llena de ídolos" (Karl Barth, teólogo)
Me apetece escribir cosas que puedan resultar interesantes para alguien, pero que al mismo tiempo no conlleve que me deje los cuernos buscando información; que pueda soltarlas de carrerilla a partir de mis propios recuerdos y experiencias. Pero no quiero hablar de mí, cosa harto ombliguista y que a veces sí me gusta (uno necesita llamar la atención que cosas que le pasan cuando nota que la gente lee lo que pone), pero normalmente me avergüenza y creo que no sería demasiado interesante. Porque yo no soy precisamente un aventurero cruzando los siete mares, ni un actor porno, ni nadie que pudiera tener demasiadas cosas que contar. Pero partiendo de recuerdos y emociones, me siento en esta calurosísima mañana (emparedado, como siempre, entre los gigantes de hormigón de la oficina) inclinado a hablar de aquellas personas que he admirado toda la vida, y que supongo que me han convertido un poco en lo que soy. Digo yo (pensamiento barato y perogrullesco) que si uno admira a Adolf Hitler, crece siendo un egocéntrico elitista con tendencia a infravalorar a los demás y aferrarse poderosamente a sus prejuicios para encontrar explicación a sus dudas. O si uno admira a José María Aznar. Si uno ve en Jesucristo su máxima aspiración, su modelo a seguir, tiene todas las papeletas para convertirse en un curita o una monjita en potencia, besando cirios y postales de santos hasta el fin de sus días. Todos hemos visto esto en nuestros mayores o en compañeros de clase.
Yo hace muchos años que dejé de creer en divinidades, y mucho menos en políticos. Por lo tanto, mi mirada ha estado siempre puesta en músicos, actores y deportistas. Esos son mis dioses, ya que me ha tocado vivir en esta época en la que creemos lo que nos dice la Tele, no la Biblia. Gente famosísima, mundialmente conocida y admirada por todos los niños de mi generación, a quienes quiero rendir homenaje en el post de hoy. O si veo que me está quedando muy largo, lo dosifico en varias entregas coleccionables. Y quiero empezar glosando la figura del mayor jugador de fútbol de todos los tiempos, y una de las personas más apasionadas de cuantos famosos he conocido: Diego, el 10.
1. DIEGO ARMANDO MARADONA Resulta que últimamente me rodeo de argentinos. Cada vez conozco a más argentinos. Me fascinan su forma de ver las cosas, su acento, sus acertadas observaciones, su costumbre de hablar y hablar sobre las cosas más nimias; de filosofar incluso sobre la capacidad de un vaso durante horas. Supongo que no todos los argentinos son iguales: valdanos obsesivos, guapos/as, entretenidos e inteligentes, y con ese acento de poeta italiano. Pero sí la mayoría de los que he tenido la suerte de conocer en los últimos meses, supervivientes expatriados en Lavapiés en busca de una vida. Bueno, y destacaría también su aficción por la merca y la maría más potente que haya "visto" nunca. El caso es que encuentro en aquella tierra un lugar que no me gustaría morir sin visitar. Me hablan mucho de “ashá”, de la enorme cultura gastronómica y rockera o de la bohemia que existe. Y me atrae mucho todo aquello. Si bien reconozco que no he leído a sus grandes novelistas, poetas o pensadores, y que me costaría un huevo dar con algún nombre relacionado con la música, más allá de Andrés Calamaro y los Fabulosos Cadillacs. Alguno más sí me suena, pero ya digo que tendría que pensar un rato.
Pero me han contagiado su entusiasmo porteño, hasta el punto de que echo de menos la Argentina, y eso que jamás he estado, yo que lo más lejos que he ido de mi casa fue a París, una romántica semana hace años, de la que todavía me estoy recuperando económicamente. Y ando leyendo una biografía del ‘Pelusa’. Un libro perteneciente a una colección que vendían junto al diario La Razón o el ABC hace un tiempo, y que ahora tienen de saldo en todos los kioskos por 1 €. Casualmente, además, ayer por la noche estrenaron en Canal + el documental “Maradona: la caída de un Dios”, lo que me viene de perlas para comenzar esta serie de artículos-ladrillo de apología adolescente de mis ídolos de infancia. En realidad es algo que vengo haciendo desde que me lancé con esto, pero en esta saga, y hasta que me canse, voy a hacerlo más evidente que nunca, con premeditación y alevosía.
