miércoles, 18 de abril de 2012

Judge Dredd - The exterminator (John Wagner, John Burns, Emilio Frejo; Progs. 919-927, 1994)


Repasando mis propios retapados de la inconmensurable revista de sci-fi-punk 2000AD (nota mental: tengo pendiente retomar la lectura cronológica de Robo-Hunter), me fijo en esta historia de 60 páginas (8 progs), escrita en 1994, que pone un poco los pelos de punta por lo visionario, en la que el Maestro John Wagner imaginaba una hecatombe en el Nueva York en el año 2001. Ahí está la primera portada relacionada con la saga, la del propio prog 919, que muestra al Juez Dredo majestuoso ante unas Torres Gemelas cubiertas por la tormenta; la segunda portada relativa al arco (prog 923), con un avión explotando sobre la Estatua de la Libertad; o la primera página, extraordinaria recreación de un NY con Torres incluídas, pintadas por John Burns.
En esta historia, escalofriante para el lector post-11S, se hace alusión a terrorismo aéreo, y explota un avión en pleno vuelo, pero que en este caso sobrevolaba Florida y es abatido por una Juez Hershey viajera del tiempo. La trama nos habla del primer vuelo tripulado a Marte, que tendrá lugar en 2001, y de cómo Dredo regresa doscientos años atrás, para eliminar uno por uno a los viajeros del espacio, puesto que fueron contagiados por una extraña bicha alienígena que progresivamente irá eliminando a toda la población hasta casi diezmarla en la era Dredd. La solución que se le ocurre a la cúpula gubernamental de Mega City es enviar a Dredd a liquidar viajeros, en lugar de aparecerse unos meses antes y sabotear el vuelo; pero bueno, así queda más pinturero, supongo. Una Gran Manzana noir, una historia con dos detectives audaces sin duda predecesores del Dredo del futuro, un misterioso asesino enmascarado con armas imposibles y una moto que mola más que todo y que se mueve sola, dando lecciones a los chavales. Los primeros progs están pintados de manera brillante por Burns, y los últimos por un tal Emilio Frejo que no tiene nada que envidiar al primero. Una entrañable ocasión de ver a Dredo viajar desde un futuro lejano a nuestro tiempo presente (en realidad, al futuro de los lectores de 1994... nuestro ya remoto 2001), que sobrecoge al comprobar que, por supuesto, ni siquiera los artistas de la Fleetway podían sospechar que Nueva York ya no sería igual en 2001, por culpa precisamente de aviones y de torres. ¿O acaso estaría el ioputa de John Wagner en el ajo?

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