lunes, 24 de octubre de 2011

The Simpsons' Treehouse of Horror #17 (2011)


Así como la serie regular de Los Simpson en los tebeos de Bongo es bastante floja, o al menos suficientemente plana y acomodada como para que entre por los ojos al público generalista (como todos los tebeos de franquicias audiovisuales, la verdad), es en los especiales donde está el riesgo, los chicos de Bongo se despendolan y hacen lo que les da la gana. En la serie anual de terror de los Simpson (a imagen de los episódicos de la serie de televisión, para quien no lo sepa, todos los años por estas fechas, y desde hace 17, Bongo publica un especial "casa del árbol"), además, la directriz es poner a los personajes amarillos en manos de genios del cómic norteamericano de todo pelaje, con especial atención al tebeo independiente. Es ésta una colección imprescindible, por la que ya han desfilado, con total libertad, artistas ajenos a la franquicia como Mike Allred (Madman), James Robinson (Grendel), Jeff Smith (Bone), Paul Dini (Batman animated series), Peter Bagge (desgraciadamente, sólo como guionista), Scott Gimple (Disney), Chuck Dixon (Punisher, Batman), Sergio Aragonés (antes de convertirse en lápiz habitual indisoluble de la serie de Groening), Peter Kuper (MAD), Dan DeCarlo (leyenda de Archie Comics), Jim Mahfood (Gen13, Clerks), Scott Morse (Ancient Joe), Mark Hamill (sí, ése), Garth Ennis (en efecto), Stan Sakai (¡Usagi!), Alice Cooper, Gene Simmons, Rob Zombie Lemmy "Mötorhead" Kilmister y Pat Boone (lo juro), Mark Schultz (Xenozoic Tales), Terry Moore (Strangers in Paradise), Kyle Baker (Plastic Man), Patton Oswalt (el cómico stand-up), Terry Austin (leyenda viva), Gilbert Hernandez (de los Hernandez de toda la vida), Glenn Fabry (Predicador), Steve Niles (Vertigo en general), Jeffrey Brown (¡mostro!) o Evan Dorkin (Milk and cheese).
No está nada mal, vamos. Esta colección me encanta, y siempre me acuerdo de ella cuando se acercan estas fechas, como debería hacer todo aficionado al tebeo y a los Simpson, porque es un complemento estupendo a los clásicos de Halloween de la serie de televisión. Además, la colección está repleta de guiños de todo pelaje al cine de terror clásico y a los inolvidables del cómic gótico y de terror. La colección de referencias a la cultura popular americana, a los tebeos de la EC, los cromos de marcianos, el gore, la Universal, la Hammer, la ciencia-ficción de toda clase, etc., es inabarcable, y su lectura siempre depara sorpresas.
Pues en este caso, la gente de Bongo ha puesto el invento en manos de cinco reconocidos artistas que se marcan las tres historietas de rigor, cada uno en su estilo, con total libertad y con un resultado notable.
En primer lugar, Zander Cannon y Gene Ha (autores, junto al Maestro Alan Moore, de la serie Top 10) recrean el clásico "Nosferatu" en Springfield, a través de una historia muda (con cuadros de texto intercalados entre las viñetas preciosamente pintadas; botón de muestra).
"Marge of the dead" es una historia visualmente más comedida, escrita por la cantante de The Go-Go's Jane Wiedlin y dibujada por Tom Hodges, ilustrador habitual de los tebeos de Star Wars. En ella Marge se convierte en zombie y está obsesionada con comerse los cerebros de su familia, durante la noche de Halloween, en la que los Simpson están precisamente disfrazados de personajes de Star Wars.
Jim Woodring es el autor de un personaje de cómic independiente antropomórfico llamado Frank, y se encarga de la tercera historieta, en la que Bart Simpson está leyendo un viejo tebeo de terror al estilo EC, titulado "Harvest of fear". La gracia está en que entre la historia de Bart leyendo se intercalan las páginas del tebeo que está leyendo (donde los personajes no son amarillos, sino de carne y hueso, pero se parecen bastante a los Simpson, como se ve en esta página), en un simpático juego metalingüístico en el que además a Bart le empiezan a pasar las cosas que está leyendo en el tebeo. Todo muy bien. Me encanta ver a los Simpson sacados de su línea habitual, vistos por otros autores tan diferentes, y si es en situaciones fanta-terroríficas, más bonito todavía.

La ciudad de cristal (Paul Auster / Paul Karasik / David Mazzucchelli, 1997)


Acuse rápido de la lectura de "La ciudad de cristal" en versión tebeo. Tenía pendiente de leer esto, atención, desde que los compré mensualmente en la versión de La Cúpula, hace 14 años. El otro día me los encontré, me los llevé al retrete, y hala. El motivo del retraso, si es que lo hubiere, es que no he leído nunca nada de Paul Auster (o no lo recuerdo), y no sé si me estoy perdiendo algo interesante o no, pero me da un poco de pereza; supongo que quería leer antes la novela que el tebeo, y ya si acaso después la película y el videojuego. Mis papás me educaron para respetar ese orden. No tengo mucho que comentar, no sé cuánto hay de fidelidad al original literario, pero el tebeo éste es bonito, negrito, entretenido, lo justo de filosófico y surreal, humanista y muy agradable de leer. David Mazzucchelli es un genio, que a ver si Asterios Polyp le pone en su sitio, porque debería estar ya en los altares tras todo lo que hizo junto a Frank Miller por Marvel. Un virtuoso del lápiz y la plumilla, que aquí se muestra caricaturesto, indie y pletórico, al servicio del costumbrismo mágico éste que se marca Auster (adaptado a las viñetas por el tal Karasik), que bueno, pues está bonito. Sin más. Muy fan muy fan de esta historia, pues tampoco.

