Despachado el primero de los libros de Ezcritor, el blog (travestido a formato noble) que tuvo tanto éxito en su momento, que le hizo merecedor del premio al mejor blog del 20 Minutos, de la admiración y la gloria virtual (efímera, azarosa, pero supongo que satisfactoria). Travestido, de hecho, en un tomo de casi 700 páginas, lleno de letras y fotos de mujeres desnudas. Los
"Diarios de sexo y libertad" (supuestamente, van antes de
"20 polvos", pero juraría que el propio autor, cuando me los vendió, me dijo
que leyera antes aquél) son las memorias guarras de Sigmundo Fernández, alter ego del autor, y narran cómo abandonó su vida de gris vendedor de libros en un centro comercial tratando de alcanzar su sueño: convertirse en un escritor de éxito, en un narrador de vivencias personales fantaseadas, hedonista, inadaptado y existiendo al margen de lo establecido, huyendo de las imposiciones sociales, de los
plactonitas, de los contratos y del sistema. Ezcritor fantasea con ser Bukowski o, mejor, el Henry Miller canario, y para ello decide cambiar de vida. Fortuitamente, se coloca como camarero de una discoteca, y el grueso del libro cuenta sus aventuras rodeado de personajes huecos, turistas golfas, delincuentes y parias. Sus polvos con más de 180 mujeres, su desbocada y catártica vida sexual, con pelos y señales. Sigmundo, una vez que toma la decisión de ser libre y darle la espalda al sistema, se convierte en un cruce entre Dinio, Ignatius Reilly y Sooolitario, y se pasa el día fornicando con menores, enamorándose, desenamorándose, abusando físicamente de las turistas y los borrachos, dilapidando sus abundantes ingresos. Entre medias, decide adoptar a un argentino al azar víctima del Corralito, a través de su blog, para purgar su conciencia. Desprecia a la especie humana, especialmente a las mujeres, a las que trata como pedazos de carne con agujeros. Y en definitiva, cumple esa fantasía que tenemos muchos tíos durante quince minutos a la semana.
El principal hándicap de la novela, es que fue publicada online, por entregas, y esto la hace a veces demasiado explicativa para el probable recién llegado al post de ese día, y repetitiva. La temporada en la que se limita exclusivamente a abarraganarse con todas las turistas de la isla una tras otra, convertido el relato en una sinopsis tras otra de escenas de cine porno, se me hizo un poco tediosa, igual que me pasó en la entrega anterior, pese a que el ritmo es ágil y la lectura engancha y no contemplé la idea de abandonar; pero ya dije que lo que se amancebe o no un chulo de playa en primera persona a mí no me interesa mucho, y como literatura erótica no es la cosa precisamente para darle el Nobel de Lascivia. Me gusta más el Sigmundo soñador, el pusilánime o el que recuerda su infancia que el despreciable follarín con o sin sida. Ese mismo formato blog también hace que cueste ver el libro como una novela estructurada; y aparte de lo ligeramente repetitivo, uno nunca sabe si se va a encontrar con un desarrollo trepidante, y con un final. He de decir que sí, que sí hay un final, terriblemente honesto (como toda la literatura de escritor: honestamente inventada) y satisfactorio.
En resumen, sigo siendo fan de Ezcritor y esperaré ansioso las (inminentes) nuevas entregas de las desventuras de Sigmundo, un islote de mierda fresca y apetitosa en mitad de un océano de agua estancada y tinta muerta.
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