lunes, 21 de abril de 2014

Pokey LaFarge - Pokey LaFarge (2013)

Pokey LaFarge es otro entusiasta de la música norteamericana de raíces (y dale Perico al torno...), nacido en Bloomington, Illinois, en 1983. Joven, intelectual, prometedor y carismático, tiene ya una interesante trayectoria en solitario o con su banda, The South City Three, y ha sido fichado recientemente por Jack White (de un tiempo a esta parte, el Rey Midas del blues rural...) para su "Masía", Third Man Records (Third Man Records es el nuevo Graceland...). Embajador del viejo swing y el ragtime, destaca por su voz trémula y dicharachera de crooner desenfadado y atemporal, como un Miltown Brown revivido en plena era internet, o un intérprete de "melodías pizarras" para el siglo XXI. Su mejor carta de presentación es Central time, un alegato de la vida en el sur de los EEEUU: "The Missouri is my right arm, the Ohio is my left / But I’m livin’ on the Mississippi River where I like life the best / I don’t mind the West Coast, and I don’t mind the East Coast / Oh, baby but I ain’t gonna live on No Coast".

Dead Soldiers - 2013 - All the things you lose

Esta impresionante portada le sirve de paso a Dead Soldiers (otra banda con la que me he topado por casualidad en Bandcamp) como perfecta tarjeta de presentación: la cosa va de épica, tragedia y exaltación sureña, con ciertos toques de horror gótico. En la línea de Pine Box Boys (uno de mis grupos favoritos, a estas alturas), pero ahondando más en el bluegrass y el blues de raíces que aquellos (más centrados en el country paranormal). Aunque solo sea por la omnipresencia del fiddle.

Tengo serios problemas con Mumford & Sons, una de las bandas más sobrevaloradas de los últimos años, que cuentan con fans aún más cuadriculados que los de Bruce Springsteen o 1Direction. Mumford & Sons son una banda de folk para hipsters que no saben qué es el folk, y además tienen tres canciones buenas y ochocientas soporíferas, inaguantables e indefendibles. Sin llegar a la brasa intolerable de unos Celtas Cortos (en realidad, yo escucho a Mumford & Sons en la intimidad, pero me meto con ellos en público; Celtas Cortos provocan verdadera náusea), M&S representan el triunfo de la mediocridad sobreproducida, aprovechando el vacío del folk británico contemporanizado que había en el mainstream. Pero en el mismo horizonte de M&S existen cientos de bandas más interesantes y auténticas, y mucho menos lloricas; claro que hay que buscarlas, porque no te las va a llevar a casa Europa FM. Dead Soldiers son cachondos, virtuosos y más de Tennessee que tomarse un Jack Daniel's a lomos de un mapache. Destacan los temazos festivos y corales para bailar en línea durante el picnic familiar (Wicked river, Willow tree, Tennessee Quickstep, People like you), aunque también tienen medios tiempos y baladas-himno para cuando chapan el bar de carretera y tus colegas te sacan a hombros porque hay que barrer (Somebody's darlin' o One more last goodbye). Un disco muy completo, fantástico de principio a fin.

Tin Cup Serenade - "Tin Cup Serenade" (2007) / "Tragic songs of hope" (2013)

No soy muy fan del smooth jazz, del jazz vocal adulto, remilgado, melifluo y de ascensor. Si algún día me cruzo por la calle con Kenny G o Michael Bublé les voy a dar de collejas y después saldré corriendo; a Billy Holiday o Chet Baker les aguanto diez minutos; soy más fan del A todo jazz de Cifu que del sofrónico Área reservada, no sé si me explico. Y sin embargo, algo tienen Tin Cup Serenade que me han atrapado y no he parado de escuchar sus dos discos desde que los descubrí navegando a la deriva por Bandcamp. Será la voz de su líder, Rolf Wilkinson, o será el comedido uso de los vientos y la percusión exótica. Son una banda de Oakland que sin duda recibe ese tipo de influencias (jazz para ir a escuchar en directo con tu pareja al Pasapoga mientras tomáis un julepe de menta y charláis sobre el clima), y su sonido es sofisticado y relajado, pero también han sabido meter en la coctelera altas dosis de americana (Sunny Oakland day), blues rural (Yaya blues), jazz manouche a lo Reinhardt (Lament for Javanette), Nueva Orleans (Aunt's Hagar's Blues), neoswing (All I can do is cry) o ritmos caribeños (Limbo jazz, Manitoba, Fragments of you o el curiosísimo calypso-rap reivindicativo Money is king). Todo bastante cool y tranquilito, para media tarde.