La venganza de Wolverine (Wolverine vol. 4, 9-15; 2011)


El arco anterior, y el anterior, de la colección regular de Lobezno, dejaron el listón muy alto. El trabajo de Jason Aaron entonces me dejó obnubilado, arrodillado. Después de bajar a los infiernos y luchar contra sí mismo y contra todos los amigos a los que había conocido, quedaba pendiente saber quién estaba detrás de todas esas maquinaciones, quién le había puteado tanto y por qué. Todas estas respuestas las hallamos en la siguiente saga del héroe, que nos presenta a una misteriosa sociedad secreta llamada Red Right Hand, que no es otra cosa sino una especie de Asociación de Víctimas del Lobeznismo, formada hace casi un siglo por un joven sureño que vio cómo Lobezno asesinaba a su padre y a su hija. Ahora el tipo es un anciano, que ha dedicado toda su vida a localizar a otras víctimas, y maquinar una venganza terrible, que supuestamente va a poner el universo de Logan patas arriba... aunque ya veremos en qué queda la cosa. Porque la resolución me ha dejado con el morro torcido, y no me ha convencido demasiado por dónde han ido los tiros. Jason Aaron se ha puesto épico y trascendental, ha querido poner la cabeza de Lobezno patas arriba, y para ello ha meneado y se ha inventado demasiados aspectos oscuros alrededor de su pasado, en una artimaña un poco inverosímil y tramposilla. Sé que esto no lo lee ni Cristo, pero por si acaso advierto (hasta ahora nunca lo había hecho pero de vez en cuando me cruzo con gente que me dice que me lee) que esto son solo apuntes personales, y que desvelo, como siempre, el final de la trama y todo lo que se me ocurra. Aquí pienso en voz alta, y me traen sin cuidado los spoilers.
El arco en realidad comienza en el número 9, con un autoconclusivo titulado "Atrapar a Mística", que me ha parecido lo mejor del conjunto. Remite indudablemente a los primeros trabajos de Aaron con el mutante canadiense, aquella extraordinaria saga de mediados de 2008 en cuatro partes, con dibujos de Ron Garney, y que se tituló, precisamente, "Atrapar a Mística" (Wolverine vol. 3, 62-65; justo antes de "Old man Logan"). Aaron tenía pendiente cerrar aquel asunto, y el tebeo, con dibujos de nuevo de nuestro correctísimo Daniel Acuña, consiste en una persecución a tres bandas Lobezno / Mística / un mercenario con máscara kabuki, por las calles de Buenos Aires, que culmina en el cruel asesinato de la mutante de piel azul. Españoles, Mística ha muerto. Y en sus estertores, le explica por qué envió a Lobi al Infierno, así como el nombre de la organización que está tocándole las narices desde hace ya demasiados meses: la Red Right Hand.
Lo que pasa a continuación (números 10 al 14) es que a Lobezno se lo ponen muy fácil para rastrear el cuartel general de la RRH. Y a las puertas, tendrá que enfrentarse, y matar con bastante facilidad, a varios villanos ridículos creados por Aaron sobre la marcha exclusivamente para morir: Cannon Foot (un gaucho con botas de punta que dispara pedruscos con ellas (?)), Shadowstalker, Fire Knives, Saw Fist y Gunhawk. Lobezno avanza a través de los cadáveres de los ridículos matones durante toda la trama, y paralelamente se nos va contando, a golpe de flashback, qué es la RRH y en qué consiste su venganza. Liderados por el citado vejestorio, nos encontramos ante una decena de damnificados. Personas que vieron cómo Lobezno, en sus viejas reencarnaciones como agente de la CIA, empleado de Landau, Luckman y Lake, marioneta de Arma-X o lo que fuera, quitó la vida a determinados inocentes, cuya descendencia se ha reunido ahora para orquestar una cruel venganza. Lobezno va matando a los cinco estúpidos asesinos, y cada vez que uno de ellos muere, parece que la Red Right Hand se da más por satisfecha. Al final del todo, Lobezno por fin llega hasta la habitación donde están reunidos los de la secta secreta dichosa, viendo el espectáculo a través de un circuito cerrado de televisión. Y aquí viene la conclusión (ojo, insisto, si alguien pretende leerse esto, porque no me callo nada): resulta que la Red Right Hand, sabedores de que es imposible matar a Lobezno, que ha salido indemne de mil y una "maneras de morir", e incluso liquidado al mismísimo Diablo en el Infierno, lo que han hecho ha sido buscar hijos bastardos del héroe. Tipos que, igual que el dichoso Daken, que ya lleva un par de años campando por el universo Marvel, proceden de la simiente del canadiense enano, sin él saberlo. Una vez que Logan llega al redil de la Red Right Hand, estos se beben unas copas de veneno, y mueren felices, culminada su venganza: Lobezno ha matado a su propia estirpe, como antes él había matado a los suyos.
Como digo, todo esto me ha tocado un poco las narices. Hasta hace unos años, y desde hace muchísimos años, Lobezno era un tipo misterioso y no sabíamos, ni queríamos saber, nada de su pasado. Llegó Barry Windsor-Smith y se inventó aquella maravilla de Arma-X, y arrojó colorido, background, gracia y un puñado de preguntas sin respuesta, que a otros guionistas como Larry Hama les tocó contestar, con orgullo e inteligencia. Después a Quesada se le metió entre ceja y ceja inventarse su origen, en qué hora; pero vale, lo hicieron muy bonito, ahora sabemos que Logan nació a finales del siglo XIX en el Yukón, que se llama James Howlett y que su viejo era un ioputa borracho. Se van colocando piezas, y todo encaja, se contenta a los ávidos de historias añejas, orígenes y continuidades, aceptamos barco, y vale. Pero que en el último par de años nos hayan vendido, así de repente, que Zorra Plateada está viva, que Lobezno se había casado en las elipsis con Viper o con Itsu, y que ahora resulta que tiene más hijos bastardos que Julio Iglesias, que tiene una versión femenil e hija adoptiva (X-23), ¡que se ha echado una novia insulsa no-mutante (Melita Garner) de la que está enamorado perdido!... empieza a cansarme, y esto puede acabar peor que la Saga del Clon, o que Agujetas de color de rosa. El último número hasta la fecha, el 15, nos cuenta las consecuencias de todo lo que de pronto se le ha venido encima a Logan, asesino de sus propios hijos: su primera reacción es hacerse todo el daño posible, suicidándose una y otra vez desde lo alto de una montaña de Alberta, tratando de emborracharse con todo y entrerrando a sus repentinos hijitos allá donde quiera que nacieron. Y encima aparece por ahí Daken, y los espíritus de Dientes de Sable y John Howlett para atormentarle. Asistimos al enésimo final del personaje, en una historia enervante que se titula "Wolverine no more" (toma cliché marvelita), y que a ver cómo lo arregla, porque a mí este Lobezno no me gusta nada. Aaron, déjate de tonterías, haz el favor, que estabas contando unas historias de Lobezno magistrales y aquí me parece a mí que te has columpiado. Darle a Lobezno un hijo que apedrea a la gente con sus botas de cestapunta... anda que...

