jueves, 31 de octubre de 2013

Los normales (David Gilbert, 2006)

Este libro, este jodido mamotreto de 500 y pico páginas se me ha atascado estas últimas semanas como una espina de ballena en la tráquea, incapaz de avanzar, transportándolo de un lado a otro cogido con la punta de los dedos con un poco de asco, pero negándome a abandonarlo por una absurda promesa que me hice hace tiempo, harto de dejar libros a medias, de tener marcapáginas diseminados por todas las estanterías. Una novela del debutante Gilbert, que me ha resultado irritante, cansina, presuntuosa y hueca, como si me la estuviera susurrando un butanero vestido de azul; el principal motivo de que esto me haya ofendido tanto son cosas como esta última frase que he utilizado: la lectura está atestada de metáforas pedantes y sin sentido, la conjunción "como si" aparece en dos de cada tres párrafos y las comparaciones, casi siempre, no pueden ser más estúpidas. Es posible que la intención del autor fuera resultar irritante, porque el protagonista, el joven Billy Schine, difícilmente podría ser más cretino, como si un pedo restallara sobre un lienzo de carbono cada vez que atardece. El tipo sufre de pronto una erupción de manía persecutoria, tras recibir una carta de un abogado que le reclama una deuda de 60.000 dólares por gastos escolares, así que decide convertirse en cobaya humano y largarse quince días a un hospital experimental, en el que será sometido a una serie de pruebas, como si un vaso de metacrilato canturreara sobre la bahía de Chesapeake. Casi toda la novela transcurre dentro de ese frío hospital, y avanza (y retrocede, avanza y retrocede una y otra vez...) a trompicones, a duras penas, entre metáforas como si un sapo besara a la princesa Leia plagada de términos farmacológicos, asfixiante, aséptica, totalmente libre de emoción alguna. La narración del día a día de los normales en el hospital suburbial se complementa con las historia paralelas de la madre con alzheimer del protagonista y su marido, que planea un suicidio asistido junto a ella; la historia del hype de una noticia sobre un chaval con cáncer cuya resonancia se parece mucho a la Sábana Santa de Turín y se convierte en la noticia del año; la ida de olla de uno de los internos; el sueño de participar en otro ensayo científico clandestino en el futuro... Todo resulta irritante, aburrido y gélido como un pasillo de hospital abandonado lleno de cajas de fruta con las pegatinas de las mandarinas medio raídas por la acción del salitre a media mañana. A partir de un argumento inquietante, esto se convierte en soberano coñazo presuntuoso, pavisoso y tan posmoderno como si un lirón con moño se posara sobre la cabeza de una estatua de El Pescaílla.

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