lunes, 27 de junio de 2011

Midnight in Paris (Woody Allen, 2011)


Pospuse hasta hoy, estertores de un junio infernal, mi oblación anual ante Woody en los Ideal. Me entretuve revolcándome en los chorros de agua de Tirso de Molina como un yonki terminal más y haciendo compras en el súper, mientras esperaba a mi acompañante, que llegó con el pitido del árbitro y me puso muy nervioso, porque había obras en el Metro, contra todo pronóstico. Así que cuando entré en la sala descubrí que a) llevaba en la bolsa una horchata fría y salami; b) el aire acondicionado era gloria bendita, en su medida justa, aislándonos de la realidad; c) mi asiento era el mejor posible; d) solo había 4 personas más en la sala, y la que estaba justo en mi campo de visión estaba bastante buena... y entre unas cosas y otras la sesión ha sido inolvidable.
No puedo decir nada que no haya dicho todo el mundo ya de esta (y de cada) nueva película de Woody Allen, de ahí el preámbulo inane. Para mi ir a verlas es un ritual, me gusta toda su filmografía sin excepción, porque me encantan los cuentos que cuenta, cómo los cuenta, con quién cuenta para contarlos, y los rodeos extraordinarios que da para dar buena cuenta de esos cuentos. Me parece muy bonito, me sublima todo lo que enseña y también lo que sugiere. Pocas cosas le puedo pedir más a una película que lo que me ofrece este hombre a cambio de tan poco. Qué genio. No suelo leer nada de lo que se escribe sobre sus películas (y desde luego nunca jamás antes de verlas), procuro acomodarme para ver cada nueva o vieja emisión suya, relajarme, buscar el momento perfecto porque sé que voy a disfrutar sin ambajes.
Sí, coño sí, ya sabía que en esta saldrían la torre Eiffel, Maxim's y mimos con baguettes cruzando el Sena. Mucha gente errada se queja en todas partes, agitando un báculo, de que el judiíto chiflado nos enseña fotos de sus viajes como si fuese la suegra brasas a la vuelta de vacaciones. Pues a mí eso no me molesta en absoluto. Siempre ha sido así, desde "Annie Hall" por lo menos, pero la mente colmena paleta española pensaba hasta ahora que el Nueva York de sus películas era realmente así, y no entiende que sin esos decorados idílicos con clarinetes de fondo no sería Woody Allen. Ese muestrario de tomavistas de National Geographic ha estado ahí siempre, y es necesario, es hermoso, viene con el conjunto, te transporta a su escenario de una manera impecable. Yo tengo razón y punto.
No tengo nada más que decir. No sabía nada de la película, y en cuanto me la he visto venir me he hundido en el asiento con una sonrisa de bobo, con las pupilas como platos. Todo ha ido sobre ruedas. Suavecito, me ha ido entrando por los ojos y los poros la dosis, me ha exfoliado y he salido de allí como de un spa. Resplandeciente, dando saltos por la calle, chocando los tacones en el aire, abrazando las farolas. Owen Allen Wilson estaba perfecto, es mi amigo. La bruja mala y sus padres fetén, y el padre en concreto un cachondo (en esta había poco chascarrillo, esto lo eché un pelín de menos, la verdad sea dicha), Adrien Brody asombroso, como el resto de doppelgangers. Con Adriana yo ya habia soñado antes. Planos de culos femeninos en pompa, con caderas como para traer trillizos al mundo. La horchata estaba un poco caliente, esto también tengo que decirlo. Comí perdices.

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