John Zorn - The Dreamers Christmas (2011)


En su afán por zornificar (no, no: zornicar suena mejor) todos los estilos musicales posibles, John Zorn acaba de publicar su largamente anunciado primer disco navideño. El judío Zorn ha compuesto o arreglado un puñado de canciones de Navidad. Y lo ha publicado en octubre. No alcanzo a entender si todo se trata de una ironía, cuál es el alcance de la broma, o si acaso Zorn ha querido homenajear de forma diáfana y sincera al maravilloso género de los (jodidos) villancicos. También es verdad que entre el villancico español y el norteamericano existe todo un abismo. Y que donde aquí hay panderetas, zambombas y críos vociferando de forma insufrible, los "Christmas albums" son una sólida y respetable tradición en Estados Unidos, y pocos son los músicos que no han hecho sus pinitos. Lo mismo Zorn se sentía en deuda con el género o algo así.
Pero el caso es que, envuelto en esa portada tan pizpireta y feúcha (que no es obra de un niño autista, ni de Trey Parker/Matt Stone, sino de Heung-Heung Chin, colaboradora habitual de Zorn, y autora por ejemplo de la maravillosísima ilustración para la portada de "O'o"), no hay otra cosa sino 9 estándares navideños, interpretados por una de las formaciones habituales del universo de Zorn: The Dreamers.
The Dreamers son el sexteto al que Zorn encarga aquellos compactos en los que prima el soft-jazz, el lounge, el primor y la delicadeza. El peso melódico lo llevan Marc Ribot y Jamie Saft, Kenny Wollesen al vibráfono y las campanitas celestiales que envuelven toda la obra, Trevor Dunn (Mr. Bungle) al bajo eléctrico, Joey Baron a la batería y Cyro Baptista a la percusión. Un poco los de siempre, pero aquí concentrados en esas atmósferas oníricas que sugiere el nombre del proyecto, y especializados en algunos de los discos más dulces de Zorn. Se estrenaron en "The dreamers" (2008), que significó el volumen IV de "Music Romance Series", otro de los cancioneros de Zorn (línea bajo la que publicó previamente otros tres discos sofisticados y magníficos, "Music for children", "Taboo and exile" y "The gift"; el volumen V, último hasta la fecha es el mencionado "O'o", de 2009; cuento todo esto más que nada para organizar también un poco tal despliegue y dispersión de grabaciones en mi cabeza). Como disco navideño, "The Dreamers Christmas" dignifica las fiestas y no me va a dar ninguna vergüenza ponerlo de fondo, pero la lista de canciones no deja de rendirse a los jingles de siempre (Winter wonderland, Sleigh ride, Let it snow!, let it snow!, let it snow!, Christmas time is here...), y es una cosa extraña escuchar a estos maestros del jazz rindiéndose a tales estándares de la culturar popular americana, sin estridencias, sin retortijones, simplemente jugueteando con el cancionero navideño más tradicional, con toda su ridícula ternura y su cascabel; ya digo que no dejo que entrever bastante ironía en todo esto. O eso espero. Lo único destacable, en mi opinión, de esta ligerita colección de jazz-jingles es la colaboración de un Mike Patton susurrante y meloso, emulando a Sinatra o Nat King Cole, en The Christmas song (Chestnuts roasting on an open fire), que cierra el invento.