De pequeñito yo iba con la Selección Española, por supuesto. Con casi la misma pasión que Manolo el del Bombo, flipaba con la ‘Quinta del Buitre’ más que con la Patrulla-X, porque encima estos eran reales. Nunca fui muy futbolero. En el sentido de hincha, de espectador forofo. Pero sí que jugaba bastante en el colegio (qué remedio, era eso o estar estático por las esquinas hablando de qué se yo, y siempre fui un culoinquieto), y no se me daba del todo mal. Sobre todo, yo era de robar balones y tocar los cojones atrás. Yo creo que no metí un gol en toda mi carrera escolar. Se me daba mejor el baloncesto, que descubrí más tarde. Pero vamos, que ágil y bruto era un rato.
Pero por encima de cualquier jugador español, como yo no era de ningún equipo (siempre he sido un poco antimadridista, pero no he sentido emoción hacia los colores de nada), yo admiraba a Maradona. Y quién no, Entonces era un semidiós para todos nosotros. Un superhéroe, un titán con poderes, que manejaba el balón o una nuez (daba lo mismo) como si tuviese manos en lugar de pies. Además, era un tío humilde, que nació en una de las zonas más pobres de los arrabales bonaerenses, que supongo que jugaba al fútbol descalzo y con puntiagudas latas de sardinas (esto es una licencia, no lo he visto citado literalmente en ningún sitio), que debutó en el fútbol profesional a los 15 años, en un equipo mediocre de cojones como era el Argentinos Juniors, y que encima le dio el título de liga. El puto amo.
No me voy a liar con los datos biográficos. Son suficientemente conocidos por todos, y además hay abundante bibliografía. Incluso el propio Maradona escribió una autobiografía ("Yo soy el Diego de la gente")
El pibe tiene tanta carisma, que para mí siempre estará en mi Panteón particular de ídolos. Algunos serán caídos y casi muertos en vida, y otros con una ejemplar vida de principio a fin. El pobre Diego es ahora mismo una parodia de lo que fue, pero todavía me entusiasma, una vez aceptado que no volverá a salir al césped de un estadio, verle abrazarse con Fidel Castro, verle gritar celebrando un gol de Boca Juniors, mostrando con orgullo y pasión su tatuaje del Ché, brindando amor eterno por un personaje tan siniestro como el Butanito o la Camorra siciliana al completo... Maradona para mí, por lo tanto, como ídolo, tiene dos etapas “idílicas”: el Maradona futbolista al que admiré de niño, porque era el mejor, un dios con el balón, que jugaba la final de un Mundial con la mala baba y la picardía de quien sale a jugarse la paga con los macarras del bloque de al lado, y les dejaba, él solito, cara de idiotas. A mí Pelé me vino muy grande, no le conocí jugando, y verlo ahora en blanco y negro se hace verdaderamente raro. Es el segundo más grande. Maradona era gordito, feúcho, un tapón, y hacía virguerías como nadie. Tenía furia, era fullero, ágil, único, una mezcla, en la cancha, de gacela, toro y jabalí. Fuera de la cancha, era poco más que un osito hormiguero. Un hombre-aspiradora listo y bondadoso, del que todo el mundo se aprovechó. Por esa humildad y ese buen corazón, le sigo teniendo por ídolo en su etapa post-deportiva, pero como un Maradona diferente del que conocimos cuando éramos críos.
En el documental que vi ayer decían muchas frases de esas lapidarias, condensadoras
Si alguien no conoce la apasionante historia de Diego y tiene cierto interés, le recomiendo fervientemente, para empezar, el divertido, jugoso y extenso artículo que, con admiración y coña marinera a partes iguales, le dedicaron desde el nº 2 del fanzine Le Bon Vivant. No sé si se puede encontrar todavía por ahí, pero vale la pena buscarlo. Si me animo algún día lo escaneo o lo copio por aquí.
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