"Marvel Comics: La historia jamás contada" (Sean Howe, 2013)

He tardado mucho en retomar este blog; en retomar cualquiera de mis rutinas, de hecho. Es porque mi vida ha dado un vuelco en las últimas semanas, y anduve muy ocupado: me he casado con una famosa actriz y cantante, me he mudado a un ático junto a Central Park y en general he estado muy liado. Por eso, casi he olvidado el placer que experimenté durante el par de semanas, a comienzo de año, que pasé enfrascado en la lectura de esta colosal obra maestra de Sean Howe, un libro gordísimo, entretenidísimo, brillante, sobre la intrahistoria de Marvel Comics, esa gran pieza de la cultura popular del siglo XX y uno de los motores del entretenimiento colectivo universal.

Ya digo que se me ha pasado un poco el influjo de estar absorto en su lectura, pero con pocas cosas he disfrutado más últimamente que con esto: el via crucis de los genios que crearon a los grandes Superhéroes de Ficción (el odio confeso entre Stan Lee/Jack Kirby/Steve Ditko, sin ir más lejos), el gossip (despidos, peleas, bromazos, mal rollo, sexo, drogas y rock n' roll en las oficinas de Madison Avenue), las mil y una anécdotas que Sean Howe ha ido recopilando durante años, quién sabe cómo, convierten este ensayo en una jugosísima, apretada y sorprendente lectura. La historia de Marvel que se narra en el libro termina más o menos con la aparición en salas de las primeras películas de Spider-Man o la Patrulla-X. Posteriormente, es bien sabido que Disney compró Marvel, y que Marvel Studios es ahora mismo el verdadero gran emporio cinematográfico. Marvel es un gigante al que no hay quien le tosa; pero durante los últimos 60 años, desde que Stan Lee era el tontín de los recados en la oficina, ha pasado de todo, y en el Bullpen acontecieron todo tipo de desgracias, terremotos, crisis y desbarajustes. La gente ajena a los tebeos, y especialmente a los de superhéroes, suele tener una imagen bastante pocha de estos. Que si un subproducto infantil, imperialista, sexista y bobalicón. Quienes hemos amado este género en concreto, y nos hemos aferrado a él fielmente desde críos, además de las historias y los personajes hemos crecido admirando a una serie de tipos solitarios esclavos de la narrativa gráfica, que dieron sus primeros pasos en grises oficinas llenas de goteras trabajando a destajo, sucumbiendo al alcohol y a la mala vida. A algunos fans de Marvel nos fascinan tanto los guaperas cachas y las mujeres explosivas que dan puñetazos en ropa apretada, como el calvario del estereotipado judío emigrado a la Gran Manzana huyendo de los nazis (como tan maravillosamente narraba la importantísima novela de Chabon, "Las asombrosas aventuras de Kavalier y Klay") que se pone a fantasear con gólems en espándex; o las historias de esos veteranos de Vietnam que volvieron a la ciudad medio chiflados, y empezaron a inventarse personajes lisérgicos, razas alienígenas, argumentos inverosímiles, tras haber visto el horror de la jungla ardiendo de primera mano. Sean Howe nos lleva de la mano por el origen de los Cuatro Fantásticos, Spider-Man y Thor, sí, pero sobre todo se adentra en las alcobas de estos titanes que tantísimas historias nos han susurrado a lo largo de los años, y que han marcado nuestra educación sentimental. Mark Gruenwald, Herb Trimpe, Jim Shooter, Don Heck, Larry Hama, Sol Brodsky, Roy Thomas, Neal Adams, Jim Steranko, Archie Goodwin, Marv Wolfman, Denny O'Neil, Steve Englehart, Chris Claremont, Dave Cockrum, John Byrne... Todos estos señores feos, gordos, barbudos, divorciados e inadaptados forman parte de mi vida en la misma medida que Peter Parker o Steve Rogers. Y alguien tenía que rendir homenaje a su figura y su legado.

miércoles, 2 de abril de 2014