sábado, 22 de octubre de 2011

365 samuráis y varios tazones de arroz (J. P. Kalonji, 2009)


"365 samuráis" es un tebeo de casi 400 páginas sobre un samurai solitario que realiza un viaje durante cuatro estaciones, asesinando a todo samurai que se le cruza o se le enfrenta, para cumplir la promesa de acabar con 365. Temas clásicos de la literatura sobre el Japón feudal como el honor, el sacrificio, la naturaleza, las artes marciales, etc. centran la novela, cuya estructura es de una viñeta por página, practicamente sin diálogos. El estilo de Kalonji es extraño pero muy atractivo: a caballo entre el manga (desconozco todo respecto al manga, así que perdón por generalizar), el graffiti, Usagi Yojimbo e incluso Franquin, y con unos pocos rasgos los personajes realmente parece que se mueven en la página. Kalonji es un dibujante suizo, y este es su primer trabajo en el cómic, después de curtirse como ilustrador para revistas de moda y marcas de snowboard. Muy bonito, pero es de esos libros de 400 páginas que se leen en 400 segundos.

Caballero Reynaldo - Twelve American standards for children (2009) / Antojos vol. 1 y 2 (2011)


Luis G., aka Caballero Reynaldo, es uno de los mayores expertos en Frank Zappa de este país, y propietario del sello Hall of fame, que distribuye los lanzamientos recientes de la Zappa Family y edita, entre otras cosas, la serie de discos tributo "Unmatched". Además de sus propios temas, los de su banda Los Marañones (de la que también forma parte Román García, El Experto en Zappa por antonomasia) y las recreaciones zappianas con las que tanto disfruta, de vez en cuando publica discos como éste, 12 divertimentos sencillos y directos en los que recrea algunos de los éxitos del inmenso legado popular de la música norteamericana. Blue moon, Blue velvet, Over the rainbow, Moonriver, Mr. Sandman, Hello Mary Lou o Summertime son algunos de esos doce cortes seleccionados, que Reynaldo canta y musica con guitarra eléctrica y bases rítmicas, ayudado por las misteriosas ardillitas (The Little Squirrels, banda de acompañamiento que, según CR, se han encargado de toda la grabación, y él no ha hecho nada) que convierten las grabaciones en jingles acelerados con voces aflautadas, mostrando el espíritu de Let's make the water turn black.
En "Antojos" encontramos algo parecido, pero sin la mano de las ardillitas y sin acotar fronteras geográficas. Sex Pistols, bandas sonoras, Tom Waits, Kortatu, Iggy Pop, Ramones, Matt Bianco o The Who son algunos de los artistas seleccionados por CR para este bizarro homenaje minimalista y entretenido, donde la base rítmica programado y los juegos vocales son idénticos en casi todos los cortes, algo así como si más que adaptaciones lo que hiciera fuese un ejercicio de disección, des-producción, reducción a la mínima expresión y mímesis de temas dispares para adaptarlos a su propio sonido característico, vaquero pero español.

Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999)


Esperaba bastante más de ésta, la película más aclamada de Pedro (hasta la siguiente), y aunque es bonita, más o menos me ha gustado, casi casi he llegado a sentir algo viéndola, y las actrices están todas extraordinarias, la historia me ha parecido una mamarrachada al servicio de una única idea: homenajear a la madre, a las madres en general, y a los padres travestidos. La peli está atestada de detalles inverosímiles, que salpican una historia absurda sobre una madre soltera que pierde a su hijo, y viaja a Barcelona a darle la noticia a su padre, a quien el niño nunca conoció. El padre es ahora un transexual, que acaba de dejar embarazada, cosas del destino, de entre todas las barcelonesas posibles, a la primera barcelonesa que la protagonista conoce en su visita. Las vidas de todas las personajas se entrecruzan y el juego de paralelismos y posibilidades entretiene mientras la cosa evoluciona y se deja ver. A todo esto, lloran mucho, sienten muchísimo y encajan noticias espantosas sobre hijos muertos en accidentes y portadores del SIDA.
Lo que más me ha gustado, una vez más, son los decorados y los detalles tan cuidados, los actores (todas soberbias, hasta Pé, y especialmente Antonia San Juan, una joya, lo único decente que la he visto, y además un descojono) y sobre todo ello la música de Alberto Iglesias, que es de una genialidad escandalosa, versátil y eficiente, aquí rendido al poder del drama, la intensidad y los bemoles. En definitiva, he pasado a través de “Todo sobre mi madre” muy atento y espectante pero a cierta distancia, de puntillas y como anestesiado, sin sentir ni padecer.

lunes, 10 de octubre de 2011

La “tournée” de Dios (Enrique Jardiel Poncela, 1932)


