jueves, 9 de junio de 2005

Sin título

Es curioso cómo los textos que me salen en este blog están asociados tan directamente con mi estado de ánimo. Es verdad que a veces también tienen que ver simplemente con cosas de las que quiero hablar mientras esto dure; referencismo cultural o mitológico que quiero plasmar de alguna forma, para mí mismo (no sé qué pasará con Blogger y con Internet en general en el futuro, pero mola pensar que dentro de 70 años pueda volver a leer estas majaderías y recordar los momentos y contextos en los que fueron escritas); pero casi siempre, decía, responden a cómo me siento en cada momento. Pensaba en esto este fin de semana, que en un reprís me dio por releer algunas cosas de hace meses. Releyendo algún post concreto, me he acordado del mal rollo o de lo triste que estaba cuando lo escribía, o al contrario, del jolgorio que me gobernaba. Al principio me lo tomaba como si fuese una especie de fanzine al uso, y redactaba, repleto de entusiasmo, algunos articulillos de fan-fatal con mucho tiempo libre. Pero poco a poco ha ido apareciendo por aquí más y más información personal, o he tardado mucho tiempo en volver a escribir... Ahora mismo, con las dos anteriores entradas, me doy cuenta de cuánto me definen en el día de hoy. Todo el rato hablando del bar y de los argentinos que pululan por mi vida. Y es que me estoy argentinizando por momentos, pasando por un kafkiano proceso de mutación que supongo que no cesará hasta que cambie de trabajo (o de trabajos, porque estoy hasta la polla de ambos, y Imagen de apoyo a un post realmente enredado, obra de Scott Teplinesto parece una carrera de caballos marcha atrás, a ver cuál dejo antes). Empatizo mucho con la gente de allá que he conocido. Empiezo a pensar en argentino (a veces me espeto a mí mismo que «cómo sos capaz, recontrapelotudo, de dejarte llevar por esos quilombos que se arman a tu alrededor»), a asumir algunos giros verbales y palabras que hasta ahora me eran desconocidos, a beber sólo Quilmes y Fernet...

Con las imágenes que cuelgo pasa lo mismo. A veces parece que no tienen nada que ver con lo que estoy diciendo, pero generalmente responden también a ese estímulo de honestidad, o espontaneidad, que funciona en los textos (no siempre, insisto, que algo de pantomima siempre hay; o de ligero falseo de datos, bien por seguridad o por estética o por qué se yo): releo el texto, y pienso «aquí tiene que ir una foto de esto (boludo, nomás)», y voy a Google a buscarla, porque tiene que ser ésa y no otra.

Sí, yo también me pregunto a qué viene lo que acabo de escribir. Y no tengo ni la más conchuda idea, ni en pedo. ¿Me autojustifico los textos? ¿Se trata de simple aburrimiento? Supongo que lo entenderé dentro de algunas semanas, un día que esté por ahí tirado en casa y me ponga a leer este post. Entonces seguro que me viene a la cabeza el momento en el que lo escribí, mi estado de ánimo en este preciso instante, y logre encajar la pieza en el puzzle. Pero ahora mismo no sé a qué venía, porque yo lo que quería era poner un par de imágenes, de un dibujante que acabo de descubrir, y que me ha entusiasmado. Se llama Scott Teplin, le he descubierto en el indispensable blog de ilustración Drawn!, y aquí vienen las imágenes:

La primera:


La segunda:


Y de propina, otra muy bonita, aunque no es del mismo autor:


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