psicóticamente enamorado (Leonor Watling) desde hace años, caiga en sus manos, en coma, y le toque la papeleta de cuidar de ella en su cama del hospital practicamente 24 horas al día. Antes del accidente de ésta, Javier Cámara había tenido un par de conversaciones con ella, y ahora está tratando de abandonar la profunda soledad en la que andaba sumido y vivir su vida, la de ella, aficionándose a las cosas de ella: el baile, el cine mudo del Doré. Por otro lado está otro perdedor solitario y en declive, un periodista (Darío Grandinetti) que justo cuando está empezando una relación con una mujer torero (Rosario Flores) ésta tiene otro accidente y queda sumida en un coma profundo, en el mismo hospital, dos habitaciones más allá de la de la Watling. Cámara y Grandinetti forjarán una estrecha amistad, unidos por sendas mujeres en estado vegetativo. Todo es hermoso, lo justo de mariquitiqui, un tsunami de dramas y sentimientos. Las tetas de Leonor Watling aparecen en una escena de cada cuatro, y los flashbacks van conformando un puzzle claustrofóbico y asfixiante que por supuesto terminará en tragedia griega. Javier Cámara está soberbio, él y las tetas de Leonor hacen de ésta una película magistral y absorbente. Le doy un 8 o así.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Primus - Green Naugahyde (2011)


Primus fue una de mis bandas de cabecera en la adolescencia, soñaba con Les Claypool, llevaba sus camisetas a clase y eran un secreto, en mi clase nadie les escuchaba y tuve que ir a verles en directo (junto a Sobrinus) con unos totales desconocidos. Pero hay un antes y un después en Primus, y el abismo, en mi opinión, lo empezó a horadar "The brown album" (1997) y lo perforó "Antipop" (1999), un disco metalero, chicharrero y aburrido (pese, o quizá debido a la presencia de James Hetfield, Tom Morello, Fred Durst, Stewart Copeland o Tom Waits) que les hizo dar el salto definitivo de la granja de paletos de cachondeo en la que habitaban, a la portada de la Kerrang!, para siempre. Primus era un excelente grupo de rock que mezclaba funk, el espíritu de "Animals" de Pink Floyd, los Residents, Peter Gabriel, Faith No More, Ugly Kid Joe, stop-motion en plastilina, himnos redneck, historias fabulosas sobre pescadores en mares de queso y refrescos para cerditos, antihéroes, vaudeville, pantomima, circo ambulante, violonchelos, melotrones, armónicas, magia, falsettos, desparpajo. La trilogía formada por "Sailing the seas of cheese", "Pork soda" y "Tales from the punchbowl" forma una obra maestra incomprendida y largamente subestimada. Luego Primus se volvieron un rollo macabeo, apenas un recuerdo soterrado de lo mejor de los años noventa. Claypool se formó entonces una extensa carrera en solitario (o junto a Buckethead, Oysterhead y Frog Brigade), donde continuó desgranando sus obsesiones (pescadores épicos, personajes imposibles, dibujos animados, surrealismo, saltimbanquis), y que tengo pendiente de escuchar atentamente, porque ahí tiene que haber algo.
Primus llevaban 12 años muertos, acaban de sacar su primer disco de estudio desde aquel "Antipop" al que tanta manía tengo. Y he creído encontrar aquí más del "antes" que del "después", desde la primera escucha. Claypool, Larry Lalonde y el nuevo batería Jay Lane vuelven al cachondeo sano, las voces impostadas, las líneas de bajo revoltosas, las canciones alegres, sin ambición ni anquilosamientos. Y a las temáticas de siempre, desde tiempos de Sausage: los personajes bizarros (Lee Van Cleef, Hennepin Crawler, Hoinfodaman, Jilly's on smack) y las horas perdidas pescando (Last salmon man, Salmon men). Y al virtuosismo punk puesto al servicio de temas redondos (Moron TV, Eyes of the squirrel). Primus han dejado de coquetear con las chupas de pinchos y han vuelto al juguete infantil que eran antes, y me está gustando un montón este "Green naugahyde".

sábado, 3 de septiembre de 2011

John Zorn Group - The music of Ennio Morricone (and more) (Live in Verona June 27, 1988) (1988)


Concierto en Verona en verano del 88, en el que tenemos ocasión de escuchar a un joven Zorn homenajeando al Maestro Morricone y, de propina, otros cortes de música incidental atemporal de John Barry, Bernard Herrmann o Jerry Goldsmith. Un concierto cinematográfico de free-jazz loco y apresurado. El elenco para la ocasión estuvo formado por Zorn (saxo alto, alegres charletas entre canción y canción), Carol Emanuel (arpa), Wayne Horvitz (teclados), Mark Dresser (contrabajo), Bobby Previte (batería), Cyro Baptista (percusión), Christian Marclay (platos) y el omnipresente Fred Frith (guitarra). Entre el inventario, por supuesto, se recrearon temas del extraordinario álbum de estudio de Zorn de 1985 dedicado a Morricone, "The big gundown" (Battle of Algiers, Poverty (Once upon a time in America), Milano Odea, Erotico (The Burglars), Metamorfosi (La classe operaia va in Paradiso), Once upon a time in the West), y añade al conjunto una tranquila y misteriosa versión de The Sicilian Clan, una de las melodías más conocidas de Morricone, que aparecía en el primer disco de Naked City (homónimo, 1989), aquel de la portada doble de Weegee y Suehiro Maruo (que de algún modo puso patas arriba mi concepto de la música). Completan el conjunto otros temas cinematográficos también triturados previamente por Naked City, las melodías centrales de James Bond, "Taxi driver", "Chinatown", y "Batman". Death waltz fantasy es uno de los temas inéditos, perteneciente a la beseó de "Las alucinaciones de Ágata", toma marcianada, una baladita primorosa que no me suena que Zorn grabara nunca en estudio. El conjunto es algo así como una banda sonora mutante, agresiva y poliédrica, a ratos sofisticada y a ratos desquiciante, con el hilo conductor de Zorn dirigiéndose al público y presentando las canciones, un bootleg muy simpático y agradable.