Obra maestra indiscutible de nuestra literatura, “La “tournée” de Dios” va más allá del glosario de ocurrencias y disparates geniales habituales de Jardiel, y al finalizar su lectura (esta novela la había empezado un par de veces pero la tenía pendiente) un escalofrío me recorrió de arriba a abajo, y su influjo está lejos de haberme abandonado. Durante las primeras 250 páginas (grosso modo) constantemente tenía que interrumpir la lectura por ataques de risa terribles; hasta llegar al último tramo de la II parte, en la que Dios se dirige a los madrileños, y de paso al mundo entero. Lo que Jardiel le cuenta al mundo a través de la voz de Dios, y cómo remata todo lo sucedido desde la página uno, me dejó boquiabierto, anonadado, incluso un poco aterrorizado.
Esta historia comienza con la presentación de Perico Espasa y Federico Orellana, respectivamente el director de La Razón (un periódico cuyo nombre coincide con otro que también da mucha risa en el mundo real) y una de sus mejores plumas así como novelista de enorme éxito. Perico es un mariquita recalcitrante, mientras que Federico está enamoradísimo de la primera actriz Natalia Lorzain, a quien el primero termina presentando. Federico y Natalia comienzan un idilio, ella abandona su carrera y queda embarazada. Mientras tanto, Dios se le ha aparecido al Papa en el Vaticano, y le ha dicho que tiene previsto volver a la Tierra en forma humana. Al principio nadie cree la palabra del Papa, que se convierte en objeto de burlas, hasta que Dios se le vuelve a aparecer y le ofrece más pruebas de su inminente llegada (fecha, hora, lugar) así como destruye y vuelve a construir la Torre de Pisa ante miles de ojos, para que a nadie le quepa duda de su palabra. Poco a poco, la trama de Natalia y Federico se va aparcando, con el nacimiento de su hijo y su posterior sucumbir a una terrible enfermedad, y la narración se centra en la “tournée” de Dios, que comienza en el Cerro de los Ángeles y continúa por todo Madrid. Por supuesto, semejante acontecimiento se convierte en el centro de atención del mundo entero: la aparición de Dios en forma humana, para la que el mundo no parece estar preparado. A cada paso que da el Señor, la gente se apelotona a su alrededor, los ejércitos tienen que abrir fuego para contener semejante marasmo, las personas se vuelven idiotas, la delincuencia crece de forma insostenible... Mientras tanto, a Dios le pasean de aquí para allá, ora a los toros, ora al fútbol, ora al Jardín Botánico, rezándole padrenuestros y narrando cada minuto de su estancia entre los mortales. Y parece completamente ajeno e inmunizado a las desgracias que entre los españoles está provocando su presencia.
Leer esta novela (escrita hace casi 80 años) en pleno 2011, y pocas semanas después del desembarco en Madrid del Papa contemporáneo y sus centenas de millares de fieles, que lo abarrotaron todo, ocuparon las calles y los parques y generaron todo tipo de noticias patéticas y situaciones altamente ridículas, resulta si cabe más hilarante y significativo. Y la manera como Jardiel, en plena República (aún antes de la Guerra Civil que definitivamente horadó la diferencia entre las “dos Españas”), dividía a la población española en “blancos” y “negros” (católicos, conservadores, acomodados, fascistas, etcétera, etc. / frente a comunistas, pobres, idealistas, agnósticos, indignados, etcétera, etc.), definitivamente desespera y desmoraliza. Además de dar mucha, muchísima risa.
No recordaba haberme reído tanto ni haber disfrutado tanto con una novela. Pero, como decía al principio, detrás de la payasada y el esperpento, el mensaje de Jardiel es devastador. Ya desde el prólogo Jardiel se ve obligado a aclarar que no es un libro anti-religioso, y que acaso está escrito como burla a la Humanidad entera y sus disparates. Y el largo mensaje que dirige Dios a todas las personas resulta escalofriante, y la sonrisa se te hiela en la cara al tiempo que se convierte en mueca de disgusto; el final de la novela contiene un mensaje incómodo, tremendo, brillante e intemporal, lanzado después de cientos de páginas de carcajadas, que se encaja como una bofetada a mano abierta.

viernes, 7 de octubre de 2011

Camille Jourdy - Rosalie Blum (2011)


Con un dibujo y una tipografía naïves, despejados e infantiles, asisto a una trilogía que narra la sencilla historia de Vincent Machot, y cómo fortuitamente escapa de la rutina (la rutina de la peluquería familiar, la esclavitud de toda una vida solitaria como asistente de su madre anciana y desquiciada) al conocer a Rosalie Blum, una cuarentona feúcha y tan solitaria como él. Sencillamente, una buena mañana Vincent se cruza con Rosalie al salir de una tienda, y decide seguirla a escondidas hasta su casa. Pronto comenzará a hurgar en su basura, y a perseguirla por todas partes, asistir a sus ensayos con el coro de la iglesia o a sus habituales borracheras en soledad en un bar de espectáculos picantes. Vincent se obsesiona con Rosalie, y perseguirla por todas partes se convierte en una suerte de sucedáneo de la compañía. Al final de la primera parte, repentinamente Vincent recibe una llamada de la desconocida, Rosalie, que pide cita para una sesión en la peluquería. En la segunda parte de esta historia, el peso protagónico lo asume Aude, la sobrina de Rosalie, que comparte piso con un punk vividor y dos treintañeras estrafalarias, y ayudará a Rosalie a descubrir, como ésta sospecha, que alguien está vigilando cada uno de sus pasos. La acción dará un vuelco, y descubriremos unos cuantos secretos inconfesables de los personajes, en torno a una historia de seres desarraigados, aburridos, surmanescos y depresivos que encuentran en el stalkeo un motivo para existir y una salida a su desesperación. Camille Jourdy, a quien no conocía de nada, me ha atrapado con esta historia maravillosa en tres partes, repleta de detalles pictóricos deliciosos, diálogos brillantes y acontecimientos cotidianos de esos que deslumbran sólo si uno se detiene a contemplarlos.

Proyecto veinte21 - Red Chair Concert I: Ravel, Boulez, Colomer, Varèse, Zappa


El otro dia a un amigo del alma le regalé una pecera, un acuario bastante grande que tenía en casa tristemente abandonado, con sus piedritas y figuritas resecas al fondo. Tuve que quitarlo cuando entró en casa mi gato, porque se desesperaba por zamparse a sus habitantes. Echaba de menos su calor, su compañía, su fulgor fosforescente al anochecer, la cadencia de su burbujeo y la vida colorista de su interior. Me hizo mucha ilusión saber que mi amigo y su chica querían instalarlo en su casa nueva, e incluso bautizar a su primer habitante en mi honor. Y a ellos les hizo también ilusión, tanta que S. me compró por sorpresa entradas para este concierto que tuvo lugar el pasado martes 4 de octubre en la sala de cámara del Auditorio Nacional, sabedor de mi afición por Frank Zappa.
El Proyecto veinte21 es una orquesta de alrededor de treinta miembros, que abarrotaban el pequeño escenario de instrumentos hasta el punto de que les resultaba dificilísimo moverse. Dirigida por Joan Cerveró, a lo largo de los próximos meses va a ofrecer una serie de conciertos asombrosos, en los que reinterpretarán piezas de algunos de los artistas más vanguardistas e influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Dilatando la espera a lo largo de muchos meses, serán interpretadas por esta orquesta de cámara, con instrumentos clásicos, obras de genios como Miles Davis, Massive Attack, Björk, King Crimson, Bill Evans, Stravinsky, Schoenberg, Bach, Halffter, John Cage, Steve Reich, Stockhausen, Terry Riley... El primero de los recitales tuvo lugar el pasado martes, y consistió en un viaje por las vanguardias de mediados del siglo pasado, que culminó con la interpretación de cuatro obras de diferentes épocas de la trayectoria de Zappa, pasando por algunos de los autores más influyentes y permanentemente citados por el titán de Baltimore.
Abrió la tarde una impresionante versión del Bolero de Ravel, en la conocida versión rock que adaptó Zappa en los ochenta (con arreglos para orquesta clásica del propio Cerveró). Mira que el Bolero es monótono y aparentemente simple, pero al mismo tiempo hermoso. La ejecución fue por supuesto impecable, deliciosa, y en el escenario se iban intercambiando protagonismo los vientos (si no recuerdo mal, había tres trompetas, dos trompas, dos trombones, un oboe, un fagot, un clarinete, una flauta y un flautín), las cuerdas (guitarra española, laúd, tres violines, arpa, violonchelo, contrabajo), el piano (en realidad, además del piano de cola, había una china tocando un extraño instrumento que en el programa venía denominado “piano”, pero que debía ser un clavicordio o dios sabe qué; y delante de ambos había otra señora muy fea percutiendo a toda hostia un raro conjunto de cuerdas aferradas a una especie de mesa de póker, que mi colega, a la sazón profesor de música, me explicó que debía ser un harpsichord, o su equivalente en castellano) y la percusión (había cuatro músicos que intercambiaban un despliegue inconcebible de instrumentos de percusión, entre otras cosas dos xilófonos y un metalófono —imprescindibles en el universo de Zappa—, un juego de cymbales impresionante, gong, platillos, campanas... en fin, una colección inmensa, inabarcable al fondo y en el lado derecho del escenario, que los percusionistas se iban intercambiando).
A continuación hicieron Èclat, una de las composiciones más famosas de Pierre Boulez. A Boulez sólo le conocía precisamente por sus acercamientos a la obra de Zappa, y ni siquiera sabía, o me había planteado, que tuviese obra como compositor. Pero sabía dónde me había metido, y llevaba toda la tarde, días en realidad, temiéndome que llegase el momento del Déserts de Vàrese, y estaba preparado para todo. La pieza de Boulez fue uno de esos absurdos divertimentos snobs y minimalistas que se hacían a partir de los años cincuenta, una colección de chirridos, atonalidad, largos silencios, aporreos desordenados de piano, flauta, piano, tambor, silencio, barritar de oboe, silencio, quejío de piano, silencio, silencio, ruido de campana, cinco minutos de estática por los altavoces, silencio, tres violines sonando como si se rompieran... Y así. Verlo en directo fue realmente interesante, pero se agradeció que sólo durase cinco minutillos. Lo duro, la prueba de fuego, fue cuando en cuarto lugar (después de la pieza de Colomer, que comento a continuación) le llegó el turno al Déserts de Vàrese. Zappa nunca se cansó de glosar las bondades, la genialidad de la obra del músico franco-marciano, y la inmensa influencia que tuvo éste en su música y en todo lo que vino después. Recuerdo que con veinte años, y animado por las palabras de mi ídolo el del bigote, fui al Madrid Rock y me compré un disco de Vàrese, precisamente uno que incluye las obras IoniSation/Déserts, que después de una primera escucha tengo criando polvo, porque aquello no hay por dónde cogerlo, a estas alturas de la película. Soy consciente de la importancia que tuvo esta época de improvisación, la música concreta, el dodecafonismo, el serialismo, la electroacústica, etc. Pero 26 minutos de ejecución de Déserts en directo, sentado en una butaca con mis dos colegas, pese a la proyección (paralelamente a la ejecución, estrenaron un cortometraje artístico, bastante insufrible, de un tal Bill Viola), se hizo realmente largo e incómodo. Seguramente (no estoy muy seguro) ésa era la intención de Vàrese, explorar musicalmente los límites de los sentidos, exponer al oyente a la angustia extrema, al límite de la paciencia, con semejante despliegue de excentricidades, golpeteos, saltos sin trampolín del grave más prolongado y tedioso al flautín histérico más estridente en un mismo compás, seguido de una nota neutra de fagot de un minuto, a continuación un magnetófono escupiendo ruido infernal... Pues así casi media hora. Yo me lo esperaba, pero las caras de la mitad de la platea, acordándose de la familia del director de la orquesta, lo decían todo. Insisto, estoy curtido en este tipo de música, en los albores de la electrónica y los abismos del hiper-modernismo, y creo que estuvo muy bien aquello, pero que tampoco hace falta menearlo. No hace mucho que me encontré con este mismo Déserts en Radio Clásica, mientras leía en casa, y no es tan soporífero, ni nada molesto, a poco que no te impliques. Pero sentado escuchando de verdad aquello, habiendo pagado la entrada y sin escapatoria, uno sentía lástima por las probablemente impresionantes carreras de aquellos virtuosos puestas al servicio del despropósito y la iconoclastia de la vanguardia de hace cincuenta años. Media hora realmente complicada, durante la cual, encima, la arpista, que estaba como un tren, se había ausentado.
Entre la breve paranoia de Boulez y el eterno suplicio de Varèse, la orquesta veinte21 estrenó en rigurosa exclusiva (estreno absoluto, a solicitud del CNDM al autor) una pieza del compositor Juan José Colomer, un tipo bastante joven, con bigote daliniano y en silla de ruedas, que estaba presente en la sala. La pieza se llama Semana Santa en Gomorra, e incluso después del homenaje a Zappa posterior, pasó por ser lo mejor de la tarde. No sé en qué punto del recorrido Ravel-Varèse-Zappa hay que situar a Colomer, a quien obviamente no conocía de nada, ni cuáles son sus reminiscencias, si es que hay que encontrarlas. Pero Semana Santa en Gomorra fue un momento sublime. La orquesta completa de casi treinta músicos, esplendorosa e intercambiándose el protagonismo, describió un momento asombroso y majestuoso, inolvidable, a través de doce minutos de intensidad y solemnidad casi litúrgicas. El escenario se convirtió de pronto, en cabeza de todos, en un Paso de Semana Santa ateo, canalla y diabólico. La pieza es un lamento, un plañir continuo de vientos quejumbrosos y ráfagas de tambores in crescendo, bellísimo, doloroso, trepidante. En un momento dado, dos de los percusionistas se calzadon capuchas rojas en la cabeza, y uno de ellos gritaba salvajadas a través de un megáfono, sin que el cesara el duelo y la saeta infernal, atronadora. Impresionante. Hubo cinco minutos de aplausos al tal Colomer, que debía estar entusiasmado con el estreno, y no es para menos.
Y por fin (insisto, después del tormento vàresiano) llegó el momento esperado, la interpretación de cuatro piezas de Zappa. Por desgracia, y mira que me he escuchado veces y veces la discografía de Frank Zappa, el director había seleccionado temas de “Yellow shark”, el último disco en vida del genio, que en realidad no he escuchado mucho. La suite se abrió con Be bop tango, pero no el maravilloso Be bop tango que hacían a mediados de los setenta (el que cierra “Roxy & elsewhere”, mi disco favorito), un divertidísimo juego virtuoso con George Duke bebopeando y dándolo todo que alargaban y convertían en una fiesta con disfraces, dance contest y audience participation, sino la versión orquestal del propio “Yellow shark” (los discos de Zappa instrumentales o sus pajas con el synclavier los tengo menos escuchado). Correcto y acelerado. El siguiente tema, Outrage at Valdez, lo confieso, ni siquiera me sonaba y no duró más de tres minutos. A continuación vino Welcome to the United States, que es una pieza que Zappa (si no me equivoco) venía desarrolando desde tiempos de “Mystery album”, y que consiste en la recreación de un acto de nacionalización estadounidense de un grupo de inmigrantes, donde se les explican sus derechos, se les pregunta por sus intenciones, y en definitiva se planteaba Zappa el sentido del sistema norteamericano y del patriotismo. Este fue otro de los mejores momentos de la velada. Joan Cerveró había adaptado el tema al castellano, y uno de los percusionistas, con pinta de indignado, se acercó a un micro en primera fila para ejercer de juez, mientras el resto de la orquesta le contestaba con redobles, vientos, cuerdas, gritos, carcajadas, solos de saxo, de piano, de arpa, carracas, fanfarrias y lo que hiciera falta. Un momento sorprendente y brillante, que se saltó todo el protocolo, la disciplina y la flema habitual en la música “clásica”, del que Zappa hubiera estado muy orgulloso. El público reíamos a mandíbula batiente, y el mensaje de Zappa quedó diáfano. No es entendible la intención de Zappa sin momentos ácidos y mensajes como éste. Sin aplausos ni esperas, la velada concluyó con G-spot tornado, otro instrumental extraído del Tiburón Amarillo, pero viejo en su repertorio, y que es uno de mis favoritos, una delicia de armonías de piano, vientos y violines a toda velocidad, que despacharon en cinco minutillos dejando a toda la platea, o al menos a mí, con ganas de saltar a bailar y abrazar a los intérpretes. En resumen, y obviando la colleja postmo de Varèse (necesaria, por otra parte), uno de esos conciertos que recordaré mientras viva.

Un loco a domicilio (Ben Stiller, 1996)


Dios, cómo me gustaría cruzarme por la calle ahora mismo con una de esas personas que dicen que esta película es muy mala, toda ese gente que logró adjudicarle a esta obra maestra de Ben Stiller la categoría de “maldita”, y condenarla en lo que respecta a recaudación y crítica. Me chifla esta película, en la que lo único que rechina es Matthew Broderick, una de esas personas que está en el cine pero le pega más entregar paquetes en una oficina postal o servir cafés. Que actúa tanto y tan bien como cualquiera de vosotros. Por lo demás, el guión me parece soberbio, un clásico cinematográfico, la historia de un técnico del cable chiflado que va de puerta en puerta tratando de socializar, de encontrar la amistad, y que se obsesionará con esto hasta la psicopatía. El desfile estelar es glorioso: el propio Carrey, Stiller, Black, Cross y Odenkirk, Owen Wilson, Apatow... Entiendo que los detractores de Jim Carrey, esos desgraciados, sufran ante su despliegue de estridencias (absolutamente necesarias en este guión); pero que algunos fans consideren a éste un traspiés en su carrera, es imperdonable. A mí me parece uno de sus mejores papeles, y tiene escenas (la del karaoke, el juego de “palabras eróticas”, la cena en el restaurante medieval, la paliza en los lavabos, el cénit sobre la gigantesca parabólica) que están entre lo mejor de su carrera payasil. Esta película me fascina, me enternece, me identifico con el personaje y su cabeza jodida de tanto audiovisual. Remite ligeramente a la serie de culto “Sigue soñando”, con brotes de psycho-thriller, mil y una referencias a la cultura popular, planteamiento y ejecución impecable de todas las escenas de acción y humor... Entiendo que es una película incómoda de tan negra e incorrecta, pero a mí me parece una obra maestra.

Otra dimensión (Grace Morales, 2011)


La esperada novela de Grace Morales llegó al escaparate de Madrid Comics, casualmente, la misma tarde que yo pasé por delante por primera vez en casi dos años, y me dije que venga, que para qué esperar, que entraría en ese lugar sólo un momento, lo justo, y volvería a salir despacito como si nada hubiera pasado y ya está. La prosa de Grace me resulta familiar, tras tantos y tantos años leyéndola en el MB, y al mismo tiempo fue una lectura incómoda, sabiendo que soy uno de esos fans a los que desprecia, uno de esos sobre los que, sé de buena tinta, aplica el “pero qué público más tonto tengo”. Fueron tres días raros leyendo esto, todo este mamotreto de páginas en los que Grace ha volcado tanto trabajo, supongo. La disfruté por tanto a medias, y además no me ha dejado ningún poso. Esperaba que hubiera aquí más de Jardiel y menos de la sociología y la mala baba que destila en sus (por otro lado, casi siempre, estupendos) artículos. Tuve todo el tiempo la sensación de que Grace se inventa un grupo de personajes bastante planos, por más que abunde en sus desventuras, que le sirven apenas como una herramienta sobre la que verter verdades y tópicos y desentrañar sus tópicas e insulsas vidas. A lo largo de la novela tiene la destreza, exclusiva hasta donde yo sé, de describir detalladísimamente el sentir particular de toda una generación entre la que más o menos me cuento, que hemos vivido un cambio social apabullante, doloroso, terrorífico, desde el instante de la caída de las Torres y a través de la invasión silenciosa de Internet primero en nuestras oficinas y luego en nuestras casas. Un viaje generacional sin retorno, deprimente y sostenido apenas (en el caso de algunos personajes y del mío propio) en la nostalgia de un tiempo pre-11S que era más mejor y más normal. Un viaje que nos lleva a través del IRC, los primeros “emilios”, los pps idiotas, el furor del eMule, los chats de ligue, el atentado de Atocha, la gilipollez del homo-oficinista en general, la evolución de la radiofórmula o la teletienda, la depresión de la vida virtual o lo efímero de las relaciones conyugales en el siglo XXI. Un largo análisis, un largo artículo brutto en formato novela, narrado a través de saltos espacio-temporales y protagonizado por un puñado de personajes estereotipados cuyas vidas se cruzan y se alejan constantemente, y están salpicadas sin excepción de vicio virtual, e-cuernos, filias pornográficas, locales de intercambio y, en definitiva, la intimidad sexual de cada uno y el sobresalto dimensional con que las nuevas tecnologías la han impregnado. “Otra dimensión” está repleto de imágenes brillantes y comentarios incisivos, de angst existencial y de realismo filosófico, de descripciones exhaustivas y una disección grandiosa casi obsesiva de casi todos los aspectos comunes de estos tiempos que nos han tocado, pero como novela se me ha quedado un poco coja: a los insustanciales personajes no les suceda nada más que la propia vida en este escenario dantesco tan real; nada interesante ni susceptible de ser novelado.